Frente a ello, la mirada del poeta nos invita, desde el silencio, a la reflexión y la meditación. Así lo ha manifestado la escritora austríaca, Ilse Aichinger: “El mundo es de la materia / que exige contemplación”.
En este contexto aparece el poemario “Arquitectura del silencio”, de Alicia Aza, tras sus publicaciones anteriores: “El libro de los árboles”, “El viaje de invierno” y “Las huellas fértiles”, que recorre la senda de la serena percepción, de la interpretación pausada de los acontecimientos, de la consideración personal y social, con la decidida intención de configurar una poesía inconformista y comprometida, estandarte contra el olvido, contra la dejación y la amnesia social, para rescatar a los débiles y a los destinatarios del horror nacionalsocialista o de cualquier otro tipo de barbarie extremista de los que han jalonado y jalonan nuestra reciente historia, y que se hacen presentes en los silencios meditativos de su propuesta lírica: “tejer es escribir trozos de historia / y los poetas hilan su verdad” (p.27).
El letrero metálico que da la bienvenida al campo de exterminio de Auschwitz (Cracovia): “Arbeit Macht Frei” (“El trabajo libera”) ha supuesto el inicio de este poemario, un golpe brutal en el alma de la escritora: “siento la soledad entre turistas” (p.11) …/… “Moriré cada vez que suba a un tren, / desnuda bajo duchas de hojalata, / ante vallas de alambre que limiten, / ante campos nevados con traviesas. Moriré ante un zapato abandonado, / unas gafas quebradas y perdidas, / ante restos de pelo de los otros. / Moriré ante la mirada famélica / de verdugos y víctimas oprimidos / bajo la oscuridad cruel de los hombres” (p.73). Aún no lo sabe, pero traspasar la frontera de la infamia ha significado “tomar posesión del libro, un libro que no sabe dónde va a llevarle, pero que lo tiene, íntegro y compacto, en algún lugar de sí, aguardando, como en la cubeta, el líquido de revelar de la emoción, el estremecimiento”, tal y como escribió, el también poeta, Antonio Enrique.
A través de trece poemas o cantos, tallados con casi setecientos endecasílabos blancos de magnífica elaboración en base a un lenguaje limpio, preciso y bien cuidado, bajo una tonalidad apodíctica, a la vez que asequible y de rango civil, la autora hace alarde de un dominio preciso de la forma, con una capacidad rítmica privilegiada capaz de elevar al mundo lírico un firme discurso épico frente al olvido, concebido desde una pacífica rebelión contenida, donde es posible asistir a la interpretación poética del mundo, pero de otra manera, recreado desde otro prisma, al modo del poema “Pido el silencio” de Pablo Neruda: “Pero porque pido el silencio / no crean que voy a morirme: / me pasa todo lo contrario: / sucede que voy a vivirme”.
Decía Ortega y Gasset, en su obra “La deshumanización del arte”, que: “la vida es una cosa, la poesía es otra …/… El poeta empieza donde el hombre acaba”. Y éste es el caso, pues Alicia Aza ha dejado de ser la simple mirada de quien visita lugares emblemáticos para trascender los escenarios del horror, ha sabido percibir la realidad de otra forma, ha descubierto la sustantividad que se esconde tras las palabras, las imágenes o las ideas y en ese cruce de caminos, intento emocional por superar lo incomprensible para deshacer y desintegrar una realidad que, por imperfecta, se le hace inadmisible (“es la rebelión ante el desamparo”, p.64), eleva un canto lírico desde el que reflexionar, intensa y profundamente, sobre esas imágenes del terror, asimilando la plástica del dolor que ha quedado fijado en su retina: “Me queda la memoria de los gestos, / el olvido de quien no llegué a ser / y unos zapatos en tierra de nadie” (p.17). Los estudiantes asesinados en la plaza de Tiananmen, la caída del Muro de Berlín o de las Torres Gemelas, Mao Zedong, Serbia, el sufrimiento del cuerpecito de Kim Phuc, el asesinato de Miguel Ángel Blanco, Jerusalén y la Mezquita de Omán, la salida del zulo de Ortega Lara o el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, que se erige como puerta de acceso y cierre del poemario, se afianzan como un altar sobre el que Aza reivindica la vigencia de los valores humanistas, desde una honda preocupación por el ser humano. La presencia de lo arrebatado, de lo aniquilado y el compromiso con el otro, conforman en esta entrega la poética de nuestra autora: “Todo tiempo requiere a sus artistas, / y el arte y lo poético lo fijan / en la retina de héroes de sangre” (p.47).
No espere el lector transitar por un libro convencional, ni lugares comunes, pues sus poemas ofrecen, al contrario, desde el silencio, desde la emocionada contemplación, una intensa disidencia reflexiva sobre la consideración del dolor como un hecho diferencial de la humanidad respecto de otros seres: “si pudiera cogerte de la mano, / intuir tu calor cómplice del frío, / elevar mi dolor a tu palabra” (p.12). “Cualquier escritor es una palabra en la historia, por eso debe asumir su responsabilidad como testimonio frente a los avatares que afectan la condición humana”, ha escrito el hispanista Ahmed El Gamoun, y así ocurre con “Arquitectura del silencio”, que se convierte en una de las propuestas líricas más notables y representativas de la corriente Humanismo Solidario, enarbolando una voz que participa de un esfuerzo de emancipación de la sociedad donde la palabra nosotros es una forma de tomar situación en el presente mediante el establecimiento de una nueva educación sentimental de su momento histórico, sobre la base de la construcción de una subjetividad encaminada a la reconquista permanente del ser, que, en este aspecto, reflexiona con Adorno, quien decía que: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie …/… La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación”.
Y así lo hace Alicia Aza, desde este magnífico poemario, reivindicando el sueño de los héroes anónimos que se erigen desde sus palabras en la precisa metáfora que ha de acompañar al hombre en este tiempo: “Avanzo por la hoguera del silencio / para honrar a los muertos sin jardín / y que el mundo no olvide su metáfora” (p.19).
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