En su última novela ha conseguido aunar sus dos grandes pasiones, la música y la literatura y qué mejor que festejarlo con un entramado musical en una casa silenciosa donde se hace música a fondo. Música y literatura intimista que trasciende los corazones de los protagonistas, de la autora y, por supuesto, de los lectores, que se desarrolla en una trama elíptica donde al final todo cuadra como una brillante sinfonía.
O un buen concierto como el Concierto para dos violines en Re menor de Johan Sebastian Bach una de las obras maestras que jamás se hayan escrito para violín. Gracias a ese concierto dos violinistas, profesora y alumna, se juntan para interpretarlo. Las dos son radicalmente distintas y las dos han llegado a la música por razones diametralmente distintas. Teresa, la profesora, se encontró un violín en un vertedero. Esa casualidad hace de ella que su vida tome un rumbo diferente al que estaba predestinada.
Anna, la alumna, comienza a tocar el violín gracias a que su padre quería que fuese intérprete de violín. Sin embargo, su vida no es esa y entiende la música como una carrera de velocidad, donde el sentimiento y la pasión quedan relegados a favor de la ejecución. La música también es matemáticas pero sin alma ¿en qué queda? Pues en lo mismo que su vida, una sucesión de cálculos que no pueden conducir nada más que a la autodestrucción.
Teresa y Anna son las ejecutantes del concierto, pero no son las únicas protagonistas. El principal sobre el que gira toda la trama es Karl T., un director berlinés del sector oriental, que pudo huir de la dictadura alemana oriental, que curiosamente llevaba la palabra democrática en el nombre de su país. Karl está obsesionado con la música, con ensayar, con buscar la perfección de la ejecución y para ello la buscaba hasta sus últimas consecuencias. Todas sus intérpretes, bien fueran cantantes de ópera o violinistas, las hacía suyas en un sofá de la sala de ensayo de su casa. Música a fondo, así lo llamaba él. Todas caían rendidas en su sofá, la cama, no muy lejana, quedaba sólo para dormir.
La casa del silencio tenía otra inquilina, también protagonista, María, la criada que cuidaba de que todo estuviese al gusto de su señor, pero también tiene la pasión de la música. Cantante de joven, a la que Karl mandaba callar, aprende a tocar el violín con él, precisamente las canciones populares de la tierra del director alemán, las más queridas, las que siempre se llevan en el corazón hasta que éste deja de latir. Y es la protagonista del final, la que nos sorprende precisamente por los silencios de años.
El cuarto y último protagonista es el hijo de Karl, Mark, que un buen día aparece por Barcelona para presentarse a su padre, que desconocía de su existencia. Violinista en aquella Berlín que veía cómo acababa de resquebrajarse aquel muro que fue durante años la herida de una ciudad que nadie quería sanar. Al final, quedó en una cicatriz que hace que no olvidemos la intransigencia de unos y el olvido de otros. Mark decidió buscar su destino al lado de su padre y este destino cambió.
Los cuatros protagonistas, Teresa, Anna, María y Mark son los cuatro narradores de la novela que cuentan sus historias en primera persona, siempre referente a Karl. La historia es la de Karl, pero los puntos de vista son los de los cuatro narradores que viven una misma historia que ven con diferentes ojos. Los ojos de la subjetividad que ven un mismo acontecimiento de formas diferentes.
El lector que observa el desarrollo de la trama desde esas cuatro perspectivas toma partido, casi sin darse cuenta, por alguno de ellos. La autora mima a María, quizá con Mark, la más ingenua. Pero todos son tratados con cariño, con comprensión, menos una, que el lector desvelará cuando lea esta obra intimista, diáfana y poliédrica. Blanca Busquets ha escrito una novela apasionante donde los amantes de la música clásica encontrarán muchas claves y para los que no lo son hará que comiencen a amar esa música y, por supuesto, la literatura de la escritora barcelonesa.
Críticas literarias
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