Apagar las luces y escribir a oscuras es una nueva experiencia. Sólo fue un rato, pero la imaginación, que vaga con luz o sin luz, nos hizo enfrentarnos por unos instantes a lo que debieron vivir los protagonistas. Y no nos extraña que se desarrolle en la oscuridad, porque el futuro de una generación sólo percibe ese color negro donde todavía no se divisa el mínimo atisbo de luz al final del túnel.
Es pues una mirada diferente a la crisis que estamos viviendo. "Todas las explicaciones de la crisis nos las están dando de forma muy simplificada", afirmó Isaac Rosa. Tiene razón cuando explica que apuntar la fecha de la quiebra del banco Lehman Brothers como comienzo de la crisis es una simplificación torticera. Si llevábamos tiempo viviendo por encima de nuestras posibilidades era por culpa de los bancos y de los políticos, pero también de nosotros, que nos hemos dejado engañar.
En La habitación oscura un grupo de jóvenes decide construir un cuarto oscuro, un lugar cerrado donde nunca entre la luz. Al principio la utilizaban para experimentar nuevas formas de relacionarse, pero termina siendo un refugio para todos los participantes. "Normalmente mis novelas parten de una idea, pero en esta ocasión arranca de la imagen de una habitación oscura, lo cual da muchas posibilidades metafóricas", explica con seguridad y rapidez.
Es la primera vez que empieza una historia sin saber lo que iba a escribir, "cuando vi las posibilidades de la oscuridad en un tiempo de hipervisibilidad supe que me iba a dar mucho juego, jugar con ver y no ser visto, con entrar y salir de un recinto oscuro donde meterse en ese espacio es como desaparecer", explica. La habitación pasa de ser un sitio divertido e, incluso, lujurioso, a ser triste donde todo se va derrumbando. "Comienza como experimento y diversión y termina siendo un refugio", añade.
La escritura de Isaac Rosa ha ido sufriendo un proceso de decantación. "Es el tipo de escritura que quiero hacer, sin ser todavía yo un escritor maduro y hasta en cierta forma acabado, para ello he ido probando distintas formas y ésta es en la que más a gusto me siento", explica.
Según su opinión es su libro más literario, pese a la lectura política que se puede hacer de él. Los diálogos no son lo que más le gusta al novelista; para él hay exceso de diálogos informativos, lo cual no le gusta, pero lo que sí tiene claro es cuál es su lugar dentro del texto, que es embutido dentro de las descripciones. Es otra forma de suministrar información algo diferente, pero también complicada. Su escritura no es precisamente fácil y requiere atención y quizá también compromiso. Su forma de escribir tiene algo de experimental, buscando un relato más complejo que, por ejemplo, en una novela histórica, género que no le gusta mucho.
Para Isaac Rosa vivimos un tiempo en que es necesaria la autocrítica, "no toda la culpa la tienen los políticos o los banqueros. Si hemos llegado a esta situación es porque nos han metido en esto, pero también nos hemos dejado meter. Tenemos que ser conscientes de que somos dueños de nuestro futuro", repite enardecido. La culpa quizá la tenga la educación, "nos prometieron expectativas y ahora apenas tenemos, estamos viviendo el derrumbe de las mismas", añade.
Para él, se "exige un cambio de nosotros mismos. Ahora mismo, están pasando cosas por debajo, a nivel de calle, de barrios, lo cual me hace sentirme optimista, no a corto o medio plazo, sino a largo. De la crisis no saldremos solos, sino con los demás", apunta en la rueda de prensa que ha celebrado en un céntrico hotel madrileño.
El anular uno de los sentidos, como la vista o el sonido, hace que los demás sonidos se exciten. El autor ha experimentado con la oscuridad para poder escribir la novela y recomienda "no aislarse de la luz y salir más hacia ella". Su diagnóstico es que necesitamos más luz para ver a la gente. La oscuridad descompone, la luz da vida y si añadimos a los taquígrafos, será mucho mejor.
Isaac Rosa nació en Sevilla en 1974. Ha publicado las novelas La mala memoria (1999), posteriormente reelaborada en ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! (Seix Barral, 2007); El vano ayer (Seix Barral, 2004), que fue galardonada en 2005 con el Premio Rómulo Gallegos, el Premio Ojo Crítico y el Premio Andalucía de la Crítica, y llevada al cine con el título de La vida en rojo; El país del miedo (Seix Barral, 2008), reconocida por los editores con el Premio Fundación José Manuel Lara como mejor novela del año, y La mano invisible (Seix Barral, 2011). Es también autor de relatos, de la obra teatral Adiós, muchachos (1998), y coautor del ensayo Kosovo. La coartada humanitaria (2001). Considerado uno de los doce narradores más relevantes del panorama literario actual por el suplemento El Cultural, su obra ha sido traducida a varios idiomas. Es colaborador habitual en revistas, medios digitales y radio, y miembro del colectivo de reflexión Qué hacemos.
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