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Cultura para todos

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Se acabó. Pareció acabarse de golpe, como si el tiempo se hubiera acelerado. De vuelta a casa, a la rutina, el trabajo o las vacaciones, a la ciudad o a la playa, los días de la Semana Negra se confunden en un torbellino de recuerdos alegres ligeramente teñidos de nostalgia. ¡Se acabó!

Algunos intentaron exprimir al máximo los últimos momentos. Otros tenían ya tal cansancio acumulado que no fueron capaces. Los últimos días fueron calurosos y húmedos, bochornosos, con el mismo ritmo de presentaciones, música y tertulias de los anteriores.

El sábado recibí con euforia mi primer ejemplar del libro de este año: y es que un detalle característico de la Semana Negra es el hecho de que, cada año, edita un libro y regala 1.000 ejemplares entre los asistentes. Este año, una obra muy especial: "RDA, el país que nunca existió", una antología por Ibon Zubiaur que recoge autores de la antigua República Democrática Alemana no traducidos al español, rescatando joyas entre la basura ideológica de ese período.

El domingo por la mañana, demasiado temprano para el gusto de más de uno, reunión en el Don Manuel. La última tertulia. Debo admitir que se echaba en falta el dinamismo habitual: muchos habíamos dormido poco, algunos ni siquiera se habían acostado y otros llevaban varios días sin dejar de beber. Intercambiamos libros y direcciones, e hicimos planes de reencuentros: ¿en la Semana Negra de Buenos Aires? ¿En el Celsius 232 de Avilés? O, como muy tarde, el año que viene...

No había "Tren Negro" a la vuelta. Habían puesto a nuestra disposición un autobús, y por mucho que lo llamáramos "bus negro", no era lo mismo. Faltaban muchos amigos que se quedaron atrás. Y no es lo mismo empezar una aventura que recordarla, se notaba el cansancio de los días en Gijón y cierta nostalgia.

Primero nos condujeron, de nuevo, al recinto donde se ha celebrado este año la Semana Negra, en los terrenos que antes albergaron el astillero Naval Gijón, para que, periodistas y autores, pudiéramos asistir a la clausura oficial. Pudimos leer el último número de "A Quemarropa", titulado: "TRIUNFO - La semana negra un año más", con un poema de Goytisolo que sustituyó el habitual editorial. Fue un acto entrañable. Ahí estaban todos los retratos pintados durante la semana por Félix de la Concha, Yampi y su guitarra, muchos nuevos amigos... Éramos menos que de costumbre en la carpa del Encuentro, pero los discursos tuvieron algo eufórico: sí, ¡gran éxito, un año más!

La clausura oficial estuvo a cargo de José Luis Paraja, director del comité organizador de La Semana Negra, y de Ángel de la Calle, director de contenidos. Paraja transmitió un mensaje de resistencia y perseverancia, porque las personas son quienes cambian la sociedad, y agradeció a todos los asistentes el apoyo recibido, pues sin ellos no hubiera sido posible cumplir veintiséis ediciones de la Semana Negra. El senador Vicente Álvarez Areces, en su condición de cofundador del festival, agradeció también la presencia multitudinaria que ha permitido a la Semana Negra sobrevivir tantos años a pesar de los ataques sufridos. Añadió que "Gijón debe sentirse orgullosa de su Semana Negra, porque le ha dado mucho a la ciudad" y terminó con una hermosa frase en la que instaba a los vecinos a ser tolerantes, pues la Semana Negra beneficia a Gijón, a todo el Principado de Asturias y a la cultura. La veintiséis edición, considerada "brillante a pesar de la dificultades", fue declarada clausurada.

En Morera de Aller nos ofrecieron una generosa espicha de despedida, precedida por un discurso apasionado sobre el ideal de cultura para el pueblo trabajador o la tradición minera en Asturias. Un pueblo pintoresco, un sol aplastante, más propio de Castilla que de Asturias. Nos sirvieron sidra, y toda suerte de especialidades de la región. Me encantaron los postres, que varias simpáticas camareras nos iban presentando y explicando. Tomaron unas cuantas fotos del grupo, bajo un sol de justicia, antes de separarnos. Los organizadores, Marta, Ana y otros amigos regresaron a Gijón, los demás emprendíamos el viaje hacia Madrid en autobús. Entre charlas, una siesta y las paradas, se me hizo muy breve. Demasiado: pronto habíamos llegado.

El autobús se detuvo en Madrid en la estación de Chamartín, delante del Hotel Husa, donde empezó la aventura. Los últimos abrazos. Y cada uno se fue por su lado... ¡Hasta el año que viene!

La Semana Negra es divertida. Es interesante. Es un sitio único para conocer a personas especiales, creativas, diferentes. Es un privilegio poder conversar con autores míticos, en un ambiente tan relajado y afable. Pero lo que tal vez más me ha llamado la atención es que propone otra forma de vivir la cultura, directa y sin pretensiones, interesante, divertida. Esta es una de mis conclusiones de la Semana Negra: la cultura es y debe ser verdaderamente para todos.

Se trata del Festival Literario más importante de España. Su fama no se limita a Asturias, ni a la Península, sino que se extiende por Europa, por el mundo. Sí: Gijón debe sentirse orgullosa. No es fácil organizar un evento internacional de tales dimensiones, con recursos siempre más escasos. Todo el equipo ha sido brillante y merece, primero, nuestra más sincera enhorabuena. Segundo: unas más que merecidas vacaciones... Me resultan poco comprensibles las críticas que ha recibido. Algunos vecinos se quejan del ruido: ¿más que en otros festejos? Y solo es una vez al año... Hay también quien está descontento con el ambiente de feria -el mercadillo, las atracciones, el chocolate o el pulpo-, y consideran una especie de sacrilegio que un señor con una cerveza en la mano se detenga a mirar libros. Las carpas estaban siempre abarrotadísimas. En ambientes más académicos y tradicionales, como en las presentaciones de libros de la capital, es altamente improbable conseguir tanta asistencia. Gijón ofrece libros y cultura para todos, de forma realmente democrática. Son bienvenidas las familias con niños de todas las edades, con muchos recursos o con pocos, ilustrados o con simple curiosidad: cultura al alcance de todos, ¿acaso no debería ser así?

Pero detrás de esta crítica tal vez se esconda, inconsciente, ese sutil esnobismo intelectual que hace preferir las obras pesadas a las amenas porque sin saberlo imagina que el aburrimiento es la consecuencia lógica de la calidad, y cree de forma más o menos lúcida que la cultura debe ser algo elitista, hermético y digno solo de los estoicos, si no por su dificultad intrínseca, al menos por el tedio que produce acercarse a ella. La Semana Negra presenta el mundo de la cultura de forma divertida. Un mundo que es para todos, donde los niños aprenden a asociar libros con ocio, con el placer de subirse a la noria o a un tren del miedo. Y eso en nuestra sociedad es crucial. Porque no fomentaremos la lectura obligando a ella en las aulas, ni tendremos ciudadanos inteligentes si apenas leen, ni una clase política modélica sin un pueblo ilustrado que la controle, ni nuestra democracia lo será realmente si los ciudadanos, más que como ciudadanos, se comportan como incapaces caprichosos y tan poco admirables como aquellos a los que critican. No tendremos democracia real sin una ciudadanía capaz de pensar por sí misma, de "salir de la minoría de edad", como definía Kant la ilustración ("Aufklärung"). La cultura educa la mente y la capacidad de juicio, nos hace realmente libres y propiamente humanos. Pero no se adquiere por arte de magia, ni por imposición. Sino aprendiendo y enseñando a amarla, descubriéndola, primero, como fuente de placer.

Tal vez sea esto lo que más me ha impactado de la Semana Negra: la demostración práctica de que la cultura puede ser divertida y que debe ser para todos, no para ricos ni pobres, para los de izquierdas ni los de derechas. Y que festivales como la Semana Negra hacen más por la cultura, y con menos medios, que la mayoría de los actos solemnes y tediosos a los que nos tienen tan acostumbrados que acabamos condicionados a creer que, si no es aburrido, no es cultura.

Twitter: @Todoliteratura

Helena Cosano es autora de "Almas brujas"


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