Dos patas para una silla en constante desequilibrio. Para que esa silla funcionase necesitaba otra pata y esa la proporcionó Carmen Díaz de Rivera. La silla se estabilizó, el triángulo ya tenía sus tres vértices y ya no era una única línea con dos puntos que se unían en el infinito. Con esos tres vértices Manuel Vicent confeccionó, lo que todo el mundo terminó por llamar el Triángulo de la Transición. Pero para él, el vértice que unía los dos catetos era Carmen, que por azar pasaba por allí, gracias a la amistad del monarca. De ahí el título del libro que ha publicado la editorial Alfaguara, El azar de la mujer rubia.
Carmen Díaz de Rivera fue para muchos la musa de la Transición. Una transición que se movía a ritmo de rock cuyos protagonistas eran personajes estirados y encorbatados o cargados de espaldas con trajes de pana. Todos estaban empeñados en sacar la aventura adelante pero no por ello intentaron hundirla. Lo hicieron, algunos, con ganas. Pero pudo más el azar, pudo más la suerte y pudo más el corazón de millones de personas que querían vivir.
Con pocos mimbres se hizo ese cesto y, la principal protagonista en la sombra fue esa mujer rubia que el azar puso ahí. Después de haber pasado unos años en un convento a causa de un desengaño amoroso, -estuvo a punto de casarse con su hermanastro sin saber que lo era-, se llenó de ganas de ganas de vivir y luchó lo indecible para desasnar a uno de los principales protagonistas de ese periodo, Adolfo Suárez, personaje extraño, jefe del Movimiento Nacional, siempre embutido en la camisa azul falangista pero que no tenía ideología ni nada, sólo tenía una gran ambición política. De ahí que pasase por Falange, por el Opus Dei y por donde hiciera falta para conseguir su objetivo: ser Presidente del Gobierno. Cosa que consiguió ante el espanto de unos y la incredulidad de otros.
Pasados los años, Juan Carlos I iría a visitarle, como se cuenta en la novela, a su casa de La Florida. Allí Adolfo Suárez vive ajeno a lo que ocurre en el exterior, ni siquiera reconoce a la familia o a los amigos, que cada vez se acercan menos a visitarle. Vive en un bosque lácteo, espeso, donde no hay recuerdos, sólo sentimientos, por eso cuando el rey se acerca a imponerle la Orden de Toisón de Oro le dice: no te conozco, pero me caes bien. Suárez caía también bien a los muchos españoles que le votaron, no nos fiamos de ti, pero nos caes bien y por eso te votamos, parecía decirle media España.
Manuel Vicent, con su experiencia de cronista parlamentario, ha urdido una novela de muchas aristas y muchas verdades. Cuenta la historia como lo haría Ramón María del Valle Inclán en el callejón del Gato, deformándola a su antojo, hasta conseguir la gran crónica de la Transición. En El azar de la mujer rubia está toda la esencia del escritor valenciano, que parece que vuelve a sus orígenes, de aquellos cuentos que publicaba semanalmente los sábados en El País, entonces sin acento.
Urde la trama de manera circular, va girando en torno al principal protagonista de aquellos años, Adolfo Suárez. De esos círculos concéntricos van apareciendo diversos protagonistas que están en la mente de todos. Habla de muchos políticos, todos tenían un denominador común, su generosidad en sacar una causa adelante. Unos perdieron chaquetas de pana, otros perdieron tirantes y hasta otro perdió el rabo. Todos perdieron algo para ganar mucho más. Y todos esos personajes pasan ante la vista radiográfica del autor, que los visualiza en profundidad.
Y en el centro de todos ellos, la protagonista que da nombre al título. Su papel fundamental parecía postergado y arrinconado por la historia. Sin embargo, en la actualidad, se está empezando a reconocer su mérito y su silente trabajo y hay que reconocer que el primero en hacerlo fue Manuel Vicent, que a golpe de imágenes y de metáforas, nos va contando la historia que todos vimos y que pocos recordamos.
El libro interesará a los apasionados de la Transición, pero para quien no le interese este tema, la obra atesora muchos valores literarios. La prosa clara del autor, su mordaz sentido del humor, su mundo distorsionado y a la vez real, hacen que todos aquellos que están interesados por el mundo de la literatura no puedan dejar de leer.
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