D.A.- Comienzas "En el nombre del tiempo" con una cita de Jaime Sabines que forma parte de un endecasílabo perfecto: «Yo no lo sé de cierto. Lo supongo». Creo que este verso y que tú lo coloques como frontispicio de tu obra poética es toda una declaración de intenciones… Como poetas, ¿qué podemos dar por cierto?
L.I.- Supongo que no hay que dar por cierto demasiadas cosas, ya sea como poeta, ciudadano, persona de este mundo. Sin embargo esta incertidumbre la considero muy productiva. La duda es la condición necesaria de la reflexión. Y a pesar de ello, de nuestro esfuerzo intelectual, la mayoría de preguntas importantes sobre las cuales nos gustaría obtener respuesta, por no decir todas, quedan sin contestar. Pero lo importante no son las respuestas, yo creo que lo medular es ese trabajo de reflexión que en ocasiones nos parece baldío. Esa tarea, pienso, supone un pilar básico para el levantamiento de una futura creación literaria.
D.A.- En Lectura de Piedras en la playa glosas a Felipe Benítez Reyes, que es, sin duda, uno de tus poetas de referencia (como lo pueden ser también Luis Alberto de Cuenca o Manuel Lacarta)…
L.I.- No te equivocas, David. Efectivamente estos tres poetas, tan buenos y tan diferentes, han influido de manera importante en la confección de mi primer libro. Además de haber leído una parte importante de su obra, he tenido el privilegio de entrevistarlos. Los admiro, sí, trato de aprender de estos grandes maestros y de muchos otros. Si además uno puede agradecerles esa influencia incluyendo en un poema una cita o una glosa, pues tanto mejor. La lectura de poemas de grandes escritores, de todos es sabido es a menudo fuente de inspiración para otros poetas menores. Yo como poeta menor, poeta aficionado, o como quiera denominárseme, recurro con frecuencia a poemas de los autores mayores, consagrados o/y reconocidos al objeto de que sirvan de fuente de ignición para encender ese fuego que termina siendo el poema. A mí esto me sucede con frecuencia.
D.A.- De hecho, en el poema Primer encuentro con un poeta rememoras tu encuentro con Manuel Lacarta y hablas de él en un tono que tiene algo de ser mitológico («Su rostro, de otro tiempo. / Su barba, de otro siglo»). Normalmente, cuando un joven poeta conoce a sus poetas mayores suele desmitificarlos, tú –y es algo que te honra- haces justo lo contrario…
L.I.- Gracias por lo de joven, suena bien. Tienes pagada una caña, ja, ja, ja… Ahora en serio, cuando conocí a Manuel me impresionó mucho. Me deslumbró. Te contaré que yo estaba nervioso. Sentía que estaba ante alguien especial. Su apariencia, su conversación, su autoridad intelectual, me causó una honda impresión. Luego con el tiempo cogí confianza, ja, ja, ja… Y el mito dejó paso al hombre y al poeta. Hay que decir que Manuel Lacarta es una rara avis; hablamos de un escritor que ha vivido y vive de la literatura, uno de los pocos poetas vivos que asistían a las tertulias del Café Gijón. Allí se juntaban, pintores, literatos y hasta políticos. Como para no estar deslumbrado ante un personaje de esta envergadura. Sí, confieso mi debilidad por Manuel Lacarta, persona y poeta. Es algo así como un mito en vida, un auténtico “figura”, dicho en lenguaje coloquial. Y tengo la suerte de compartir su amistad. De eso sí puedo presumir.
D.A.- De alguna forma, tu poesía es un vasto homenaje a la poesía en general. Por eso, de vez en cuando, encontramos en tus versos la tan característica intertextualidad posmoderna: «Mi infancia son solapas de camisas». O: «Soñar, soñar, soñar… Vivir, vivir / como océano, fuente, mar o río; / fluir constante de un no querer morir».
L.I.- Sí, ya digo que me nutro de lo que leo, y sobre todo, en los últimos años, he intensificado mucho la lectura de libros de poemas. Te diré, aunque supongo que lo intuyes, que la poesía ha pasado a ocupar un lugar importante de mi vida. Ha pasado a convertirse en una necesidad para mi equilibrio mental, espiritual. Me produce placer y bienestar. Y, sí, es cierto que este libro no está articulado sobre un tema específico. Si hay algo que da una homogeneidad al libro podría ser esta circunstancia que mencionas. EN EL NOMBRE DEL TIEMPO creo que en el fondo no es otra cosa que un gran homenaje al hecho poético.
D.A.- Pero no todo es idílico. Es más: en tu caso, el mundo no es una añorada Ítaca y, si lo es, como en el caso de Cernuda, no hay «Penélope que aguarde tu llegada»…
L.I.- Pues sí, la vida no es toda de color de rosas. El mundo es el que es, con sus cosas buenas y con sus miserias. Esto es una realidad y, sin embargo, todo ser humano tiene, creo yo, la obligación de buscar esa Ítaca particular. Metafóricamente se trataría de un viaje interior en búsqueda de la realización personal. El poema al que aludes va un poco de esto.
D.A.- ¿Acaso deberíamos hablar de spleen? Algunos de los títulos de tus poemas, sobre todo de los más breves, apuntan a este estado: Ansiedad, Depresión, Soledad…
L.I.- La ansiedad, la depresión, la soledad, forman parte de la vida. Sin duda son consustanciales a la condición humana. Y la poesía se debe ocupar de todo aquello que sea consustancial a la condición humana. Yo he transitado estos caminos y estas experiencias dolorosas han dado origen a algunos de mis poemas.
La poesía se debe ocupar de todo aquello que sea consustancial a la condición humana
D.A.- Y, sin embargo, hay Esperanza…
L.I.- Siempre. Hasta el último momento se debe mantener la esperanza. La actitud es muy importante en la superación de las dificultades. “Siempre positivo”, decía un ex - entrenador del Barcelona.
D.A.- ¿Y qué me dices de esa relación amor-odio con la ciudad de Madrid, esa ciudad que está «enferma» y que late «mientras un millón de cadáveres / aún» duermen?
L.I.- Pues que en mi caso es así. Efectivamente mi relación con la ciudad es una relación de amor-odio. Yo no soy persona que se encuentre cómoda en espacios donde se reúnen grandes concentraciones de personas. Fíjate si me siento atacado por el tipo de ciudad actual en la que vivo que hace años dejé de conducir debido al estrés que me producía el tráfico. Yo soy más de lugares pequeños y tranquilos. Por eso me encuentro tan a gusto en ciudades del tipo de Valladolid y León, por poner un par de ejemplos. No obstante, por fortuna, en las grandes ciudades todavía se pueden encontrar pequeños reductos en los que poder disfrutar de momentos de paz y tranquilidad. Pero ciertamente es en el verano cuando Madrid se convierte en una ciudad extraordinariamente amable. En esta época del año uno puede ir a todas partes sin agobios, pasear por las calles semivacías, por extraño que parezca disfrutar del sonido del silencio. Es en ese periodo del año cuando disfruto más de la ciudad, sobre todo de la zona central y de su casco histórico.
D.A.- La verdad es que hemos convertido a nuestras ciudades en cementerios de zombis consumistas que transitan de un no-lugar a otro. Tú lo explicas muy bien en el poema Ciudad: «Recuerdo cómo los mismos lugares / tenían otra magia, otro atractivo. / Por ejemplo: el parque. / Recuerdo ese océano de tierra / donde no había padres vigilando / y la bandera verde permanente / ondeaba al viento, ausente, cada tarde».
L.I.- Evidentemente esta ciudad no es la misma en la que yo vivía cuando era chaval. Nada tienen que ver la una con la otra. Antes, todo era más sencillo; había menos cosas, la tecnología apenas existía, todo era más natural, más simple, más auténtico. Un parque y una pelota eran elementos suficientes para hacer feliz a cualquier muchacho. Y mientras tú campabas a tus anchas, tus padres permanecían tranquilos. Pasábamos todo el día fuera de casa al aire libre. Siempre con el imaginario activo en búsqueda de actividades lúdicas para pasar el tiempo felices. El máximo peligro: volver con un rasguño en las rodillas. Yo recuerdo una infancia muy feliz. He sido muy afortunado, y doy gracias a la vida por ello.
D.A.- Para terminar, suelo hacerlo deteniéndome en un verso en particular, algún verso que me ha llamado la atención especialmente y que suelo recordar para siempre. En tu caso, me lo has puesto fácil, pues tú mismo no los has querido recalcar: «¡Un verso, solo un verso! / Cons-cien-te en- el- si-len-cio- de- la- no-che».
L.I.- Sí, se trata de un endecasílabo. Un tipo de verso muy de mi gusto. ¡Qué bien suenan al oído las once sílabas cuando están bien dispuestas en su acentuación interna! El verso en cuestión no requiere demasiada explicación. Todos conocemos y hemos experimentado esa atención consciente en el silencio de la noche, momento, por cierto, especialmente propicio para dedicar unos minutos a la lectura y escritura de poemas.
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