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Delirios de don Quijote
Delirios de don Quijote

EL CÓDIGO DON QUIJOTE (segunda parte)

Por Álvaro Bermejo
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beralvatelefonicanet/7/7/18
viernes 21 de diciembre de 2018, 07:53h

EL CUARTETO BENENGELI

No es país para lectores el nuestro, pero El Quijote sigue siendo un libro para soñadores. Por lo que tiene de plural y poliédrico, siempre jugando con la ambigüedad y el doble sentido, parece burlarse de todo y de todos al tiempo que abre uno tras otro mil enigmas.

Ya de entrada, Cervantes se inventa un narrador árabe –Cide Hamete Benengeli-, y por medio de este a un hidalgo muy español, don Alonso Quijano, quien a su vez inventa a don Quijote, que inventa asimismo a Dulcinea y toda la realidad que necesita. En La Ciudad de Cristal, Paul Auster le sigue el juego proponiendo la posibilidad de que fuera don Quijote quien escribiera su autobiografía con la colaboración de lo que define como “El cuarteto Benengeli”. Un don Quijote real le habría contado la historia a Sancho Panza, el bachiller Sansón Carrasco la habría vertido al árabe y Cervantes acabaría encontrando el libro en el zoco de Toledo. “Me gusta imaginar esa posibilidad –continúa Auster-, Cervantes contratando a don Quijote para descifrar la historia del propio don Quijote”.o es país para lectores el nuestro, pero El Quijote sigue siendo un libro para soñadores. Por lo que tiene de plural y poliédrico, siempre jugando con la ambigüedad y el doble sentido, parece burlarse de todo y de todos al tiempo que abre uno tras otro mil enigmas.

¿QUÉ SIGNIFICA QUIJOTE?

Con la venia de Clavileño, pregunto: ¿estamos ante un libro de claves? Resulta muy revelador que nuestro hidalgo arranque su andadura desde un paraje como Puerto Lápice –mi mundo gira en torno a un lápiz-, que viviera su peripecia más alucinante en la cueva de Montesinos, el Monte del Sino, o del Destino, y hasta que eligiera para sí un nombre tan enigmático como el Rosebud de Citizen Kane. ¿Qué quiere decir Quijote? ¿Acaso “Hijo de ti”, lector que te asomas a sus páginas buscándote a ti mismo?


En la cueva de Montesinos la confusión entre realidad y simulacro, entre visión y ficción, alcanza su pleonasmo. No es sino una réplica iniciática de cuanto acontece en la burlesca Ínsula de Barataria. La vida es sueño, parece decirnos Cervantes, pero sueño desencantado. Cuatro siglos antes de García Márquez
, El Quijote escarnece cualquier posibilidad de realismo mágico y funda la novela moderna. En ambos casos agota todas sus variantes. Ya no caben héroes que no cabalguen sino hacia su derrota final, que es también la de la novela, entendida como expresión totalizadora del sentido de la existencia. Aureliano Buendía, como el príncipe Mishkin de El Idiota, como el Ignatius Rilly de La conjura de los necios, no pueden escapar de la larga sombra del Caballero de la Triste Figura. Sucede otro tanto con sus escuderos virtuales, trátese del patético Humbert Humbert destruido por la Lolita nabokoviana o de Herr Puntilla y su criado.Con la venia de Clavileño, pregunto: ¿estamos ante un libro de claves? Resulta muy revelador que nuestro hidalgo arranque su andadura desde un paraje como Puerto Lápice –mi mundo gira en torno a un lápiz-, que viviera su peripecia más alucinante en la cueva de Montesinos, el Monte del Sino, o del Destino, y hasta que eligiera para sí un nombre tan enigmático como el Rosebud de Citizen Kane. ¿Qué quiere decir Quijote? ¿Acaso “Hijo de ti”, lector que te asomas a sus páginas buscándote a ti mismo?

Una y otra vez, el héroe romántico sucumbe a una lectura existencialista avant la lettre. El choque con la realidad resulta devastador. Y son precisamente los más cuerdos los que acaban con su cordura, hasta el punto de hacer deseable que don Quijote no recobre la lucidez, pues nunca nos pareció más lúcido que cuando cabalgaba de descalabro en descalabro, no para darnos lecciones de literatura, sino para enseñarnos a vivir.

En su tiempo le reprocharon ser un escritor sin estilo y acertaron: no quiere tenerlo. Cervantes es esa voz que habla al lector de tú a tú, de corazón a corazón, a través de una mirada llena de humanidad cuando la vierte sobre los humildes, mientras reserva toda su bizarría caballeresca para desnudar tanta pompa fraudulenta como la que envuelve a los grandes de este mundo. Su debilidad son las mujeres, como cuadra a todos los Amadises que en el mundo han sido. Trátese de Galateas o Dulcineas, cifra en ellas el ideal de la dama imposible, pero también una lectura avanzada de la condición femenina.

Se diría que a través del eterno femenino espera algo muy parecido a una redención personal. ¿De qué condena? Una vez más, la biografía del Ingenioso Hidalgo se solapa con la del atribulado Cervantes. El juego de espejos nos reserva una clave final “escondida” a la vista de todos, en la primera línea de su novela. ¿Por qué escribe “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”?

ANCHA ES LA MANCHA

Por hacer de La Mancha entera, sin reparar en ninguna población concreta, la cuna de su personaje inmortal? Tal vez sea esa la razón, digan lo que digan los cronistas de Esquivias, los de Argamasilla de Alba o los de Villanueva de los Infantes. Pero si El Quijote es un libro cifrado, es muy posible que Cervantes nos esté pintando una Mancha no geográfica sino literal; es decir, una mancha que ha caído sobre su honor, y en la que no se reconoce por más que no deje de atormentarle.

La verdadera Mancha de Cervantes supura el desdén con que se le premió tras la proeza de Lepanto, el menosprecio con que le ningunearon sus contemporáneos, las muchas humillaciones cortesanas y otras tantas prisiones donde concibió su fantasía liberadora, decididamente subversiva, pues si algo alienta su Quijote es una radical independencia de criterio donde triunfa el punto de vista del individuo y la libertad de pensamiento.

“Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”, escribe Pessoa. No importa cualquiera que sea tu cautiverio, responde Cervantes, lánzate a cabalgar en pos de tus sueños, hasta que tu mancha se borre con la pureza de tu corazón y accedas a la inocencia final, aunque solo la alcances en el umbral de la locura. Mientras escribe, Cervantes vuelca el tintero. Es así como la Mancha metafórica se ha convertido hoy en una Mancha en expansión, en un inmenso espejo de tinta donde mirar lo que somos.

Cuatrocientos años después nuestro mundo sigue siendo el mismo, convulso y disparatado, salvaje, inhumano, tragicómico a veces, un mundo de locos. ¿Dónde está Cervantes? ¿En los homenajes, en las exposiciones multimedia, en las rutilantes academias arboladas de eruditos que glosan y glosan su obra? No, solo en las páginas de un libro viejo, tan viejo como infinito, en cuyo prólogo todavía puede leerse una sentencia atroz: “duermo en el silencio del olvido”. Abrirlo es rescatarlo y despertar, ponerse en camino siguiendo a un hidalgo que enfrentó el pensamiento dogmático y todos los absolutos de su tiempo con una sonrisa irónica, a veces desencantada, pero tan entrañada de humanidad como rebosante de sabiduría.

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