Infatigable buscador de tesoros escondidos en lo más profundo de cada uno de nosotros, Pérez Antolín nos muestra una lucha encarnecida entre preguntas y respuestas que abarcan todos los ámbitos de la vida (política, sociedad, religión, cultura, etc.). Todo ello enriquecido por un gran dominio de la palabra; esa con la que disfruta y se emociona cuando da en la diana.
Un libro donde nos encontramos, en algunos de los aforismos, con imágenes y ritmos más propios de la poesía, la cual se mezcla con otros géneros, permitiendo el desarrollo sin fin de las ideas.
Es un libro que emana de las alcantarillas para poner en duda todo aquello que nos rodea.
En sí parece un juego de la curiosidad, de la incipiente curiosidad, que amamanta, día a día, la locura humanística del que medita.
No entiende los riesgos, una vez expuestos, porque el autor ha identificado todo aquello que circula en su interior y a su alrededor, y solamente los plasma cuando merecen ser escritos.
Un anagrama de la reflexión en donde no hay cabida para el desorden marcado. Aforismos escritos con una sutileza y una fuerza arrolladora que busca devorar las entrañas del ser humano.
No hay cabida para esconderse, de todo se habla, de todo se opina, de todo se piensa.
Es un libro que se leer sin tregua. Te invita a buscar el momento crucial en que el autor decide poner una frase u otra, pues él tiene la capacidad intelectual de saber que ahí va a estar la diferencia entre lo bueno y lo malo. En un símil futbolístico, es aquel jugador que detiene el tiempo, otea el campo, vislumbra la jugada antes que nadie y da el pase preciso.
Dice Jorge Edwars que “hay que escribir contra todo”, y resulta una frase perfectamente aplicable a este libro, ya que posee el don de la disputa contra las verdades establecidas.
Siempre hay confrontación entre la vida y la muerte, entre la fe y la ciencia, entre lo celestial y lo terrenal, entre el idealismo y el realismo; así conseguiríamos adentrarnos en su cosmovisión, porque eso es lo que llega a crear Pérez Antolín: su propio mapa de la realidad. ¿Se puede decir algo mejor de un aforista? Tiene su propia identidad, es como él lo quiere marcar.
Hay libros en donde el autor y su criatura no siempre convergen, sino que tiene que ir más allá.
Fray Luis de León, cuando vuelve de su encarcelamiento para dar la primera clase en la Universidad, comienza con un “decíamos ayer”. Después de leer Crudeza tienes la sensación de que todo es continuo. No hay espacio ni tiempo.
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