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Philip K. Dick
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‘CONEXIÓN VALIS’ EL CEREBRO BILATERAL DE PHILIP K. DICK

Por Álvaro Bermejo
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beralvatelefonicanet/7/7/18
domingo 28 de octubre de 2018, 20:26h

Sufría alucinaciones desde su adolescencia, un psicoanalista le propuso la escritura como terapia. Nadie entendía esos relatos que parecían hibridar ucronías futuristas y mensaje esotéricos. Su deterioro se acentuó con su ingreso en el mundo de las sustancias psicoactivas, lo que le llevaría a la cumbre de la Literatura LSD. Afirmaba ser visitado por “entes del otro lado”, dijo haber presenciado el Apocalipsis y derivó en el mesianismo: el androide que soñaba con ovejas eléctricas esperaba a Maitreya.

Su existencia fue un fractal de vidas paralelas. Por más que predicara haber alcanzado la iluminación nunca dejó de ser un marginal, un “barjo” –un colgado-, como se definía a sí mismo, escarnecido por los editores respetables y asediado por las deudas hasta su muerte. El reconocimiento le llegó mucho después, cuando sus obras se tradujeron a películas de culto como Blade Runner o Desafío Total. El suyo se inició un tres de febrero de 1974. Ese día tuvo una visión trascendental. Un haz de luz estalló ante sus ojos. Su color estaba más allá del espectro y parecía contener un mensaje más allá del tiempo, como si se abriera ante él un universo oculto regido por una Presencia Superior. Había nacido la Experiencia VALIS.

TRES-DOS-SETENTA Y CUATRO

VALIS es el acrónimo de un concepto creado por Dick –Vast Active Living Intelligence Sistem-, que podemos traducir como Sistema de Vasta inteligencia Viviente. Sucedió al regresar de la consulta de su dentista. Éste le había extraído la muela del juicio anestesiándole con pentotal sódico. Un barbitúrico de efectos hipnóticos, también conocido como el suero de la verdad. Una vez en casa, y puesto que el dolor no cesaba, telefoneó a la farmacia. Quería un analgésico más fuerte. La empleada que se lo trajo llevaba una colgante con el signo del Pez –“Vesica Piscis”, el emblema de los primeros cristianos-, pues pertenecía a un culto evangélico. Al verlo, Philip K. Dick (PKD) experimentó un shock semejante al de Pablo de Tarso en su camino de Damasco. El Pez comenzó a irradiar una luz rosada tan intensa que perdió la visión. Esa luz cegadora invadía la totalidad de su mente “como un ser de otro mundo dotado de inteligencia”.

¿Estaba sufriendo una crisis psicótica producida por el pentotal? Según la medicina sus efectos son ultracortos, y, más aún, inhiben los neurotransmisores excitadores. La excitación de PKD, por el contrario, fue a más. Según sus propias palabras, la habitación entera se pobló de destellos de electricidad estática mientras sentía que esa “luz inteligente” comenzaba a hablarle con la fuerza de una epifanía: “como si hubiese estado loco toda mi vida y de repente me hubiese vuelto cuerdo”. La visión le sumió en un estado delirante que se prolongó tres días y que calificaría como una revelación del apocalipsis. Se vio como un esenio del siglo I perseguido por Roma que decía llamarse Tomás. Se vio morir, ejecutado por estrangulación, en los subterráneos del Coliseo. Vio el rostro de Jesucristo en majestad. Y se asomó a su propio Idios Kosmos.

PERDIDO EN LA TWILIGTH ZONE

Su vida cambió para siempre a partir de ese 3 de febrero de 1974, hasta el extremo de que pasó a convertirse en una clave que consignaba en sus diarios con el anagrama 3/2/74, como si se tratara de su segundo nacimiento. No precisamente en los horizontes de la ciencia ficción, sino más bien en regresiones mentales que le llevaron a vivir una doble existencia, como él mismo y como Tomás, en dos tiempos paralelos.

Cuando se sentía poseído por Tomás se pasaba horas hablando en latín, griego y arameo, idiomas que jamás había estudiado. Cuando volvía a ser él declaraba: “el espíritu de Elías vino a mí en 1974”. Sin embargo, no fue ese nombre el que eligió para definirlo en la novela que comenzaría a escribir frenéticamente. La tituló VALIS, y le dedicó un ciclo obsesivo cuyos protagonistas -Horselover Fat, Nicholas Brady, et alia-, erran por una dimensión crepuscular y terrorífica sometida a un poder totalitario digno de los lovecraftianos Mitos de Cthulhu.

La Twiligth Zone de Bradbury y Matheson se había hecho carne dentro de su hipotálamo, ya solo quería vivir para contarlo. Se diría que le urgía transmitir un dramático mensaje al mundo. ¿Qué había detrás de todo eso?

REGRESO A NAG-HAMMADI

Sin duda, una activación de su mente esquizoide propiciada por las anfetaminas. Esto explicaría boutades tan psicodélicas como pontificar que la Sibila de Cumas profetizó el asesinato de Kennedy. Pero no hay sustancia alucinógena que pueda provocar la glosolalia –el don de lenguas-. Dick hablaba por la boca de Tomás el esenio, y lo hacía en su lengua original. Como si VALIS le hubiese transferido otra personalidad latente en sus circunvoluciones cerebrales.

No obstante, su caso se asemeja más a un éxtasis místico que a cualquier estado delirante. A partir de esa fecha fueron constantes. “Un día miré al cielo y vi una cara, y no era humana. Era un gran rostro de perfecta maldad. Era inmensa, llenaba un cuarto del cielo. Tenía las cuencas de los ojos vacías, era metálica y cruel. Lo peor de todo es que era Dios”.

Cierto, la búsqueda de Dios fue para PKD una obsesión angustiosa durante toda su vida. Pero la referencia a este dios del mal, que sería su antípoda, carece de sentido salvo que la conectemos con el demiurgo ciego y perverso a quien los gnósticos del siglo I llamaban Samael o Yaldabaoth.

VALIS COMO BIG-DATA

Su tiempo coincide con el de aquel Tomás que pudiera haber sido tanto un esenio como un gnóstico. De hecho, entre los textos exhumados en Nag Hammadi –la cuna de los Manuscritos de Qumrán-, figura un Evangelio de Tomás donde se revela lo esencial de la doctrina gnóstica: nuestro mundo no ha sido creado por un dios de bondad, sino por un demiurgo maléfico, aunque no ha conseguido extinguir la luz divina que late en el corazón de cada hombre. Llámense Yeshuá, Buda o Zoroastro, la misión de los enviados consiste en despertar esa llama y mostrarnos el camino de regreso al Logos.

¿Se consideraba PKD un enviado? En una conferencia de 1976 –Hombre, androide, máquina-, se define como un “contactado” que habría recibido una “masiva transfusión de conocimientos” como si hubiesen conectado su cerebro a un Big Data cósmico. Es a esa fuente a la que llama VALIS, tanto un canal de información supratemporal como un generador de realidad subyacente, pero absolutamente operante, cuyas revelaciones le llevarían al borde del suicidio.

EL MENSAJE DEL PROGRAMADOR

En una carta de 1977, la Carta Joan, PKD cuenta que la voz de Tomás le llega como un disco rayado que repitiera una y otra vez el mismo mensaje: “”Me decía que dos fuerzas opuestas se combatían en nuestro mundo desde el Origen, los hijos de las Tinieblas contra los Hijos de la Luz. Yo era el Testigo de un enfrentamiento cósmico cuyo teatro eran las arenas de la historia. Por supuesto, era un Hijo de la Luz que había olvidado su identidad. Ahora sabía por qué y para qué estaba allí. Así conocí a mi verdadero padre, el Programador”.

El Programador era VALIS. Y como si escribiera al dictado, se aplicó a transmitir su mensaje con una escritura compulsiva. En su mente, revivía Juan de Patmos viendo ante sí los cielos enrollándose como un pergamino. El galope de los cuatro caballos del Apocalipsis guiaba su pluma. Siete novelas escritas en estado de alucinación, siete copas rebosantes de anfetaminas. Sólo a él le correspondía la apertura del Séptimo Sello.

Como todos los escritores, PKD tenía un punto neurótico. Como todos aquellos que indagan en la parte tenebrosa del inconsciente, sufría. Pero desde aquella fecha fatídica, 3/2/74, la sensación de bailar con la muerte saltó de su imaginario a su realidad más inmediata.

EL IMPERIO NUNCA CAYÓ

Según Tessa B. Dick, una de las cinco mujeres con las que contrajo matrimonio, en marzo de 1975 ambos comenzaron a tener la certeza de que corrían un peligro real: “Vivíamos en una pesadilla. Nuestra radio se cortaba. Se ponía en marcha cuando no estaba encendida y captaba emisiones que no procedían de ninguna emisora conocida. Oíamos ruidos, oíamos voces. En dos ocasiones, al regresar a casa, descubrimos que nuestra puerta había sido forzada. No era la primera vez que asaltaban los archivos de Phlip, pero ahora teníamos la sensación de que alguien se había quedado dentro, oculto y al acecho”.

Este podría ser el comienzo de otra de sus novelas más inquietantes, Radio Free Albemuth, solo publicada tras su muerte, en cuyo prólogo asegura haber recibido información sensible de una inteligencia extraterrestre llamada Albemuth. Su protagonista, otro alter ego, lucha contra la emergencia de un estado totalitario descifrando los mensajes VALIS encriptados en las letras de conocidos cantantes de rock. La paranoia orwelliana, sin embargo, proviene de otra de sus visiones recurrentes. En sus sueños de adolescencia se veía en una librería, tratando de localizar un pulp con un título muy peculiar, El Imperio nunca cayó, donde se revelaban los secretos del universo.

Una interpretación reduccionista podría relacionar este sueño con el espionaje del que fue objeto durante la caza de brujas implementada por Edgar Hoover, el todopoderoso director del FBI, un Big Brother en estado puro. Los teléfonos y el correo de millares de sospechosos de “actividades antinorteamericanas” se intervenían sistemáticamente. La CIA reconoció haber interceptado al menos una carta que PKD había enviado a un científico soviético. Pero si nos atrevemos a ir hasta el fondo en la mente de su autor, resulta más consonante relacionar ese Imperio con la Roma de Tomás el gnóstico. Los sethianos de Nag Hammadi fueron perseguidos hasta la aniquilación por Tito Flavio. Imperio contra Imperio, también ellos defendían el suyo: veneraban a Hagia Sophia –la Sabiduría Sagrada-. En la Exégesis de VALIS, Dick la relaciona con una suerte de “plasma divino” procedente de un lejano sistema solar al que llama Logos –otra de las divisas gnósticas-.

PKD ya no vivía en el mundo real, sino en el tiempo apocalíptico. Creyéndose reencarnado en Tomás el esenio, se sentía atrapado en una angustiosa “Prisión de Hierro Negro”. Sólo la escritura podría depararle la libertad. En una carta al neurólogo californiano Leslie Orstein, le cuenta que está escribiendo una novela que se titularía To Scare the Dead –Para asustar a los muertos-. Muertos vivientes. Revenants. Como iba camino de serlo él mismo.

EL CEREBRO BILATERAL DE PKD

Orstein era una celebridad en los EE.UU. de entonces a cuenta de sus tesis acerca de la “mente oposicional” y el “cerebro bilateral”, donde sostiene que cada uno de nosotros tiene dos mentes. PKD se proclama un “fanático incondicional” de sus teorías, pues cree encontrar en ellas las claves que resolverían sus visiones y todos los mensajes de VALIS. Ya no los interpreta como posesiones místicas, sino como producto de una mente disociada. Pese a ser diagnosticado como paranoico, en adelante se definirá como un esquizofrénico expuesto a la escisión que hacía estragos entre sus personajes –como sucede en Scanner Darkly, cuyo protagonista no sabe quién es, pues lleva una doble vida como policía y narcotraficante-. PKD lo vive en carne propia: las sustancias psicoactivas le provocan periodos prolongados de angustia confusional aguda, alucinaciones múltiples y algo más: la sensación de que VALIS se ha propuesto acabar con él. En otra de sus novelas –Clans of the Alphane Moon-, los esquizofrénicos ejercen como sabios, poetas y videntes, mientras que la violencia y la arbitrariedad se asocia con los paranoicos.

No deja de ser sorprendente el macabro sentido del humor que acompaña sus divagaciones acerca de sus desdoblamientos de personalidad, tal como atestigua su amigo y confidente, Gregg Richman: “mi experiencia sobrenatural, comienza diciendo Dick, pero luego se corrige: casi digo mi experiencia psicótica, sonríe y añade: bien, mi experiencia psicótica sobrenatural, y acaba con una broma”.

El candidato a místico abandona las interpretaciones metafísicas y rechaza el inconsciente como raíz de sus alucinaciones. “Ya no creía que la Voz de VALIS fuera un extraterrestre, Dios, Elías o el Espíritu Santo, sino que procedía de mi cerebro”. A través de Orstein, descubre las teorías de Julian Jaynes, quien sostenía que el hombre arcaico era capaz de oír voces procedentes del lado derecho de su cerebro –el no racional- y dialogar con los dioses.

VALIS pasa a ser una matriz perinatal latente en el hemisferio derecho de su cerebro, cuya actividad, potenciada por los psicotrópicos, le permite asomarse a sus vidas anteriores. Pero dentro de esta dimensión, sigue habiendo un fantasma al acecho. Un fantasma que, tal vez, nos ayude a resolver el enigma.

EL FANTASMA DE CHARLOTTE

PKD tuvo una hermana melliza, Jane Charlotte. Su muerte temprana activó en él un trauma obsesivo: el del “gemelo fantasma”. ¿Era esta Jane la Joan a la que dirigió su carta de 1977, hablándole de Tomás el esenio? La hermana muerta le hablaba, él respondía. El diálogo era permanente. Creía que seguía ahí, agazapada en sus sinapsis, no siempre benéfica, a veces vengativa. ¿Por qué sobreviviste tú y no yo? –parecía decirle-, ¿por qué eres incapaz de amar?

Cinco matrimonios, cinco divorcios catastróficos. Sus biógrafos coinciden en que PKD sufría una amputación afectiva que le hacía sentirse culpable. Inconscientemente, combatía ese estigma proyectándose como un redentor mesiánico en su literatura.

Esto explicaría tanto su acentuada escisión mental como el juego de dualidades PKD-Tomás el esenio. Uno y otro remiten a una dualidad análoga entre los gnósticos, la de los “gemelos primordiales”, que se manifiestan como Oscuridad y Luz, Imperio y Sabiduría. En la última entrega de VALIS, Dick parece encontrar la salida a su laberinto: “No es que ella nos hable, sino que es ella quien habla por medio de nosotros”. Pero esa “ella” también admite interpretarse desde dos lecturas. Puede tratarse de la parte femenina de su cerebro disociado -la Mente Cósmica, el Pleroma de los gnósticos-, tanto como de su hermana fantasma, muerta en vida, pero permanentemente activa en su cerebro.

IDIOS KOSMOS, CRYPTICA SCRIPTURA

Toda su obra parte de la asunción básica de que no puede haber una sola realidad objetiva” –escribe Charles Platt-. Cierto, todo es una cuestión de percepción. Un protagonista puede verse como un sueño de otra persona, entrar en un estado inducido por drogas o caer en un universo alternativo. El universo de PKD, sus odiseas entrópicas, sus regresiones al tiempo de los gnósticos, procedían de una visión interior, un Idios Kosmos que nació con él y cuyas manifestaciones abismales le llevarían más allá del umbral de la locura.

En 1972, dos años antes de su primera experiencia VALIS, intentó suicidarse. La ciencia-ficción fue su refugio. Necesitaba crear una realidad paralela y necesariamente apocalíptica donde se revelara “el orden oculto de las cosas” a través de la cual pudiera escapar de sus alucinaciones provocadas por las anfetaminas y su deterioro psicótico. Tal vez fue así como acabó despertando la zona oscura de su cerebro. Su hermana muerta, los mensajes de Tomás el gnóstico, sus diálogos con Jesucristo, con Krishna y Buda, sus epifanías con la Psicodelia. Todo remite a lo mismo: Psicosis orgánica, experiencias de sincronicidad, regresión a vidas anteriores o inmersiones en el inconsciente colectivo. La omnipresencia de VALIS acabó configurando toda una Cryptica Scriptura donde PKD ejercía simultáneamente como testigo apocalíptico, víctima de sus anticipaciones mesiánicas y libertador de sí mismo.

Tres siglos antes de Blade Runner, Pascal sostenía que la Historia no es otra cosa que el relato de un hombre inmortal que no cesa de aprender. Quizás ese Inmortal al que veneramos sin conocer su nombre, tuvo por un tiempo el rostro de un visionario genial, llamado Philip Kindred Dick.

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