Es curioso: al poco del inicio del libro, el autor entra directamente al tema de una manera clara: “Ante la duda sobre si el poeta nace o se hace, es mi opinión que todos nacemos con predisposiciones poéticas: el poeta nace. Decir lo contrario –continúa- equivaldría a decir que nacemos sin sentidos, sin sentimientos, sin razón, sin aspiraciones, sin sueños” Digo que resulta una declaración curiosa por cuanto parece que asemeja la condición implícita de todo hombre a una consecuencia de poesía en su vida. Es interesante –y, añado, no me parece un argumento descabellado. Potencialmente todo espíritu es susceptible de manifestar, de uno u otro modo, su sensibilidad. En tal consideración, mediante la expresión literaria u otro modo de manifestación –y pueden ser casi infinitos- el hombre transmite una forma de sensibilidad que, por extensión, es un lenguaje, una definición alegórica, metafórica, poética en el sentido más íntimo y relevante. A veces depende de la capacidad del otro para advertirlo.
El libro resulta un discurso apasionado, voluntariamente argumentado aunque fuere como intención literaria, y por ello es una compañía sugerente, didáctica, amena y reflexiva; entretenida en el sentido más positivo. Así, cuando pasa a los ejemplos, al propio verso, elige atinadamente a Guillevic, de quien cita: “no podía expresar con más tino y convicción el sentido de cuanto he pretendido exponer: Cuando escribo/ es como si las cosas,/ todas, no solo aquellas,/ de las que escribo/ vinieran hacia mí/ que parece y yo lo creo/ que es para conocerse” Expresión-exposición vital para un conocimiento que no solo afecta al lector, sino también al autor.
Por fin, no se resiste, en buena lógica y canon poético, a ese ‘dúo estético inexcusable’ como ha dicho alguien, y escribe: “poesía y música tienen en común: el tono (de cuyas variaciones surge la melodía); el timbre (correspondiente al sonido de cada instrumento -¿o palabra, pienso); el volumen o intensidad (que va del piano al fortíssimo; el ritmo (o retorno de cualquiera de los elementos; ¿tal vez el estribillo?); el tempo (desde el tempo largo al presto); la tensión; la consonancia o armonía” He aquí que en todos estos estadios literario-músico-emocionales está el discurso humano, está el interior del hombre, del autor, dando prueba y fé de sí. En todo el mosaico elaborado de estos armoniosos fragmentos está, en fin, a la postre, el hombre: gozoso y triste, enamorado o indiferente, creyente o ajeno a todo vínculo.
Y el mosaico refleja, poéticamente, el ser.
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