Pero no sólo eso, porque mediante la lectura de sus artículos, descubrimos la esencia del observador omnisciente que todo lo ve y, además, se atreve a proponer ideas y proyectos que años más tarde se llevarán a efecto en el seno de la actual Unión Europea; una unión de Estados que, como muy bien nos apunta Zweig, deben traspasar la barrera económica para fundamentarse en una unión cultural de los pueblos de Europa que nos lleve a identificarnos los unos con los otros y, de ese modo, visualizarnos e interiorizarnos sin necesidad de emplear la fuerza de la guerra. Para ello, entre otros proyectos, nos plantea un Erasmus para jóvenes muchos años antes de su posterior puesta en práctica; un instrumento que el escritor y pensador austriaco formula como un instrumento unificador del verdadero conocimiento europeo, pues es un instrumento al servicio de las jóvenes generaciones, capaz por sí solo, de impedir futuros enfrentamientos bélicos.
La experiencia personal e intelectual de Zweig al servicio de los demás alcanza en estos artículos la dimensión de las grandes gestas, pues una gran gesta es el pulso firme y el pensamiento lúcido que el austriaco nos proporciona en su forma de ver y reinterpretar el mundo. No hay nada que escape a su análisis y, así, por ejemplo, aborda el colonialismo inglés en la India a través del atentado producido por un hindú en Londres; un incidente que a él le sirve para hablarnos y hacernos sentir el aislamiento de la nación inglesa frente al mundo, a pesar de sus muchas colonias; una premonición, quizá, del aciago presente inglés a través del Brexit, pues se trata de una nueva manifestación del nacionalismo rancio y prepotente que sólo es capaz de tirar en una sola dirección. Pero por si esto fuera poco, Stefan Zweig nos habla en “La monotonización del mundo” de una forma, preclara y muy acertada, del concepto de la globalización, y de la falta de identidad que éste conlleva. Esa homogeneización es la que borra las huellas de los pueblos y los hace más proclives al nacionalismo y al fanatismo, nos dice Zweig y, nos lo explica, con unos sencillo ejemplos que están insertados dentro de nuestros hábitos cotidianos de vida. Éstos son: el baile, la moda, el cine y la radio. A través de ellos nos alerta de que «las mentes son cada vez más parecidas por obra y gracia de los mismos intereses. De una manera inconsciente se va formando […] una extinción de lo individual que da paso al prototipo», más manipulable. El gran impulsor de todo ello, una vez más, serán los EE.UU.
La lucha del individuo frente al Estado adquiere en estos artículos, el estigma de la lucha de David contra Goliat; una insalvable diferencia a la que sin embargo Zweig aporta el don de la inteligencia y el análisis para darnos la oportunidad de salvarnos de ese yugo perenne y acosador que nos persigue a lo largo de los días. Él, tras la llegada del nazismo y la persecución que el régimen de Hitler llevó a cabo sobre los judíos, ya nos advirtió del mal que nos acechaba y, de ahí, que propusiera a Europa como el último baluarte del individualismo. Sin embargo, la solución que aportó fue la que finalmente se aplicó a sí mismo y a su mujer: la huida hacia nosotros mismos. Pues ni el todopoderoso presidente norteamericano Wilson después de la finalización de la Gran Guerra, ni la existencia de una Sociedad de Naciones fueron capaces de imprimir a los dirigentes europeos de unos instrumentos que les llevaran a plantear la paz como una forma de inclusión de los pueblos de Europa, y no como un simple resarcimiento militar, económico y territorial de los vencedores sobre los vencidos. Años más tarde, cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, Zweig ya no pudo ver y conocer la victoria de los aliados sobre Alemania y, mucho menos, la creación de CE y, su posterior transformación en la UE. Un cambio de las políticas de los dirigentes europeos que, sin llegar a ser de ningún modo la panacea del modelo con el que soñaba Zweig, sí que han servido para cambiar el panorama político del continente y adorptar parte de sus propuestas y pensamientos. Proyectos, todos ellos, cargados de una palabra en desuso en la actualidad: generosidad, pues no en vano, él sacrificó su vida en pos de su pensamiento.
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