En el número 35 de la colección El Bardo -que fue fundada en 1964- la editorial Los Libros de la Frontera presenta la más reciente publicación de la poeta y editora castellonense Amelia Díaz Benlliure. Tras la publicación de su primer poemario en 2011 Manual para entender las distancias (ACEN) donde los elementos más primarios de la sociedad reflejan un alejamiento entre ellos a la manera del Universo en expansión, la brillante editora de Unaria Ediciones nos propone como autora un viaje a los puntos de encuentro entre la memoria y la herida, un manifiesto lleno de dolor pero también de reivindicación que en ocasiones requiere de plasticidad de la palabra para trasladarnos intacta toda su amargura.
El poeta y narrador Antonio Tello Argüello, pieza crucial de la literatura argentina del exilio, subraya en su acertado prólogo que los valores combatientes de la autora quizá impulsen el protagonismo de sus versos hacia lo contestatario y evocador de aquel que, cruzados los periplos, recuerda las experiencias que lo marcaron y los baluartes perdidos, como también apunta que el lector podrá encontrar además de toda esa sustancia -revestida de lirismo- proveniente de esputos volcánicos, muchos más matices y caminos que poder interpretar dada la riqueza como poeta de Benlliure.
La propia autora, a modo de introducción, no puede evitar dar unas pautas al lector para evitar su incomprensión, y consciente de lo arriesgado de su propuesta al mezclar su mirada en estos textos binarios con la mínima retórica y recato, prescindiendo de títulos y muros, se apiada de esa alma aventurera y señala su camino. Así pues, revela que en las páginas pares, la voz de su padre -ya desaparecido- relatará los pormenores de su calvario, y en las páginas pares, ya con voz propia, recogerá la compasión de sus lectores para transformarla en actitud y rebeldía.
Amelia utiliza un léxico perlado, un narrar entrecortado, como el de quien describe un sueño a golpe de emociones, no necesita métricas ni rimas para transmitir su desencanto, el lenguaje simbólico toma decidido las riendas de sus versos cortos, y las palabras se engrandecen o espacian a merced de sus vientos tautológicos.
Bastan las manos para entender/las líneas que no se escribirán, Amelia provee a las manos de los ojos que palpan verdades, quizá porque son ellas las que ejecutan las acciones, son ellas las que escriben o acarician, son las que golpean, Son las manos/son las manos/son las manos/la voz. Manos flacas, manos de dedos negros, Sus manos contaron memorias/de los niños sin padres, es esa terminación del brazo, esa extremidad superior la que llora ensangrentada o aprieta sus falanges formando un puño. Fueron tiempos oscuros/paraísos mutilados/flores desangradas/en los campos del califa, el escenario cruel de una historia ya ocurrida no ofrece redención posible si no es a través de la lucha, Sabes/que ya no existen otros caminos, /Este/-tus pasos-/el único. La poeta es cronista del pasado, enemiga del olvido, y denuncia a los que ordenan desmemoria con el afán de borrar las huellas de sus errores. Las páginas pares esgrimen versos de naturaleza más breve y dispar, y concebidos como un mismo discurso no encuentran tropiezos ni anotaciones, de esta forma la libertad creadora se desata, unas veces a través de un marcado yo lírico, otras sin él, llegando a situaciones creacionistas como por ejemplo en el símil que referencia a la Biblia en el poema de los jinetes, cuatro estrofas de tres versos cada una donde los segundos versos son cuatro sustantivos sin separaciones ortográficas y los terceros, separados espacialmente, son coherentes leídos en conjunto o entre sí.
En otro poema la autora forma el símbolo del infinito en un sencillo caligrama utilizando tan sólo la reversible palabra "reconocer". En un plausible ejemplo de la interacción de las páginas pares con las impares, Díaz Benlliure exclama en un verso Hambres eternas globales jamás y lo realza en negrita entre seis versos más que lo rodean repitiendo el mismo texto, ocupando la misma extensión y consecutivamente. Después, en la página siguiente, la autora utiliza ese mismo verso como leit motiv de una especie de rezo en el que reconoce el hambre y sus múltiples efectos.
No es fácil digerir ni descifrar la poesía que contiene este libro, exige un gran compromiso del lector activo, pues si se le concede una lectura subliminal, poco profunda, las letras no revelarán nunca su mensaje, es fácil perderse en su ausencia de signos o de artículos, en su ausencia de títulos o disparidad de voces, pero sin duda es un ejercicio arriesgado que no deja indiferente a los buenos lectores.
Amelia Díaz Benlliure, licenciada en Matemáticas y reconocida guerrera del mundo editorial, con este golpe sobre la mesa consigue ascender un peldaño más en su carrera como escritora, al defender dignamente una apuesta tan compleja que camina con extrema habilidad por las fronteras de la poesía social, poesía del silencio y poesía de la experiencia sin perder jamás el sello propio que la hace tan personal.
Marcelo Díaz nos concede en su epílogo una prórroga cual bis, que continúa el poemario haciendo uso de una prosa poética -que aun sin ser demandada- nos flagela el corazón al terminar -tan brevemente- y privarnos para siempre de su discurso ornamental y neologista. Sin duda un broche de gala que cierra el conjunto dejando un buen sabor de boca, tanto, que algunos se preguntan -o nos preguntamos- desde ya, cuál será el próximo proyecto de la artista.
Críticas literarias
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