La obra de Wright explica cómo el terrorismo tiene capacidad para adaptarse a situaciones complejas para su existencia (pérdida de apoyo social entre aquellos sectores en cuyos intereses dice actuar, golpes asestados por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad). Esta afirmación cobra sentido debido al protagonismo adquirido por el Daesh en los últimos años, en particular durante el periodo 2014-2017 cuando controló un vasto territorio en Irak y Siria, lo que podría inducir a pensar que Al Qaeda había desaparecido. Nada más lejos de la realidad aunque sí que es cierto que el poderío económico del Daesh (vinculado a la extorsión, al petróleo y al contrabando) supuso un aliciente para que muchos jóvenes europeos de origen musulmán y no musulmán decidieran integrarse en sus filas o cometer atentados en sus propios países natales.
Lawrence Wright combina diferentes disciplinas en su libro. El periodismo es una de ellas. Al respecto, el lector hallará innumerables fuentes primarias así como abundantes referencias bibliográficas. Igualmente, su presencia en terreno otorga valor a las diferentes aseveraciones que realiza, además de describirnos las características de las sociedades musulmanas, en particular las del Golfo, en las que detecta una serie de rasgos caracterizadores: el predominio de la religión en la educación, presencia mínima de la mujer en la vida social y laboral y una censura asfixiante sobre la prensa.
En segundo lugar, la historia. Esto le permite trazar los orígenes intelectuales de Al Qaeda y Daesh, rescatando el rol de determinados pensadores. Tal es el caso del egipcio de Sayyid Qutb, cuya figura resulta paradigmática en lo relativo a las implicaciones reales del terrorismo, puesto que su condena a muerte no supuso el fin de sus ideas, como pensaba el gobierno egipcio de Nasser. Por el contrario, aquéllas se extendieron entre la sociedad como corroboró el asesinato de Sadat en 1981 o la oleada de atentados contra el turismo durante los años 90.
En tercer lugar, la ética o por mejor decir, determinados debates éticos que han adquirido personalidad propia. En este sentido, por un lado observamos la dialéctica libertad vs seguridad y por otro lado, las posturas diferentes que se han consolidado alrededor de los rescates. Cuando aborda Wright esta última cuestión nos acerca a las familias de aquellos periodistas y cooperantes norteamericanos secuestrados por el Daesh, algunos de los cuales resultaron ejecutados, priorizando su perfil humano. En cuanto a la organización terrorista que lleva a cabo el secuestro, el autor expone las características fundamentales de su estrategia, dentro de la cual sobresale la manipulación del lenguaje con el fin de provocar un desplazamiento de la responsabilidad: “se os han dado muchas posibilidades de negociar la liberación de vuestra gente mediante transacciones de dinero como han aceptado otros gobiernos (…) sin embargo nos habéis demostrado con mucha rapidez que no estáis interesados en ello” (p. 409).
Finalmente, Lawrence Wright también alude en su obra a la metodología predilecta de los grupos terroristas y por tanto de Al Qaeda y Daesh: acción-reacción-acción, es decir, “el terror, como estrategia, raras veces tiene éxito, salvo en un aspecto: genera represión por parte del Estado o la potencia ocupante. Ese es un objetivo esperado y anhelado por los terroristas, que tratan de contrarrestar la enorme ventaja militar del Estado obligándole a reaccionar de forma desmesurada, lo cual genera apoyo popular para su propia causa” (p. 439). De esta premisa general podemos extraer una serie de lecciones relevantes, siendo la principal de todas ellas el manejo del victimismo por parte de los terroristas como herramienta para ganar adeptos a su causa, bien en forma de nuevos militantes, bien en forma de opiniones públicas que rechazan las medidas adoptadas por sus gobiernos para combatir el terrorismo, negando la legitimidad de aquellas.
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