En consecuencia, resulta muy conveniente la lectura de la obra que tenemos entre manos por varias razones. La primera y principal por el trabajo de la autora a la hora de exponernos de manera sucinta pero completa las características de la violencia de ETA. Para ello efectúa un recorrido histórico, acentuando algunos hechos de trascendencia como por ejemplo, la ponencia Oldartzen que implicó la socialización del terror.
En segundo lugar, porque no se conforma con realizar una exposición sino que va más allá y entrevista a quienes sufrieron la persecución de ETA. Esta parte enrique aún más la obra y permite poner a las víctimas nombre y apellidos puesto que la estrategia de la autora las humaniza.
En tercer lugar porque la propia Dra Bezunartea fue víctima de Eta debiendo abandonar el País Vasco. Sin embargo, el libro no se mueve por un afán de venganza o por un deseo de saldar de cuentas con aquellas instituciones que dejaron en el desamparo a quienes la banda terrorista había señalado como responsables del “sufrimiento” de Euskal Herria. En palabras de la autora: “si el impacto que produjo en la sociedad vasca la violencia y el terrorismo siempre fue duro, todavía lo fue más cuando la línea divisoria desde las fuerzas políticas dejó de ser <<violentos y no violentos>> para convertirse, a partir del Acuerdo de Lizarra, en <<nacionalistas y no nacionalistas>>. Aunque, ciertamente, si establecemos otra línea divisoria entre los que podían tener miedo, los amenazados y los que se sentían a salvo, en este último campo siempre estuvieron los nacionalistas” (p.39).
La autora hace un balance realista sobre el legado de Eta “ha roto la sociedad, ha lastimado las relaciones sociales, de vecindad, incluso familiares; tanto que costará mucho recomponerlas” (p.16) que cabe calificar también de políticamente incorrecto, es decir, contrario a la tendencia a pasar página y a que no haya vencedores ni vencidos. Al respecto, el ex Lehendakari José Antonio Ardanza (PNV) afirmaba en El Correo (2 de junio de 2012) “¿qué aporta hurgar y hurgar en la herida?”. El citado político jeltzale demuestra una actitud auto-complaciente que omite de forma voluntaria un hecho desagradable para el nacionalismo vasco: que muchas personas se vieron obligadas al exilio por la presión de ETA, organización también nacionalista.
A partir de los testimonios que le brindan a la autora las diferentes personas a las que entrevista, observamos que en el infierno particular que cada uno de ellas vivió se pueden extraer algunas características generales. En efecto, todos subrayan la cobardía de la sociedad vasca la cual bien por miedo, bien por aceptar los postulados/objetivos defendidos por Eta, les dio la espalda. Al respecto, Mikel Iriondo (miembro del Foro de Ermua) confesaba lo siguiente: “antes de estudiar Filosofía había estudiado Empresariales y tengo amigos que ahora son empresarios o con cargos relevantes en este ámbito. A veces, cuando hablo con ellos, me dicen que por qué me he metido en estos líos. O sea, el problema lo tengo yo por meterme donde no me llaman. Es algo que sorprende. Pero es una opinión bastante generalizada: si no te metes en líos no te pasa nada” (p. 203).
Igualmente, los entrevistados coinciden en condenar la actitud de los sucesivos gobiernos del PNV, caracterizados por mostrar diversos grados de condescendencia hacia las razones de Eta y de una manera más general, hacia las causas de su aparición en la década de los cincuenta del pasado siglo. Para Gotzone Mora: “a mí me da la sensación de que en el nacionalismo hay un reparto de papeles, que trabajan en escala, pero que todos participan para alcanzar ese fin que plantean. ¿Hasta dónde coinciden con ese fin? Pues no sé si el PNV querría en principio lo mismo que quiere Bildu, pero van en ese camino, porque su propia gente dice que comparte la ideal del independentismo. El nacionalismo, empezando por Arzalluz, ha mirado para otra parte (…) El Partido Nacionalista no hizo nada para intentar <amansar> a la fiera” (p. 229).
En definitiva, una obra de lectura obligada. Las dosis de realismo que rezuma deberían ser el contrapunto adecuado a un superávit de optimismo difundido y patrocinado desde las instancias institucionales sobre el final de ETA que busca más el olvido que la necesaria asunción de responsabilidades.
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