Harold Pinter, premio Nóbel de Literatura, es el mayor representante del teatro del absurdo
Con la llegada de la democracia el país avanzó rápidamente. Ahora vivimos unos tiempos en los que el país está retrocediendo, en todos los sentidos, al comienzo de la democracia y lamentablemente ese proceso no se va a acabar ahí, sino que retrocedemos económicamente, intelectualmente y socialmente a unos tiempos que creíamos olvidados y el proceso de modernidad que vivimos se está dando la vuelta y volvemos a tiempos pretéritos que creíamos pasados.
Harold Pinter sabía mucho de eso y ya antes de fallecer en 2008 dejó actividades como el teatro y la escritura para centrarse en la acción política. Siempre fue un autor concienciado, su procedencia del barrio de clase obrera londinense de Hackney pesó toda su vida sobre él. Ejerció de dramaturgo, guionista de televisión, poeta, actor y director. Esa experiencia se nota en su obra y más en Traición, que despoja de todo aditamento sobrante.
Para Harold Pinter el teatro es la esencia de la vida. Desnuda los escenarios y desnuda a los protagonistas, se necesita muy poco para interpretar una obra de teatro. Un buen libreto, y un escueto escenario y si se pueden romper las formas, mejor. Así lo ha entendido la directora de la obra y ha creado un espacio alargado con público a los dos lados del escenario, con la dificultad que acarrea a los actores dirigirse en dos direcciones contrapuestas.
Esos inconvenientes los solucionan con tablas, las muchas tablas que tienen Alberto San Juan, Will Keen y Cecilia Solaguren, que conforman las tres patas de una silla que en ocasiones cojea por la hierática actriz. Esas deficiencias se superan con el gran texto que manejan y la ayuda de los otros protagonistas, ya que el escenario ayuda poco, puesto que es el mismo en toda la obra y solo van cambiando ciertos aditamentos, lo cual realizan los propios actores.
Harold Pinter es el máximo representante del teatro del absurdo. En Traición hay mucho de absurdo, pero también mucho de vida real. La traición de las parejas es el hilo central de la obra. El autor juega con el tiempo a su antojo y empieza la obra por el final de la historia, cuando dos amantes se citan a tomar una copa dos años después de haber finalizado una relación adúltera.
La obra va avanzando hacia atrás desvelando la historia pasada y las motivaciones y pensamientos de los protagonistas. Traición avanza hacia atrás dando explicaciones de las implicaciones pasadas. Las mentiras con las que se va conformando una relación nos van dando las claves de las vidas de los protagonistas, pero todo de una forma muy civilizada.
Robert asume la traición de su mujer tranquilamente, impávidamente, más bien, como si no fuese la cosa con él, quizá porque él también la traicionaba. Y Nico traiciona a Robert, su mejor amigo y compañero de squash, sin ningún remordimiento de conciencia. Es Nico el más inmaduro de los tres, el que parece no enterarse de nada. Emma es la más fría, la mentirosa del grupo, engaña a su marido, pero también le miente a su amante.
Con estos mimbres se compone una obra que discurre lenta y aplastantemente, llena de silencios y miradas penetrantes. La nueva adaptación es realmente brillante. Ya en 2009 otra adaptación consiguió varios premios Max. La versión actual es digna continuación de lo que realizaron el año pasado en el teatro Español. La sala Galileo, que tiene más de nave industrial que de teatro, está consiguiendo tener una programación más que interesante. Harold Pinter tiene mucha culpa de ello. Es uno de los grandes del siglo XX y consiguió el Premio Nóbel de literatura en el siglo XXI.
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