"Cómico" es un experimento muy personal sobre su obra pasada
El porvenir para él no es demasiado favorable, sin embargo, según el productor Enrique Salaverri, “el teatro está funcionando muy bien”. Tan bien, que el Brujo estará todos los lunes en el teatro Cofidis hasta Navidad y si su monólogo funciona seguirá más tiempo. No son capaces de fijar una fecha, “hasta que funcione”, dicen o “hasta que la gente se canse”, que viene a ser lo mismo.
Hace apenas una semana concluía su temporada de Mujeres de Shakespeare, unas merecidas vacaciones en Marrakech, donde unos “dromedarios amaestrados me traían el café a la habitación”, cuenta como si estuviese subido a un escenario. “Un guía nos perdió en el desierto. Por momentos, se le ponía cara de Al Qaeda, al final respiramos y encontramos el rastro”, recuerda con una gracia zumbona que no sabemos bien si nos está hablando en serio o en broma.
El caso es que casi sin descanso ya tiene otro proyecto y piensa seguir haciendo bolos con su última obra por provincias, con representaciones de fin de semana por distintas localidades de la geografía española. Está claro que no descansa porque ya está pensando en la siguiente obra “que de momento no puedo decir nada”. Pero seguro que se inspirará en los clásicos españoles porque “yo soy muy español, los cómicos que a mi gustan son españoles. Antonio Casal salía al escenario y hacía reír, pero podías terminar llorando y no de risa precisamente; Ángel de Andrés, Andrés Pajares, antes de que perdiese los papeles, eran grandes cómicos. Lo de Lenny Bruce se lo dejo a Pepe Rubianes”, dice.
Rajoy es a cultural
“Me voy a meter con los políticos, Rajoy, Rubalcaba, Merkel y con los sindicalistas, Méndez y Toxo, ya que forman parte de mis pesadillas”, explica concienzudo. ¿Y si alguno de ellos viene al teatro? “Algunos han venido, pero Rajoy no creo que lo haga, no sé si sabría venir al teatro porque no sabe si existe, sólo sabe de ciclismo, de televisión y de fútbol. Es totalmente a cultural, no le interesa la cultura, sólo la educación”, explica El Brujo con cara de pillín. “Al rey le pasa lo mismo. Son un tándem contrario a la cultura. Nunca he visto al rey inaugurar uno de nuestros grandes festivales de teatro y eso que tenemos festivales tan importantes mundialmente como los de Almagro o Mérida”, recapitula. Si se pierde no busquen al rey en un teatro; sí en una cacería, puede ser de elefantes o de conejos y da igual que sea en África o en un coto particular.
Cómico no es una obra, es un espectáculo donde El Brujo se enfrenta a su público en un escenario vacío, sólo se sirve de una silla y de un libro de Quevedo. Lo demás corre de su cuenta, de sus recuerdos, de sus obras anteriores. En la función recorre pasajes del Lazarillo, del Evangelio según San Juan, de San Francisco juglar de Dios, de Mujeres de Shakespeare y recuerdos personales de su infancia, de su padre, “era muy aficionado al vino, era representante de finos, le echaba muchas horas extras, mucha dedicación”, recuerda. Para su padre Machado era un poeta de taberna. Delirantes sus recuerdos, no se pueden transcribir porque no tendrían la gracia con la que él los dice e interpreta, histriónico hasta tal punto que ver cómo imitaba a su padre cojeando borracho es insuperable.
“Para mí, Cómico es un experimento, es el almagre de mis últimos diez años de teatro. Pero, ¿qué es el almagre? Dice Dario Fo: Almagre es el término que emplean los pintores cuando, directamente sobre el muro seco, antes de enrasar, dibujan el proyecto del fresco. Únicamente el dibujo… Bueno, pues yo también estoy haciendo lo mismo pero al revés. Revisitando mis espectáculos anteriores pero desde atrás, desde la trastienda”.
Así recuerda en la función aquella que hizo en la catedral de Málaga delante de tres obispos, donde interpretó el Evangelio según san Juan. Cuenta el pasaje del paralítico en la piscina de Siloé, de tal forma, que hasta los obispos se reían estentóreamente. “¿Por qué cuando ellos lo cuentan no se ríe nadie y cuando lo cuento yo, sí?”, desafía al público a averiguarlo. Está claro; por cómo lo cuenta. El Brujo tiene vis cómica, los obispos vis trágica. Él gesticula, se mueve, revive la escena y consigue que todos los espectadores se rían tanto que él mismo, en ocasiones, no puede contener la carcajada. Se ríe de todo, con todos y de él mismo.
Y quien se aguante la risa no lo podrá hacer cuando recite los versos de Gracias y desgracias del ojo del culo de Francisco de Quevedo y Villegas y eso que lo recita sin pausas poéticas. Lo recita de corrido, explicando gráficamente su función y así un espectáculo de más de hora y media. “El espectáculo –amenaza- no va a ser igual todos los días, la actualidad mandará”, ¿Qué quiere decir con eso, que vamos a tener que ir a verle todos los lunes? Bueno, yo de momento me apunto.
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