En la cárcel de Hackensack, Constance Kopp, la mujer policía, se horroriza al ver cuántas mujeres son acusadas de dudosos cargos de conducta incorregible o de moral deprava, como Edna Heustis, que se fue de casa de sus padres para trabajar en una fábrica de armamento. Pero Constance se dedica en cuerpo y alma para defender los derechos de todas ellas. «Eran chicas que se veían obligadas a pasar varias semanas en la cárcel, a la espera de juicios para los que no estaban preparadas, pues no contaban con la defensa apropiada. A menudo, eran los mismos padres los que las acusaban: no era raro ver a madres que testificaban contra sus hijas; ni a padres que tomaban la palabra en los juicios para suplicar a los jueces que los libraran de sus hijas tan díscolas. Y se había vuelto casi una costumbre por parte de los padres recurrir a los tribunales cuando las hijas se volvían obstinadas y testarudas, y ellos ya no podían con ellas.»
En los tiempos que corren, siento la necesidad de acercarme a textos que me hagan sentir que la lucha no está perdida, que seguimos remando incansables sin dejar que una corriente misógina y machista nos hunda la nave; quiero seguir creyendo que algún día, más pronto que tarde, conseguiremos romper el techo de cristal que nos subleva y nos degrada. Los libros como este consiguen alimentar y encender esos pensamientos.
A pesar de ser, como ya he mencionado, una novela muy alentadora, para mi gusto considero que se justifica, demasiado a menudo, en todo aquello que las mujeres pueden hacer y/o se masculiniza un poco a las mujeres transgresoras. «Constance tenía mucha fuerza de voluntad, la adornaba un caro sentido de la justicia y una gran agudeza visual, y sabía sacar ventaja de lo alta que era. Porque una de las razones que se esgrimían para que no hubiera mujeres policía era que les faltaba fuerza física; algo que le sobraba a Constance, y que no dudaba en utilizar a la primera de cambio. El sheriff Heath había detectado en ella esas cualidades que ha de tener un buen policía, independientemente del sexo, y por eso le ofreció el trabajo.» El personaje de Constance Kopp ya es, de por sí, estimulante y fascinante; su carácter, su moral, su sentido de la justicia, su forma de romper con estereotipos y su inteligencia ya son evidencias suficientes para demostrar sus capacidades y es por eso que, como lectora, se me hacen innecesarias explicaciones como «independientemente del sexo» o que la doten de unas características masculinizadas para hacer un personaje femenino confortador. Si os aventuráis a leer la novela, no todos los personajes femeninos rompedores siguen los mismos patrones, y pienso que, por haber existido realmente, Stewart ha procurado ser los más fiel posible a los personajes de las hermanas Kopp y a los sucesos reales que vivieron. Las tres hermanas son difíciles de olvidar, ya que tienen tantas virtudes como defectos y eso las hace tan humanas como el lector que las está conociendo.
Hay que leer esta novela para querer seguir rebeldes, para querer seguir expresando nuestro dolor, nuestros derechos y para conocer nuestra historia, una historia que todavía queremos seguir cambiando.
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