El boxeo es el deporte más literario que existe. Ningún otro puede igualar la mezcla de miseria y grandeza que confluyen en su génesis, desarrollo y final. El escritor se siente atraído, fascinado, estimulado por su historia y su leyenda. La historia y la leyenda de los campeones surgidos de las profundidades sociológicas de oscuros mundos cercanos a otros más luminosos, pero sólo alcanzables a través del sacrificio, el dolor, la sangre y las secuelas cerebrales del único deporte que tiene como naturaleza y meta la demolición física del adversario.
La colección de libros de boxeo ha ido aumentando con ejemplares y títulos de lo más variopinto: El combate del siglo, El profesional, Campeón, Golpes de gracia, Fat City, Boxeo y cine, El boxeador, Nunca me verás sobre un ring, Besos a la luz de la lona, Campo del gas, El mexicano, El boxeador polaco, Por un bistec, Ali, Rodney Stone, Panama al Browm y un largo etcétera de escritores como Ignacio Aldecoa, Jack London, Francisco Ayala, Manuel Alcántara, Eduardo Arroyo, José Luís Garci, Gay Telese, Hemingway, Davis Miller, Norman Mailer, Conan Doyle…, escribieron a propósito de este drama primitivo, atractivo y ancestral que se desarrolla en un crudo escenario llamado ring. En un mundo eminentemente masculino brilla especialmente la lucidez de la escritora Joyce Carol Oates. Suyo es el ensayo Del boxeo, una suerte de biblia para pegadores que contiene densas valoraciones que emparejan al boxeo con una experiencia casi sagrada: «el boxeo es el único deporte al que no se juega, nadie juega a boxear».
Y es que el boxeo ofrece multitud de historias ricas en contenido y emotividad, por ejemplo Manuel Alcántara fue vecino del escritor Ignacio Aldecoa, gran aficionado al deporte de los puños. Alcántara le dedico un poema titulado «El Ring», más tarde Aldecoa le devolvió la papeleta con su libro Neutral Corner «para Manolo, que sabe de este asunto más que yo». Luego publicó una magistral novela sobre los vericuetos fuera de las 16 cuerdas, Young Sánchez, este relato fue llevado al cine por Mario Camus que junto con Aldecoa y Alcántara compartían devoción por los púgiles y su aura misteriosa. Un deporte plagado de historias y retratos literarios, como la pelea entre escritores mitad boxística mitad literaria arbitrada por F. Scott Fitzgerald entre Hemingway y el escritor canadiense Morley Callaghan. En el segundo asalto Morley asestó un duro golpe en la mandíbula del Ernest que acabó besando la lona. Fue el final del combate y de su amistad.
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