Una poesía en la que subyace la idea de la metáfora de ese reflejo del espejo que nos libera de todo aquello que no queremos y nos lleva hacia lo más profundo de los sentimientos. Y todo ello como símbolo de la victoria del arte sobre la vida y del paso del tiempo sobre la muerte. La poesía de Tsvietáieva es el grito de la esperanza dentro de la desesperación y el horror, de la entonación a lo largo del poema en perjuicio de la rima, en definitiva, de la poesía como materia prima del corazón. En este caso, la directora rusa Irina Kouberskaya nos ofrece en \"Amiga\" —un texto de su autoría— el otro lado de ese espejo que es la muerte: el terreno del amor; un amor que nos lleva hasta el año 1914, cuando la poeta rusa conoce a la también poeta Sofía Parnok, y a la relación que ambas mantuvieron hasta el año 1915.
\"Amiga\" es un fragmento en la vida de Marina Tsviétaieva, pero también una íntima coreografía sobre el erotismo a nivel espiritual, y de la sensualidad de dos mujeres que, encontraron la una en la otra, el manantial no sólo de la expresión de sus cuerpos sino también de sus almas: «Los cuerpos se unen/ las almas no.» Ambas, una frente a la otra, descubren el amor desde las entrañas de un alma sensible y apasionada, pero también desde un alma que se enfrenta a la pérdida de la fe y confronta al Hombre con Dios. Esa cotidianeidad que todo lo corrompe es lo que ellas combaten con el silencio, sus manos, sus gestos y su reto de llevar su amor al fin del mundo, allí donde los acantilados ya no existen ni las olas son el colchón del cuerpo inerte que yace sobre su lecho. \"Amiga\" es la lucha por romper los estereotipos para convertirlos en magia y baile y, con ellos, crear unas melodías de gritos y silencios, cartas y desencuentros, distancias y fiestas. Irina Kouberskaya, una vez más, dota a sus personajes de un lenguaje único y poético, ensimismado en los gestos de la mímica y el simbolismo teatral que compagina a la perfección la sencillez de la magnífica puesta en escena con el valor que en sí mismo poseen la música —popular de la Rusia de comienzos del s. XX en este caso— con los abanicos, las sillas reconvertidas en peinetas y ese homenaje a España y sus gentes, tan lorquiano. Lenguaje poético a lo largo y través de la poesía que viaja en trenes y fiestas, estelas de humo de cigarrillos y ausencias que por fin devienen en furtivos encuentros bajo el manto protector de la noche.
Rocío Osuna es Marina Tsvietáieva; una actriz que le proporciona a su personaje la fuerza del alma incorrupta que se enfrenta y arremete contra todo y todos, incluso contra sí misma. Las razones de su existencia son intangibles para todos, excepto para ella. Un nihilismo existencial al que Rocío Osuna da vida con acierto, y con una fuerza arrolladora que contrarresta la pureza de su anacarada vestimenta. En este sentido, Kouberskaya ha soñado unos personajes femeninos envueltos en un color blanco puro roto que desprenden la virtud del amor sin otra cortapisa que la propia de la pasión y los sentimientos. Un contrapunto que encuentra su razón de ser en Katarina de Azcárate, una Sofia Parnok más comedida en el ímpetu de su lenguaje que no en su verbo. Una Katarina Azcárate que expresa muy bien la corporeidad de la sensualidad femenina y, que juega, cuando no ejecuta, los designios de un amor avocado a su final.
\"Amiga\" es una magnífica muestra de lo que a buen seguro será uno de los estrenos del Teatro Tribueñe el próximo otoño, y que gracias al Festival Surge Madrid 2018, hemos tenido la oportunidad de contemplar en sus primeras fases de creación. Una creación que, como todo aquello que toca y dirige Irina Kouberskaya, es pura poesía hecha teatro. Quizá, como en este caso es Amiga: la poesía como materia prima del corazón.
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