Los planteamientos enfrentados y claramente juveniles de Kate y Albert, contrastan con los diferentes estilos de vida más insólitos de otros habitantes como Patrick o Janet, inmersos en una lucha diaria por mantenerse en pie dentro de ese otro mundo de adultos. Y de fondo, esa desorientación que por una razón u otra, les une y les distancia a un tiempo. Las líneas de la normalidad se difuminan dentro de un grupo humano marcado por creencias y principios que pretenden estar al margen de la sociedad imperante. La familia entonces llega a hacerse ciertamente disfuncional, la educación carente de base real, y las relaciones complejas. Sin embargo, y al margen de cualquier prejuicio fanático que pueda asociarse al concepto de comuna, la ternura y el afecto son los que finalmente imperan dentro de esa especial familia.
En Blaen-y-Llyn los diálogos, como los personajes, son inteligentes, frescos, con toques de fina comicidad que ocultan otras intenciones. Y aunque los cimientos de este lugar se tambaleen arrollados por la individualidad, no dejan de ser un reflejo vital de lo que podría parecer una familia moderna.
Kate y Albert se han criado en el aislamiento que supone vivir en una comuna como es Blaen-y-Llyn. Kate es la mayor de los dos hermanos, tiene diecisiete años y está pasando esos momentos de rebeldía y búsqueda personal típicos de la edad; además, este año por primera vez tiene que continuar sus estudios fuera de la comunidad, y va a conocer no solo lugares y personas nuevas, sino una forma de vida diferente. Albert tiene once años y una curiosidad que está empezando a exceder de sus propios olores corporales: todo lo que viene del exterior le atrae y está obsesionado con el fin del mundo que parece avecinarse. La educación en la comuna está muy acotada a cualquier influencia extrema que venga del exterior. Mientras que el uso de internet o de móviles está realmente muy limitado, la televisión pasa por un peculiar control diario, sobre todo en el caso de la publicidad, tan engañosa y dañina hoy en día.
La comunidad, también conocida como la Casa de la Marcha desde el momento que una fiesta de cumpleaños terminó desbordándose inesperadamente, no está viviendo sus mejores momentos, los miembros que quieren formar parte de ella cada vez son menos, y por tanto, los recursos. Don y Freya, padres de Kate y Albert, y fundadores de la comuna, son un ejemplo claro de esa desintegración. Tras veinte años de matrimonio, Freya, profundamente descontenta, ha decidido separarse, y Don no sabe cómo retenerla. Como líder del grupo se encuentra en la obligación de seguir trabajando en beneficio del mismo, y no quiere apercibirse de la pérdida que a nivel personal ello le está suponiendo.
Patrick sigue perdidamente enamorado de Janet, aunque ella parece no querer verlo. Demasiado tiempo enganchado a una historia que solo parece tener sentido en su cabeza. La situación se precipita cuando Patrick tiene que ingresar en el hospital por un percance sufrido tras consumir setas alucinógenas. Resuelve que quizás ya es hora de alejarse de la comuna para superar esa situación. Es el momento que también aprovecha Kate, en su búsqueda de una vida más normal, para escapar e irse a vivir a casa de su novio, aunque allí descubrirá que gente extravagante no solo hay en la comuna. Por su parte, Freya ha dejado la casa comunitaria para, por un lado, alejarse de Don, y por otro, romper la influencia apocalíptica que Marina está teniendo sobre su hijo Albert.
La experiencia de autosuficiencia comienza a desmoronarse, pero Don parece estar empeñado en todo lo contrario. Está convencido de que con una adecuada y estudiada estrategia de transición, podrán adaptarse a los tiempos modernos. Para empezar se propone una desconexión total de la red eléctrica, como signo reconocible y clave de sus principios. Una opción de vida que seguro atraerá nuevos miembros. Y para continuar en esa labor de captación, Don planea organizar una gran fiesta de puertas abiertas con la excusa de la entrega a los jóvenes de las notas de acceso a la universidad. Actividad que en el fondo, lo único que esconde es una silenciosa batalla por recuperar a las personas que más quiere, su mujer y sus hijos, su familia.
Sin embargo, no todo está decidido, el fin del mundo quizás aún pueda presentarse, escondido tras la bruma matutina que queda tras una larga y agitada fiesta. ¿O acaso solo se trate del comienzo de otro mundo, uno nuevo?
El novelista, poeta y periodista Joe Dunthorne nació hace treinta años en Swansea, al sur de Gales, aunque desde hace un tiempo reside en Londres. Realizó un máster en Escritura Creativa en la University of East Anglia, donde recibió el Premio Curtis Brown al mejor escritor en prosa de su promoción. En 2005 viajó a Bangladesh con el British Council como parte de un proyecto de intercambio con jóvenes escritores. Tras haber publicado poesía en varias revistas y antologías, publicó su primera novela, Submarino, con la que consiguió un gran reconocimiento por parte de crítica y público llegando a traducirse a diez idiomas. La historia, que narra las tribulaciones de un problemático adolescente, quedó finalista para el Premio Commonwealth Writers en 2009, y fue llevada al cine el pasado año de la mano del director Richard Ayoade.
Su nuevo libro, Desenfreno, llega avalado por el Society of Authors' Encore award a la mejor segunda novela. Con este título el autor también fue nominado para el Libro Galés del Año.
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