Hay ocasiones en que la obra, por su delicadeza expresiva, por su armonía en el decir, hace innecesario cualquier intervención por parte del posible crítico. Es decir, estoy seguro, en este caso, que el texto es, por sí, más que suficiente para indicar hasta qué punto la sensibilidad del escritor es suficiente para alcanzar ese grado de empatía, de significación realista, de belleza poética como para que el lector atento y perspicaz pueda, no solo tomar conciencia de la situación que se le trata de narra sino, aún más, de ser partícipe en ella dada la maestría verbal con que el escritor le transmite su discurso, que no es, a buen seguro, sino un discurso positivo, de amistad, de solidaridad ética y estética. La literatura, al fin, ¿no es acaso eso: transmisión, a través del uso de las palabras, de una situación humana que, por razón de ser el resultado de una invención, de una percepción estética interiorizada, tal vez resulte, en la hondura del lector, más real que la propia realidad.
¿No deriva, acaso, de ahí, la afamada frase de Wilde de que, en ocasiones, es la realidad quien imita –o tiene la intención de imitar- al arte. El que lee, en este caso, piensa en el desamparo de Michina, en el dolor del oprimido corazón de quien le busca, en la realidad solitaria –tan vagamente bella y expositiva- de la nube… Para, al fin, concluir en unas pocas líneas una definición de una rara claridad de qué sea el sentimiento de la soledad, de cuánto necesitamos al otro, a los otros, para que nos hagan compañía y no sufrir en propia carne el desamparo, la soledad.
Deseamos tanto, necesitamos tanto, el amor que, ay!, es como si todo lo que no es amor sea, implícitamente, dolor, lejanía interior. El escritor (el buen escritor) lo sabe, y así se lo hace llegar, en un decir de solidaridad, al lector. Y qué hermoso milagro el de la literatura se deja confiar, porque el lector sabe que el escritor lo sabe y así establecen ese vinculo solidario sin definición llamado sensibilidad estética: el raro y milagroso vínculo de las palabras.
Las limpias palabras, las elegidas palabras. Walser ha sido un maestro desde su fecunda soledad.
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