Ha ganado diversos premios y reconocimientos, siendo nombrado padrino por el Ayuntamiento de Valladolid para el fomento de la lectura en la biblioteca Blas Pajarero. Con un grupo de escritores castellanos, fundó la Asociación de Castilla y León de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, de la que fue su presidente hasta finales del 2017. También es miembro de la Junta Directiva de la AEFCFT y colabora con la SER y esRadio CyL en programas culturales.
D.A.- Tras tu última novela Fracasamos al soñar (2017), donde abordaste el tema del transhumanismo, nos has sorprendido este año con una nueva novela La maquilladora de cadáveres, publicada por la editorial Apache Libros, que nos muestra una historia de amor trágico en la década de los años 80 en España. ¿A qué se debe este cambio tan drástico? ¿Te has cansado de la literatura de género o simplemente buscabas ampliar tu registro como escritor?
Nunca me he considerado escritor de género, de hecho, soy bastante crítico con las etiquetas, una cuestión comercial más propia del mercado editorial y de las librerías a la hora de catalogar un libro y colocarlo en determinado anaquel. Siempre he escrito aquello que ansiaba contar con absoluta libertad, sin pensar en qué género se podría encasillar. Es cierto que soy más conocido por mis obras de especulación científica o ciencia ficción, quizás por la etapa vital que atravieso, en la que necesito evadirme de la realidad, pero como lector, devoro todo tipo de libros, sin prejuicios de ningún tipo. “La maquilladora de cadáveres” es una novela corta muy difícil de encasillar, de lo que estoy muy orgulloso. Es muy oscura, con toques góticos y bizarros, y con una carga de realismo que intenta reproducir cómo éramos en 1987. He disfrutado muchísimo escribiéndola, y no descarto el seguir profundizando en aquella época tan convulsa, aunque me sigue entusiasmando la ciencia ficción, y con Huso ediciones tengo un contrato firmado para publicar una novela extensa este otoño, por lo que todavía no me he despedido de este género.
D.A.- Y lo cierto es que la edición de tu novela está muy cuidada. Con una cubierta que incluye una ilustración de Antonio J. Rojo, que es un referente en el mundillo del cómic...
D.Ar.- Sí, estoy enamorado de la portada, ha sido un acierto. Reconozco que desde que empecé en el mundo editorial publicando en el 2012, he seguido los consejos de muchos escritores que me insistían en no tener prisa por publicar, en buscar editoriales de ámbito nacional, preferentemente las ubicadas en Madrid o Barcelona, con distribución en todo el estado y con contratos de edición convencional. Apache Libros o Nowevolution se han consolidado como referentes en el panorama fantástico de nuestro país, que no se cierran a obras ajenas al género, procurando la mejor calidad posible y cuidando las portadas hasta la extenuación. Antonio J. Rojo es un gran dibujante con una trayectoria impresionante, y para mí ha sido un honor contar con él, aunque lamento que le haya mareado con mis obsesiones con la portada, porque le cambié varias veces sus propuestas, pero al final, estoy convencido de que el resultado final del libro es excelente. Ha sido una colaboración extraordinaria.
D.A.- La novela comienza con un prefacio cuyo título («Prólogo para un buen amigo, o esa muerte anhelada y anhelante que nunca llega») me hace pensar en Quevedo… Y, claro, también un poco en Juan Ramón Jiménez… Su Dios deseado y deseante se ha convertido, a mi entender, tras el barniz de lo gótico, en tu muerte anhelada y anhelante…
D.Ar.- Sí, soy un gran amante de los clásicos, y por supuesto, también de la poesía de las generaciones del 14 y del 27. El prólogo ha sido un juego en el que busco la complicidad con el lector, de forma semejante a como realizó Cela en su “La familia de Pascual Duarte”. Un prólogo en el que advierto que el libro que sostienen es un manuscrito de un viejo amigo que me ha rogado que se publique al amparo de mi firma, ocultando los detalles más delicados para evitar las sospechas de la justicia ante un hecho que se desarrolla en la novela, intentando despertar expectativas sobre el argumento, que el lector se haga preguntas sobre lo que ha podido suceder para que Asur se haya ocultado durante tantos años.
D.A.- Y no podemos olvidar que hace unos años adaptaste al español actual el Buscón de don Francisco…
D.Ar.- Fue un trabajo impresionante del que me siento muy satisfecho. Mi buen amigo el escritor Jorge David Alonso Curiel, había publicado varias obras en un sello de Nueva York, la editorial Babel books. Inc, una editorial que también publicada en español y que deseaba sacar al mercado una colección de clásicos españoles adaptados lingüísticamente al siglo XXI, buscando un lector anglosajón estudiante de nuestra lengua que de otra forma no se atrevería con los originales, o un lector latino que pudiera apreciar la comodidad pedagógica de la actualización. Jorge adaptó “El Lazarillo de Tormes” y yo “El Buscón de Quevedo”, y se comercializaron en el estado de Nueva York con un notable éxito de ventas y apoyo de la crítica de aquel país. Fue en el 2014, y aunque recientemente la editorial ha cerrado por la crisis global que hemos padecido, nos ha permitido un inestimable reconocimiento fuera de nuestras fronteras.
D.A.- En tu caso, es más que evidente el paralelismo de tus personajes protagonistas, Asur e Itziar, con los personajes inmortales de Shakespeare. Lo que, a mi entender, viene a demostrar que toda la literatura es un gigantesco palimpsesto. Los escritores, de forma inconsciente o no, no hacemos otra cosa que reescribir las mismas historias, las eternas historias del alma…
D.Ar.- Has acertado, en mi época universitaria devoré el teatro de Shakespeare, y sí, mis dos sufridos protagonistas son víctimas del destino y de un mundo hostil del que se sienten rechazados, y aunque la trama es muy realista, hay algún elemento fantástico en la funeraria que también era muy propio de Shakespeare. Los ochenta fueron duros para los jóvenes de entonces, yo nací en 1971, por lo que me ha resultado fácil empatizar con ellos, una época en la que sentías el peso de un enorme dinosaurio que te asfixiaba y con el que no podías luchar. Sus reflexiones metafísicas, su profundo existencialismo de influencia netamente francesa, las frustraciones, el intento de comprender la angustia aceptando la soledad, y un irónico sentido del humor, eran muy propios de aquellos años. Como en el Ariel de Shakespeare en “La Tempestad”, nuestro Asur es un personaje inmaduro y desorientado, que ha pagado muy cara su ingenuidad infantil, mientras que Itziar, al igual que Desdémona en “Otelo”, es una mujer más madura, pero cegada por el deseo de venganza que conducirá a la tragedia.
D.A.- Yo mismo me he visto reflejado en Asur, el personaje masculino de tu novela. ¿Quién que haya vivido su juventud en la década de los 80 en una ciudad de provincias no se ha sentido un poco un romántico tardío?
D.Ar.- Asur es un producto de la juventud de finales de los ochenta, tal como me recuerdo a mí mismo, personas perdidas que dábamos más peso a los sentimientos que a la razón, al corazón que al cerebro, una forma de huir de la realidad, de alcanzar la felicidad, con estados de ánimo desbocados que no podíamos controlar. Sus reflexiones sobre el “sabio loco” o el “tonto feliz”, eran muy propias de mi grupo de amigos, que debatíamos en acaloradas tertulias cómo debíamos afrontar la vida, cerrando bares de madrugada, embriagados de alcohol y libertad. Lo importante no era llegar a la supuesta verdad ni convencer a nadie, porque sabíamos que el mero hecho de hacernos preguntas, de pensar, era una manera de tener opciones, de poder escoger. El mundo se desplegaba ante nosotros, y es lo que he intentado reproducir en “La maquilladora de cadáveres”, un retrato lo más fidedigno posible de una época que ya no existe, de una forma de vivir y de pensar que transformó profundamente nuestra existencia, y que aún, a pesar del tiempo pasado, vivimos sus consecuencias.
D.A.- Sin embargo, tú has querido guardar distancias y apareces en la novela como un personaje distinto al protagonista…
D.Ar.- Aparezco en un segundo plano muy pasajero, igual que Alfred Hitchcock, fugaces apariciones efímeras pero que no pasaban desapercibidas, una forma inconsciente de transmitir un mensaje: estuve allí con Asur, mi gran amigo imaginario, viví con él esos momentos, y todo es real. Mi intención ha sido ofrecer el mayor realismo posible, darle verosimilitud, un testimonio vivo de hechos que pudieron haber acaecido.
D.A.- Por otro lado, uno de los aspectos que más me ha gustado de tu novela son las conversaciones “filosóficas” que mantienen algunos personajes entre sí….
D.Ar.- Era muy común cuando teníamos unos veinte años, debatir sobre el más allá, la existencia de Dios, la trascendencia y la búsqueda de un sentido a la vida. Usábamos la frase de que vivir no es ningún lujo, era nuestro lema, y por ello la siguiente pregunta era saber para qué, intentar descifrar las pistas del destino y soportar el mundo que nos había tocado. Solo las personas que se encuentran satisfechas, que gozan de un elevado bienestar, se eximen de tales planteamientos, no sienten la imperiosa necesidad de desvelar los secretos de la existencia, son personas a las que todo les ha sido regalado, que “nacieron con la cuchara en la boca”, como diría el maestro Neruda en uno de sus versos, pero mis personajes son seres que sufren, que luchan con una desventaja evidente, que malviven en condiciones muy precarias. Son los personajes que me interesan, los que se merecen un reconocimiento y un homenaje al ser protagonistas de mis obras. Es lo que Unamuno denominaba la intrahistoria, los pequeños sucesos de las personas corrientes que la historia olvida, centrándose en los monarcas y poderosos.
D.A.- Y, a pesar de esta filosofía, el hilo narrativo no se pierde en ningún momento…
D.Ar.- Es un relato breve, de poco más de treinta mil palabras, con un planteamiento corto, en el que el nudo se ha llevado la mayor parte, porque el desenlace se frenético. He intentado que el lector disfrute de una historia cargada de nostalgia, amena y con una intriga que le obligue a leerlo de dos sentadas, que le deje un buen sabor de boca. Espero haberlo conseguido.
D.A.- Yo creo que sí y además diría que por fin te has liberado e, incluso, te has atrevido a incluir algunos poemas en esta novela… En el fondo, todo narrador tiene dentro de sí un poeta que aspira a salir… ¿O no?
D.Ar.- Admiro tu extraordinaria capacidad para la poesía, David, es un asunto pendiente en mi vida, sobre todo en una ciudad en la que he trabado amistad con numerosos poetas, y he de confesar que me encanta construir haikus, y la poesía gótica es mi gran debilidad. He acompañado el texto de tres humildes poemas en los que intento aproximar los anhelos y pesadillas de Itziar al lector, una forma de querer al personaje, además en tres momentos de la tragedia deliberadamente escogidos. Creo que la poesía en una obra de prosa o de prosa poética, enriquece el texto, lo ilumina con una fuerza inusitada, y esa ha sido mi intención. Aspiro a poder liberar al poeta que llevo dentro, pero aún debo cultivarme unos años más.
D.A.- Para terminar, quisiera, que nos hablaras de tus planes de futuro. ¿Con qué nos va a sorprender Dioni Arroyo en su propia obra? ¿Volverás a la ciencia ficción o transitarás otros caminos?
D.Ar.- El presente me está deparando sorpresas. La anterior obra que publiqué en Apache Libros, “Fractura”, una distopía en la que critico las consecuencias del fracking y que consiguió una nominación a los Premios Ignotus en la categoría mejor novela, acaba de ser seleccionada para la Feria del Libro de Lima (Perú). Es una gran noticia, puesto que este año, el país invitado es España, y han seleccionado numerosos títulos de autores españoles, entre los que estará mi criatura, lo que facilitará su distribución por Latinoamérica, por lo que seguramente volveré a publicar con Apache para finales del 2019. Pero, sin adelantar muchos acontecimientos, este otoño aparecerá otra de mis obras, en este caso en Huso ediciones, cuyo título es “Cuando se Extinga la Luz”, extensa novela que fue una de las cinco finalistas del I Premio Ciudad del Conocimiento de Sevilla. Se podría definir como una ucronía retrofuturista, un pasado alternativo en el que vivimos en sociedades ginocéntricas, en las que una antropóloga militar recibe la misión de realizar un trabajo etnográfico en un pueblo no contactado. A partir de ahí, son guiños al steampunk rindiendo un homenaje a Lovecraft y sus mitos de Cthulhu.
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