«Entre las cepas, una figura humana. Los brazos caídos, la cabeza cubierta por la capucha de una sudadera. Quiso echar a correr, pero el miedo atroz corrió más que él y se introdujo en su mente, repleta de imágenes del abuelo ensangrentado, y fue incapaz de moverse. Los piececitos descalzos, el pantalón del pijama que apenas se mantenía en su sitio de tan flaco que estaba y aquel temblor que castañeteaba sus dientes mientras la figura se acercaba».
Hugo Betancor, un fotógrafo de prensa viudo y en horas bajas, llega al pueblo vitivinícola de San Vicente de la Sonsierra para reclamar la herencia de Raúl, su hijo de once años aquejado por una enfermedad rara. Desde que ambos ponen un pie en Finca Las Brumas, la bodega de los abuelos del niño, todo empieza a torcerse de forma descontrolada.
Veinte años atrás, un hermano pequeño de la madre de Raúl, estremecedoramente idéntico a él, desapareció sin dejar rastro durante una tormenta. Un suceso que marcó la vida de todo el pueblo, cuyos habitantes no han sido capaces de liberarse del peso de la culpa, del ahogo de la sospecha… y del temor a que aquella desgracia vuelva a repetirse.
La novela une dos sucesos que actúan a modo de espejo, separados por veinte años y protagonizados por dos niños de la misma edad y con la misma fragilidad física a causa de una terrible enfermedad. Los capítulos del presente están narrados en primera persona por Hugo, mientras que los del pasado forman un fresco con diferentes voces.
Andrés Pascual teje con maestría una red de relaciones que unen ambos escenarios temporales: intereses, culpas, sueños rotos, envidias, crímenes… Todos ellos, hilos invisibles en los que el lector queda atrapado sin remedio. Aúna los elementos del drama –con la fuerza de las emociones ocultas que un buen día estallan– con la sutileza de un thriller psicológico en el que las motivaciones de los personajes y sus relaciones de dominio y de poder son fundamentales para la resolución.
Y, cómo no, está el paisaje. La Rioja, con sus viñedos y bodegas. Un actor más en este intenso drama en el que la mentira, como el vino, mejora con el paso de los años.
Andrés Pascual escribe sobre La Rioja, la tierra que le vio nacer
Con un buen número de novelas y de obras de no ficción a sus espaldas, la madurez narrativa de Andrés Pascual se deja notar en la sutil red de relaciones que teje entre los personajes. Y también en las motivaciones que llevan a cada uno de ellos a actuar de una forma determinada en los momentos previos y posteriores a los terribles sucesos que, de forma especular, marcan sus vidas en 1998 y en la actualidad.
Andrés Pascual, que ejerció de abogado de familia durante veinte años en la comarca, capta y transmite de forma excepcional los sentimientos de quienes viven en estos pueblos, en los que las relaciones entre las familias se remontan a generaciones atrás. A lo largo de las décadas —a veces, durante siglos—, las rencillas, las envidias y las cuentas pendientes se multiplican. Los prejuicios sociales y los intereses económicos las mantienen ocultas, pero el día que estallan se llevan por delante todo cuanto encuentran. El novelista dosifica esos sentimientos y nos los muestra poco a poco, quitando capas progresivas hasta llegar al corazón del drama.
Drama que tiene lugar, además, en una tierra cuyo paisaje cautivador juega un papel fundamental. Los viñedos, las lluvias, el sol, las nubes… también forman parte del relato. Descubrimos así que la violencia o la bondad de los elementos dependen del ojo que los mira y del estado de ánimo del personaje en quien el lector centra su atención. La desaparición de Mario en plena tormenta adquiere así un tono casi gótico. Nos encoge el ánimo. La tormenta física nos hace partícipes de la tempestad sentimental que arrasa al matrimonio formado por don Rodrigo y Agustina.
Y está el vino. Andrés Pascual, que ha sido asesorado minuciosamente por algunos de los más grandes viticultores riojanos para escribir esta novela, nos introduce con mano maestra en el mundo de las bodegas. Nos aleja del glamour publicitario para mostrarnos el trabajo concienzudo de quienes producen el exquisito vino de Rioja y nos invita a mirar, como ellos, hacia el cielo para descubrir las señales de una próxima tormenta.
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