Entre otras antologías de la que es responsable, citamos “Cuentos ecológicos” (con colaboración de Adolfo Colombres, Ediciones Unesco, 1996) y “Mujeres 3, Visiones en el siglo” (IMFC, 1998). También el volumen “La mesa roja”, antología personal de su narrativa. Sus piezas teatrales “Paisaje después de los trenes”, “Trenzas, el secreto robado”, “Justo en lo perdido”, fueron representadas entre 1985 y 2003. Cuentos y poemas de su autoría se tradujeron al alemán, inglés, catalán, mandarín y francés. En 2013 se editó “Bárbara dice / Barbara dit” bilingüe (Abra Pampa Editions, París, Francia). Desde 1985 coordina seminarios y talleres de lectura y escritura en instituciones públicas y privadas, en varias provincias de su país y en España. Entre los reconocimientos recibidos destacan el Primer Premio Nacional Iniciación de Poesía (1987), el Premio Unesco (Buenos Aires, 1984), Premio Antorchas a la Creación Artística (1990), Premio Único de Poesía de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1998), Premio de Honor en la categoría Libro para Niños, otorgado por la Municipalidad de San Miguel de Tucumán (1996).
Porque no he visto representaciones de tus piezas teatrales ni las he leído, comienzo interesándome por ellas. ¿De qué tratan? ¿Qué dramaturgos preferís? ¿Fantaseaste con incursionar en la escritura de guiones cinematográficos?
Ahora que me hacés esta pregunta, además de sorprenderme (es como si me olvidara de mis obras de teatro), advierto que no hay registros de las puestas. Las directoras y directores tendrán fotos, algún video, pero no lo han subido a internet. Cuando se estrenó la primera obra no había aún internet. Lo mismo con la segunda. Con la tercera sí, pero no nos habremos dado cuenta de registrar. Ahora estoy viendo el afiche de “Justo en lo perdido” que dirigió Irene Rotemberg; se dio unos meses en el Camarín de las Musas y en el Centro Cultural de la Cooperación, en la sala Raúl González Tuñón. Esta obra está basada en un cuento de mi autoría. Así como “Trenzas, el secreto robado”, se basó en la novela “Trenzas”. La primera sí estuvo escrita como obra de teatro; y otras también. La última, “La resolana”, sucede en una kermese de pueblo (una especie de parque de diversiones muy “del interior”), y dos mujeres hablan como recordando, pasan por un mismo lugar pero por segunda vez, juegan para soportar ciertos horrores (se sabe que se está en Napalpí, en el lugar de la masacre de trabajadores rurales en su mayoría qoms). Podría decir que tanto las obras de teatro como la poesía y los cuentos tienen “un aire” en común. El aire de los pueblos del interior es lo que va abrazando (y abrasando) a los personajes, siempre marginales, siempre en “la frontera”, sobrevivientes (lo que no implica sólo un “aire de tristeza” sino la alegría de descubrir, de conocer y de estar viviendo —que también hay— en estas situaciones).
Dramaturgos: Beatriz Pustilnik, Maruja Bustamante, Ciela Asad, la maravillosa Griselda Gambaro (o sea, dramaturgas). Y ahora recuerdo también a Susana Poujol, poeta y dramaturga.
Y me preguntás por guiones cinematográficos. Por lo general, en las críticas y también algunos lectores, me hablan de “la película” que aparece en mis textos, como que algo de lo cinematográfico está allí. Por la novela “Trenzas”, Rodolfo Modern decía en 1992, en “La Gaceta de Tucumán”: “Y cabe agregar lo mucho que la autora puede haber asimilado del lenguaje cinematográfico, con sus secuencias aparentemente deshilvanadas, pero que hacen al asunto, y de las más modernas técnicas de composición musical, lo que otorga a sus páginas una complejidad creciente y un interés renovado para quienes ansían la elaboración de una prosa alejada de las convenciones al uso.” En la presentación de “Bárbara dice”, en julio del 2004, dijo Amalia Sato: “Susana Szwarc pisa: en ese espacio que es el Chaco, la selva de América… las estepas de Polonia, los campos de escarcha, y se vuelve desafiante con imágenes que de ser filmadas provocarían terror, en una sucesión de fotomontajes con perspectivas dignas de una sala de espejos deformantes: la materia de un huevo chorreando por una montaña, dos que juegan a la luz oscilante de una lámpara de 25W a un crucigrama y gritan que Holocausto es una bonita palabra por su diptongo. Eso que Susana se atreve a pisar, después de tomar decisiones visuales en un territorio que es todos los mapas, con un giro dadá, amparado por el cabaret excéntrico, es un nuevo suelo donde instilar con una síncopa las sentencias de Adorno, de Primo Levi, de Celan, con una pequeña muesca que es coma, que es ofrenda hecha con palabras.”
Tal vez, en algún momento, alguien desee llevar alguno de mis textos al cine. Y eso sería un placer. Ahora que digo placer, para mí fue una inmensa alegría que el compositor Cristian Varela basara una ópera suya en el cuento “No camines en el barro”.
Citaste a Amalia Sato. Y participaste en las funciones del ciclo “Kamishibai”, el Teatro de Papel de origen japonés que ella coordinó.
Amalia fue la que nos trasmitió, nos contó, nos “dio” el Teatro de Papel. Ella tenía en la casa de sus padres las láminas y un teatro. Luego, cada uno de sus “conocidos” que deseamos formar parte del Club Kamishibai, “nos hicimos” de un teatro. Comenzamos a hacer las funciones por diversos sitios (Centro de España, Malba, El Ecléctico, Biblioteca Nacional, Notorius, etc.). Algunos de los integrantes: Nicolás Prior, Sergio Pángaro, Delius. Cada uno llevó luego sus funciones a otros espacios (escuelas, bibliotecas, centros comunitarios). Yo hice algunas representaciones en Resistencia, Chaco, en el Cecual. Y esas incursiones continúan. Es muy hermoso ver cómo se produce, cada vez, ante este hecho que llamaría poético, una comunión entre los actores (los que narran y mueven las láminas) y los espectadores. Dan ganas de subirse a una bicicleta (que fue la primera forma de transporte en Japón del kamishibai) y recorrer diversos sitios para contar, mostrar, compartir este Teatro de Papel.
“La Sin Rival” se llamará la Biblioteca Popular que en Quitilipi estás empeñada en fundar. ¿El nombre fue una propuesta tuya? Desde tu infancia de quitilipense hasta la actualidad, ¿cómo se fue transformando esa ciudad? ¿Hay allá parientes tuyos? ¿Es desde que comenzaste el colegio secundario que residís en la Cabeza de Goliat, desaseada y derechosa Capital Federal?
Es buena la palabra que usás: “empeñada” en fundar. En que exista esa posibilidad en nuestro país, en todo lugar del país, en el pueblo más pequeño y en la ciudad más grande, de crear una biblioteca, de recibir ayuda material para su funcionamiento, que sea totalmente autónoma (son los habitantes del lugar con su comisión de biblioteca, la única que decide), y que no se utilice, es no sólo una pena sino una necedad, o simplemente se ignora. En Quitilipi ya están todos los pasos dados, faltaría que se habilite el lugar (que también ya está habilitado en los papeles). El nombre fue decisión de la comisión. Querían poner el apellido de mi padre (que es también el mío) pero me opuse. Y mis padres tenían en el pueblo una tienda que se llamaba “La Sin Rival”. Votaron por ese nombre. Pensé, después, que es bonito que una biblioteca no se maneje con rivalidades. Las bibliotecas populares ofrecen la posibilidad de realizar talleres, seminarios, charlas, ciclos. CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) colabora con el envío de coordinadores así como con el suministro de libros. Y contribuye económicamente para que las cosas sean posibles.
Los pueblos “del interior” son otro mundo, existen los mismos códigos que en la gran ciudad pero también otros. Y como el lugar es pequeño, salta a la vista la diferencia de clases y a la vez las ayudas entre unas y otras como también la exclusión, el maltrato. Pero si bien todo está a la vista, se oculta. Y el poderoso es quien se impone.
No hay familiares allí. Mis padres “cayeron” a Quitilipi en el ‘49. Se conocieron en Buenos Aires; podría decir que se re-conocieron porque estaban hablando la misma lengua. Ambos venían de Polonia. Ambos, sobrevivientes. Y por esas cosas, llegaron hasta el pueblito. Quitilipi esta al lado de Napalpí, donde en 1924 se produjo una masacre feroz. Los obreros qoms pedían mejoras salariales y se produjo una matanza. Una locura criminal que se oculta aún, que no aparece en los libros de historia. Fijate que coincide aproximadamente con la fecha de la Patagonia Trágica y cómo los terratenientes actuaron como asesinos. Esto lo digo por tu pregunta de si hubo cambios en el pueblo. (Y tal vez estoy respondiendo que no hubo.) En mi infancia allí, no había pavimento. Llovía y el barro divertía a los chicos si no era torrencial y asustaba. Después llegó el pavimento. Pero el supuesto progreso trajo progreso y atraso. El tren que pasaba, dejó de pasar (como en casi todo el país en la década de los ‘90 con el auge del neoliberalismo. Y eso fue un golpe para los habitantes de los pueblos de todo el país). Pero Quitilipi no es un pueblo abandonado. Se sigue cosechando por allí, y el pueblo funciona. Así como los pueblos vecinos: por ejemplo, Machagai está muy bonita con sus diagonales y árboles y flores.
En estos pueblos (en estas provincias) sucede algo que no sucede en la capital. Hay habitantes indígenas. Cuando era chica estaban en “La Reducción” que luego se llamó “La Reservación”. Fijate estas horrorosas palabras. Después eso cambió, supuestamente. Fueron a barrios “cerrados”, se convirtieron en la mano de obra más barata. Qué increíble cómo se naturaliza lo que no es natural. Cómo esas tierras que pertenecían a los quoms, a los wichís, a los guaraníes, pero que estaban sin alambrar porque “quién puede pensar que la tierra es algo que se compre o que se vende?” (dice Luis Benítez en “Manhattan Song”), ahora tienen sus dueños (que explotan la tierra y a los que la trabajan). (A veces hay algún interludio).
En Quitilipi está el maestro Belén que tiene una radio, la mejor, y que escribe también en diario “El Norte”. Tuvimos muy buenos maestros, la escuela pública funcionó de maravillas y algo de eso queda aún. Hay dos bibliotecas públicas (diferentes a las populares) que están hace años, el pueblo tiene sus lapachos y laureles, también jazmines magnos. Había un cine en mi infancia que luego dejó de funcionar y ahora es un centro cultural. También funciona un cine nuevo. Hasta el año pasado se preparaban comparsas para el carnaval que daba trabajo a muchos habitantes.
Por algún motivo, los padres nos mandaron a las hermanas mayores a la capital. Lugar gigante. Y sí, derechoso. Sin embargo, no logró la ciudad atraparnos en esa vorágine sino que encontramos la grieta para percibir “el otro lado de las cosas”. De todos modos, pasar de un lugar pequeño, viviendo amontonados, a la gran ciudad a los diez y doce años, solas dos niñas, habrá sido de lo más interesante.
Has sido invitada más de una vez a la Feria del Libro de Resistencia, Chaco. ¿En qué han consistido tus participaciones y cómo las evaluás?
Ir a las ferias de distintas ciudades, me gusta mucho. Ir a la Feria del Libro Regional del Chaco, me es, cada vez, un placer. Me hace feliz llegar a esa provincia. Es como que el cuerpo reconociera los cuerpos de los árboles, de los pájaros y también de las amistades, y se alegrara de estar allí. He participado presentando libros: por ejemplo “Tres gatos locos”, libro de cuentos para chicos con ilustraciones de Eugenio Led. Este libro fue editado por la Secretaría de Cultura de la provincia y se entregó gratuitamente a escuelas y bibliotecas. Este año presenté la antología personal “La mesa roja” y el libro traducido al francés. Además se entregaron los premios a los ganadores del Concurso Provincial de Poesía “Alfredo Veiravé”, del que fui jurado. El primer premio fue para el poeta Luis Argañarás. Las actividades son múltiples, cada año la feria tiene un país homenajeado (en este fue Bolivia). Y cada vez hay diferencias que la enriquecen. Todo lo que se hace en el área de Cultura en el Chaco es abundante y de nivel. La Feria del Libro es una parte de las múltiples actividades (hay buen cine, exposiciones de pintura, danza, la fiesta de la escultura, talleres). Mientras respondo pienso que es una provincia especial: montones de cosas que faltan, cosas para “quejarse” y —a la vez— logros muy grandes: escuelas bilingües (se aprende toba, wichí), hospitales que funcionan muy bien, etc.
En un artículo de Alberto Luis Ponzo que acabo de releer —publicado en la revista “Poética” (1986)—, cita a Lawrence Durrel: “No es el arte, en realidad, lo que perseguimos, sino a nosotros mismos”. ¿Qué reflexión te provoca esta cita?
¿Somos nuestros propios perseguidores? El arte, “esa cosa” que fue sembrando la historia de la humanidad, demostrando, acaso, que el progreso es una farsa. Y así, con el arte, tal vez nos hayamos prometido mejorar el mundo. Recordé a Alberto Girri: lo cito, creo, que textualmente: “Ya no es tiempo de prometer/ sino de recibir lo merecido”.
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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Susana Szwarc y Rolando Revagliatti.
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