Una muchacha huye desesperada por las calles del Raval de Barcelona: un hombre la persigue. Buscando refugio, entra en un edificio medio abandonado. Allí, en la única vivienda con luz, otra joven la esconde, confiada. Sin embargo, el perseguidor mata a ambas muchachas. Una de ellas era la ocupante del piso, Miriam, hija de un dibujante y profesor de tiro con arco; la otra, posiblemente ucraniana, parece ser la típica víctima del tráfico de mujeres: una joven, casi una niña, que ha intentado escapar de sus captores sin conseguirlo.
En otro lugar de Barcelona, en una casa lujosa que sirve de cubil a los miembros de una organización internacional de trata de blancas, una joven está siendo violada por el encargado de amansarla. Pero, sorprendentemente, el violador termina con un punzón clavado en los genitales que la muchacha se había introducido previamente en la vagina. El hombre acaba muerto, desangrado, y el compañero que acude a sus gritos, recibe una bala en la nuca.
Este es el arranque de una impactante novela negra, que tiene como argumento el sórdido mundo del tráfico internacional de mujeres. Un asunto que sigue repugnando a un hombre tan curtido y de vuelta de todo como el policía Méndez, viejo conocido de los lectores de González Ledesma. Antes, en tiempos del policía, la prostitución no generaba demasiados asesinatos. Ahora sí, la trata de blancas cuesta centenares de vidas y es un negocio tan lucrativo que quienes lo manejan son casi invulnerables. Nadie sabe el dinero que mueve esta industria; nadie quiere saberlo. Es mejor cerrar los ojos, piensa Méndez, y olvidar ese submundo en el que se mueven como peces en el agua asesinos de la peor calaña, negreros sin escrúpulos, y mujeres sin esperanza.
Esta impunidad hace que al viejo policía se lo lleven los demonios. Por ello, cuando aparecen las dos jóvenes asesinadas por el mismo cuchillo, el jefe de Méndez no quiere que éste se entrometa en el asunto. Sabe que el policía es incapaz de respetar la ley si tiene que buscar a un asesino tan repugnante. Pero primero hay que encontrar a esa otra joven que ha conseguido escapar de sus carceleros matando, y hay que hacerlo antes de que ellos la encuentren, porque entonces no habrá misericordia. Descubren que se trata de Eva Ostrova, una joven ucraniana de quince años que estuvo recluida en su país en un sanatorio psiquiátrico, la presa perfecta para la organización criminal. Para Méndez, todo el asunto apunta a Muller, aunque nadie quiera verlo.
Sordidez y poesía se dan la mano en esta historia de perdedores, de seres abandonados por la suerte, peleles del destino. Edificios a punto de ser derribados al igual que sus últimos ocupantes. Como en un juego macabro, los personajes irán trabándose con hilos invisibles hasta crear una tupida red de relaciones personales e intereses ocultos que el autor encaja finalmente con una gran maestría narrativa.
Como en el resto de las novelas de González Ledesma, la auténtica protagonista de esta historia es la ciudad de Barcelona, odiada y amada por el autor a partes iguales. Una Barcelona en crisis, llena de contrastes y contradicciones, de lugares oscuros y nuevos centros de poder; de barrios tapiados, de olores, colores y sabores de otras tierras que han encontrado en sus calles un refugio a veces inclemente, que han cambiado para siempre el carácter de los barrios populares de la ciudad. Las reflexiones de Méndez recuerdan la Barcelona antigua, la Barcelona canalla del Raval, de la vieja prostitución de barrio comparada con la trata de blancas de la actualidad. Es una mirada nostálgica al pasado, a la Barcelona de antes de la internacionalización del crimen. Méndez reflexiona sobre una ciudad arrasada por el capitalismo feroz, un capitalismo que sobrevuela la historia como un ave carroñera. Y la crisis, y la desesperanza y la miseria y la maldad.
Costumbrismo canalla, crítica social y política, una gran ironía y un pesimismo nihilista son los elementos que maneja el autor para crear una historia de rabiosa y terrible actualidad. El tono casi poético con el que el narrador describe la realidad se entrelaza con sorprendente facilidad con un relato de una dureza sin paliativos que golpea al lector en el estómago. La hondura de los personajes y una visión tenebrosa y cínica de la sociedad, convierten la novela en un perfecto ejemplo de la novela negra clásica, impecable en su estructura y apasionante en su desarrollo.
En estos tiempos de depredación e injusticia, González Ledesma nos cuenta una historia de venganza de los desheredados, una historia de mujeres indefensas que toman las riendas de sus miserables y arruinadas vidas, que dejan de ser víctimas para convertirse en verdugos. Es una historia, en definitiva, en la que no participa la ley, pero sí, y mucho, la justicia.
Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927) ha sido redactor jefe de La Vanguardia de Barcelona, y antes de El Correo Catalán. Es un veterano periodista que en otro tiempo estuvo llamado a ser el novelista de éxito más joven de España. A los veintiún años obtuvo el Premio Internacional de Novela, instituido por el editor José Janés, y en cuyo jurado figuraban personalidades como Somerset Maugham y Walter Starkie. Pero la censura franquista prohibió reiteradamente esta obra, Sombras viejas, reduciendo al autor, como a tantos otros de su generación, al desánimo y al silencio. Igualmente estuvo prohibida su segunda novela, Los Napoleones, que solo fue posible publicar con la transición política.
Ha firmado numerosas novelas del Oeste con el seudónimo Silver Kane. Ha publicado un libro de derecho, El dret catalá actual, y las novelas El expediente Barcelona (finalista del Premio Ciudad de Valencia 1983) y Las calles de nuestros padres, donde adquiere pleno protagonismo el desengañado policía Méndez, hijo de los barrios bajos y conocedor impío de los barrios más altos. De esta serie de Méndez ha publicado varias novelas en Francia con gran éxito y en España. Las últimas, No hay que morir dos veces(2009) yUna novela de barrio(2007).
Francisco González Ledesma es, además, abogado, premio de periodismo El Ciervo y premio Ciudad de Barcelona de cine. Con su novela, Crónica sentimental en rojo, obtuvo el Premio Planeta en 1984.
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