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Gabriel Martínez Bucio: \'El humor puede ser un potenciador de cosas más profundas a través del lenguaje y escenarios cotidianos\'

Gabriel Martínez Bucio: \"El humor puede ser un potenciador de cosas más profundas a través del lenguaje y escenarios cotidianos\"

martes 24 de abril de 2018, 01:00h

\"Vidrios en el parque\", del escritor mexicano Gabriel Martínez Bucio, es una novela en construcción; heredera de las teorías literarias posmodernas del siglo XX, se presenta en un conjunto de crónicas que buscan su hueco una al lado (o debajo, encima, entreverada) de la otra.

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Gabriel Martínez Bucio nació en Uruapan, México, en 1989. Estudió Letras en la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, y perteneció a la novena generación del Máster en Creación Literaria de la Universitat Pompeu Fabra, en Barcelona. Recibió el Premio Nacional de Ensayo Punto de Partida (UNAM) por su trabajo sobre Macedonio Fernández. Sus textos han aparecido en medios de España y América Latina como Crítica, Animal Político, 14ymedio, La Guarida, Letralia, Intemperie, Le Miau Noir, El Barrio Antiguo y Periódico de Poesía, entre otros.

Tienes una amplia formación literaria. Comenzaste publicando cuentos y ensayos en el ámbito universitario, uno de ellos recibió el Premio Nacional de Ensayo Punto de Partida (UNAM). También podemos encontrar en tu blog entrevistas y otros escritos. ¿Cuándo comenzaste a leer y qué ha significado para ti la literatura?

Cuando era chico, mi papá me leía cuentos antes de dormirme. Quizás, sin notarlo, eso derivó en un gusto por las historias. A los doce años, mi mamá me llevó a la librería Madero en Morelia para comprar La última tentación, de Kazantzakis. Como no lo tenían, me conformé con Libertad o muerte. Casi no entendí nada sobre la rebelión de los cretenses contra el Imperio Otomano. Pero las letras de Kazantzakis me despertaron una emoción particular. Actos cotidianos como tomar un café o fumar un cigarrillo eran narrados con una agudeza poética que trascendían a la banalidad. De contragolpe, me mostraron un mundo escondido en las pequeñas cosas. Y esa esencia del libro me sorprendió. Luego, mi hermano mayor me regaló La historia sin fin, de Michael Ende, una lectura más acorde a mi edad y con la que, entusiasmado, pasé muchas noches en vela. Años más tarde, en una visita a Bellas Artes en Ciudad de México, conseguí Las flores del mal, de Baudelaire. Yo no sabía nada del poeta francés, pero el título me llamó la atención. Y creo que ese fue el origen que puedo rastrear.

La literatura, desde entonces, ha significado una conversación constante con los amigos, vivos y muertos.

¿Cuándo decidiste empezar a escribir y cuál ha sido tu evolución como escritor?

En la secundaria le escribía cartas a una chica que me gustaba. Seguro eran terribles. Me molestaba no encontrar las palabras precisas para lo que quería expresarle. No sé cómo me hizo caso si eran puras digresiones. Pero recuerdo sentir una especie de felicidad, un magnetismo que me mantenía despierto toda la noche. Sobre mi cama había un montón de libros subrayados donde buscaba alguna línea afín a lo que sentía y, cuando la encontraba y ya era muy tarde para buscar sinónimos, recurría al plagio directo. Por fortuna, los nervios de hallar esas palabras, el miedo de exponerme ante el otro, esa electricidad de la escritura, es algo que no se ha perdido hasta hoy. Es como una droga, algo tan fuerte y tan intenso que una vez que la pruebas no puedes parar de buscarla.  

No sé si puedo hablar de una evolución porque mi carrera es muy breve. Pero sí hay un punto de inflexión. En la universidad intentaba escribir cuentos muy serios y solemnes. Malísimos. Hasta que en el último año, la Dra. Cecilia Salmerón Tellechea nos enseñó a Macedonio. Ahí descubrí que el humor podía ser un potenciador de cosas más profundas a través del lenguaje y escenarios cotidianos. Sus textos me maravillaron tanto que comencé a trabajar en esa dirección en la que me he sentido muy cómodo.

\"Foto¿En qué género te sientes más cómodo?

En la crónica ficticia y en el ensayo. Por su naturaleza híbrida. Caben todas las posibilidades de experimentación narrativa ahí dentro. Alfonso Reyes decía que el ensayo era el minotauro de los géneros. Villoro remató la sentencia atribuyéndole a la crónica la forma del ornitorrinco. Son dos géneros que permiten moverte con bastante libertad.

Se han publicado diferentes textos tuyos en varias reconocidas revistas, alguno de ellos ha sido incluido en Vidrios en el parque. ¿Cómo ha nacido la idea de dar una cierta homogeneidad a esos textos para conformar este libro?

La idea de escribir un libro de crónicas ficticias germinó en Barcelona, cuando la imagen de México surgió en la distancia en una especie de cristal nostálgico. Los episodios, imprecisos en su conjunto, brotaban a partir de un proceso de memoria y deseo. Es decir, eran una suerte de insatisfacción latente —que se había quedado del otro lado del Atlántico— que exigía ser colmada a través de la literatura. De completar lo inconcluso, incoherente, inacabado, por medio de la ficción.

En efecto, tenía claro el tono de lo que quería contar. Pero no fue sino hasta que tuve varios relatos escritos, que apareció la inquietud de integración con los que habían sido publicados. No los podía dejar como retoños alejados del tronco. Fui descartando y agregando hasta encontrar la armonía que pretendía alcanzar. Cada texto, por lo tanto, marcó la pauta o se convirtió en el escalón del siguiente: un personaje, una línea, un detalle, era suficiente para que naciera otro relato y se tejieran vasos comunicantes entre ellos.

La novela se estructura en fragmentos más que en capítulos y, según nos dice la sinopsis, podrían enlazarse al gusto puesto que, aunque son complementarios, no tienen por qué ser consecutivos. Esto nos hace pensar en otros experimentos narrativos que se citan de pasada en el libro como pueden ser Rayuela, o Museo de la novela de la eterna en los que prima la expresión antes que el orden, los recovecos invisibles antes que lo que se ha contado. ¿Lo que van a encontrar los lectores es más un artefacto expresivo que una novela al uso?

Quisiera pensar que hay una armonía entre la forma y el fondo. Y, aunque efectivamente Vidrios en el parque no se dirige hacia un punto final sino hacia una suerte de cascada fragmentaria, el último relato “La finalidad del juego” anuda todos los demás. El libro, creo, puede leerse de dos formas distintas: como una especie de novela de formación (bildungsroman). Pero, también, como relatos independientes unos de otros, porque cada texto, alternativa y recíprocamente, es tanto cabeza como cola de la serpiente entera.

Hay muchas alusiones al arte en este libro: escritores, pintores, cineastas, músicos... ¿Cuáles son tus referentes creativos?

En literatura siempre vuelvo a ciertos autores como Cortázar, Wilde, Pessoa y Baudelaire. En pintura me interesa Caspar Friedrich, Waterhouse, Miró, Goya y Brueghel. En cine mis referentes son las películas de Chaplin, “La grande belleza”, de Paolo Sorrentino, y el documental sobre “Senna”, de Asif Kapadia. En música, Bob Dylan, Peter Doherty y Jarvis Cocker. Creo que mi generación aprendió lo que era el amor a través de las letras del vocalista de Pulp.

Hay también varios homenajes directos, como el uso del título Maravillosas ocupaciones de Cortázar. De esos referentes, ¿cuáles crees que han influido en tu estilo de escritura?

Para este libro, las crónicas de Jorge Ibargüengoitia y las Aguafuertes porteñas, de Roberto Arlt fueron los puntos de partida. Conforme la escritura avanzaba, otros escritores parecían proyectar su influencia sobre las letras, a veces en la prosa y, otras, en la temática. Las crónicas citadinas de Gutiérrez Nájera, la mirada lúdica de Oliverio Girondo, el humor subterráneo de Macedonio Fernández, la irreverencia del canto a la juventud de Gombrowicz y Bruno Schulz, y los pequeños poemas en prosa de Baudelaire, fueron pilares de apoyo durante el proceso de creación.

Entre las líneas encontramos hechos cotidianos como una boda fallida, cosas fantásticas como un negocio de lavado de sombras y metáforas llenas de sensibilidad y humor. ¿Cuáles crees que son las claves esenciales de la obra?

El humor, la saudade y la metaficción con las que se disfrazan los relatos. Pueden parecer simples pero si las observamos con atención, advertimos que todas son herramientas del distanciamiento, claves para generar una pregunta que descoloca al lector: “¿esto sucedió o no sucedió? O ¿qué está sucediendo en el texto?” Y, en realidad, la respuesta no importa sino la sensación orillera que se despierta en su ánimo. Es ahí donde está operando el libro. En ese umbral de incertidumbre.

El protagonista se llama Gabriel y, aunque pueda parecer una obra autobiográfica, afirmas que no lo es. ¿Es un juego literario para dislocar la realidad, fracturándola, convirtiéndola en un simulacro?

Esta pregunta me permite enlazarla con la anterior. Siempre me he sentido cómodo con este personaje llamado Gabriel y que también es escritor o intenta serlo. Y esta decisión es tan “Madame Bovary soy yo” como “Yo es otro”. El resultado es un constante vaivén en ambas direcciones. Convertirse en otro es un método de trabajo que te brinda la lejanía necesaria para observar y cuestionar nuestros propios vicios y virtudes. Y, luego, estos desdoblamientos y juegos metaliterarios te liberan de los prejuicios personales y se pueden experimentar nuevos territorios con los que no necesariamente concuerdas en la vida privada.

En este sentido, la impericia, la inmadurez y las vacilaciones tanto del narrador como de los personajes no son tratados en el libro como defectos sino como espacios de exploración a través de la escritura lúdica.

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A la mitad de Vidrios en el parque, una súbita irrupción de la política quiebra el tono risueño de los relatos. Es casi como una bisagra que divide al libro en el capítulo “Novelas en cinco líneas”. ¿Qué nos puedes decir sobre esto?

Al acercarme al final del libro, recordé aquella sentencia de Borges en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”: “un libro que no encierra su contralibro, es considerado incompleto”. En efecto, había dejado fuera, deliberadamente, los hechos violentos que han azotado a México en los últimos doce años. Y, aunque nunca he sido partidario de la literatura comprometida, escogí mi propia contradicción. Ahí surgió “Novelas en cinco líneas o la bisagra política del libro”. Donde los episodios macabros que se pueden encontrar en los periódicos y que han permeado y herido a mi generación de manera directa o psicológica, se presentan en forma de relatos breves, literarios, que dividen al libro. Es como si fuera un relámpago que no se puede obviar y quiebra, por un momento, tanto la risa como el estilo de las crónicas para no olvidar que las historias de Vidrios en el parque suceden bajo la sombra de una gran nube oscura.

Se intuye como una catarsis personal el fragmento que da sentido al título de la obra:

Y así, abandonar esos vidrios en el parque y continuar tu paseo como si nada, con una sonrisa de lado a lado, sabiendo que se está a salvo del otro lado de la mentira y que todos se han convertido en personajes de una ficción que se dejó caer como quien arroja una moneda a un mendigo, una broma que resulta bomba, una sutileza.”

Desde luego, pero acá ya estamos revelando demasiado. Es más prudente callar.

¿A quién recomendarías este libro?

A cualquier persona que se tome la literatura con toda la seriedad que le permite la risa.

Puedes comprar el libro en:

http://www.laequilibrista.es/narrativavidrios.html

 

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