Reportero vocacional desde la adolescencia, cubrió su primer acontecimiento con tan solo 17 años, la muerte de Manolete en 1947 en la Plaza de Linares. A partir de ahí, recorrió el mundo narrando para agencias de noticias como Fotopress o Delta Press y medios como Paris Match, Time/Life o ABC grandes hechos históricos del pasado siglo. En Cuba, a finales del 57, fue el único periodista que consiguió subir a Sierra Maestra y retratar a Fidel Castro, Che Guevara y compañía cuando intentaban derrocar al dictador Batista. Fue una gran exclusiva mundial, publicada en Paris Match, pero antes Meneses ya había recorrido África, desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo, había cubierto el ascenso al poder de Nasser en Egipto y la primera guerra del Canal de Suez, siempre en primera línea. En los sesenta, en Estados Unidos, retrató la lucha por los derechos civiles, la Marcha sobre Washington, con Martin Luther King, el esplendor y la muerte de John Fitzgerald Kennedy, la mafia o el Ku Klux Klan. En esa década, 1963 fue un año crucial para Meneses en lo profesional y en lo personal pues ante su cámara posaron Salvador Dalí, Marlon Brando, Mel Ferrer, Paul Newman, Cassius Clay, Muhammad Ali, Melina Mercouri, Charles Aznavour, João Gilberto o Henry Fonda.
Su inquietud insaciable le llevó de vuelta a Europa para cubrir varias bodas reales, entre ellas la de los actuales reyes de España, a Irán para entrevistar al Sha y retrató la Jordania del rey Hussein. Picasso, Luis Miguel Dominguín, La Begum... La lista de personajes que trató o fotografió es interminable, así como la de historias que era capaz de narrar. Este libro de 256 páginas con 176 fotografías, recortes de prensa y negativos reivindica el valor fotográfico y periodístico de un reportero que de manera inexplicable cayó en el olvido en los ochenta y que tan sólo al final de su vida logró algún reconocimiento. Los entrecomillados de los pies de foto incluidos en este volumen son palabras de Enrique Meneses y corresponden a los comentarios que hizo cuando repasaba la maqueta de esta publicación en diciembre de 2012, tres semanas antes de su muerte.
«Utilizaba la cámara como un aparato tan simple como un lápiz, su virtud es su función, fijar la mirada, documentar un hecho. No le interesaba ninguna clave estilística ni estética, la cámara era una extensión de sus ojos, una aseveración documental del instante, y ese instante era un hecho periodístico. Su fotografía es intensa por la cercanía desde la que dispara a sus personajes, por la ausencia de artificio y la utilización casi exclusiva del objetivo que con más realismo reproduce la visión del ojo humano, el de 50 milímetros. Su teleobjetivo son sus piernas, su instinto periodístico llena el contenido de sus imágenes». Así describe Chema Conesa, responsable de la edición gráfica de este libro, el trabajo y la mirada de Meneses.
Gumersindo Lafuente, editor del volumen, afirma que Meneses era toda sinceridad, y señalaba a Shahrokh Hatami como su principal influencia. «Meneses fue un reportero excepcional; sabía cómo llegar a los sitios en el momento oportuno y, casi lo más difícil en aquella época, cómo salir para poder contar la historia a sus lectores y hacer llegar a las revistas y diarios los carretes a tiempo para la hora de cierre. Hatami no sólo le dio a Meneses las bases de la técnica fotográfica, sino que fue también su primer contacto con el semanario más prestigioso del momento en Europa, Paris Match», explica Lafuente en el prólogo.
Enrique Meneses (1929-2013) nació periodista por parte de padre, creció y se educó en Francia, Portugal y Madrid por avatares de la Guerra Civil y devoró la vida con el afán de estar allá donde podía ocurrir algo digno de ser contado. Políglota y cosmopolita, culto y encantador, irónico y divertido, se asomó al oficio en una España aún rota, triste y aislada. Pero siempre miró hacia delante y quiso ser testigo de los sucesos que cambiaron el mundo en la segunda mitad del siglo XX, convirtiéndose durante 30 años en el reportero español más internacional. Aunque nunca abandonaría la fotografía, en los setenta y los ochenta saltó a la televisión (Los reporteros, Robinsón en África), en la que ya había dado sus primeros pasos en los sesenta con A toda plana y fue también director de Lui, Cosmopolitan y de la versión española de Playboy. Más adelante, gracias a Gervasio Sánchez, a quien conoció en un Sarajevo cercado por los serbios en 1993, fue redescubierto por las generaciones más jóvenes. Su última etapa estuvo centrada en Internet, donde, de la mano de la periodista y gran amiga Rosa Jiménez-Cano, se empleó a fondo con blogs, cuentas de Flickr, Facebook o Twitter. Su última aventura periodística, nacida a raíz del 15M, fue Utopía TV. En los últimos años participó en multitud de congresos y charlas y logró el reconocimiento tanto de compañeros como de jóvenes entusiastas que escuchaban con atención sus relatos.
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