"Esta es una historia verídica", nos dijo recientemente y nos preguntamos, ¿por qué a Javier Sierra le ocurren estas historias y al resto de los mortales no? Pregunta de difícil respuesta, pero lo que está claro es que si a cualquiera de nosotros nos ocurriera algo así, no lo habríamos sacado tanto partido como lo ha hecho el escritor turolense.
Porque el libro es ante todo un tratado de erudición sobre la pintura del Renacimiento. Por sus páginas deambulan los cuadros más emblemáticos de pintores como Rafael Sanzio, Leonardo da Vinci, El Bosco, Tiziano, Juan de Juanes, Brueghel el Viejo y alguno más. Todos ellos grandes maestros del difícil arte de la pintura y alguno de ellos, si no todos, conectados a una forma de ver el mundo con unos ojos realmente diferentes.
El autor, siendo un estudiante veinteañero, se encontró con un maestro en el museo del Prado que le fue desvelando poco a poco lo que había detrás de ciertos cuadros, a los que él llama proféticos. Probablemente, muchos de esos artistas pertenecieron a alguna secta o estudiaron uno de los libros más misteriosos y curiosos que hay en el mundo, el Apocalipsis Nova, que nunca llegó a ser publicado pero del que en España se conservan, al menos, tres ejemplares. Los anaqueles de la Biblioteca Nacional y la biblioteca del Monasterio de El Escorial guardan esta increíble obra.
Y todo gracias a un rey, conocido como el Rey Prudente, Felipe II, que se encargó de recolectar unas obras que nos transportan a otro mundo o, mejor dicho, son una puerta hacia otro mundo. Felipe II fue el mayor coleccionista de obras de El Bosco. Este pintor flamenco veía la realidad con otros ojos, baste observar detenidamente su famoso "El jardín de las delicias" para darnos cuenta de la genialidad de su autor, su modernidad e incluso su futurista visión del mundo. Dalí fue uno de los pintores contemporáneos al que más se le nota la influencia del genio flamenco.
Felipe II compró o confiscó casi toda la obra de El Bosco y la quería tener cerca de él. El jardín de las Delicias fue un cuadro que estuvo en El Escorial y que él tenía en sus aposentos porque lo quería cerca. Su visión es una conexión con el más allá, una puerta para rezar o para meditar. En cualquier caso, es una de las obras cumbres de la pintura mundial que todavía nos sigue asombrando y por qué no, desasosegando. Entenderla en su profundidad sólo está en las manos de unos pocos y uno de ellos era el protagonista de la novela, el etéreo e inmarcesible Luis Fovel, el maestro del Prado.
Y gracias a Javier Sierra podemos acercarnos a una obra tan complicada como bella. Lo mismo ocurre con el portentoso cuadro de Brueghel el Viejo, El triunfo de la muerte, otro cuadro que tiene el don de lo premonitorio y profético. Es otro lienzo inclasificable y que sólo su visión bien merece una visita al museo del Prado.
Pero no sólo fue Felipe II el que quería tener esas obras proféticas. Su padre, Carlos V, apadrinó a Tiziano para que le pintase en varios cuadros. El más famoso de ellos es Carlos V en la batalla de Mühlberg, donde el artista italiano pintó al emperador con el Toisón de Oro y la lanza de Longinos, la lanza que se supone atravesó el cuerpo de Jesucristo en la cruz y que determinados gobernantes quisieron poseer atribuyéndola poderes magníficos.
La obra va repasando la historia de todos estos cuadros y muchos más, explicando el cómo y el por qué se pintaron, además de sus conexiones con el mundo profético. Si el autor de El ángel perdido se hubiese dedicado solo a eso, la obra sería de muy difícil lectura, pero Javier Sierra le ha sabido dar un toque maestro, con una historia de misterio e investigación periodística para que la lectura no sea un tratado erudito y, realmente lo ha conseguido.
Se nota en el autor una madurez cada vez mayor en el manejo, tanto de la forma como el fondo y también del estilo, que ha ido ganando en profundidad y sosiego. Es pues, de momento, la obra más interesante de un autor que va creciendo con el tiempo y que nos seguirá sorprendiendo en el futuro. Seguro que este libro tendrá una continuación, porque el museo del Prado guardó muchos más secretos que nos irá desvelando próximamente.
Al terminar la lectura del libro, se sienten unas irrefrenables ganas de volver al museo del Prado. Seguro que en la próxima ocasión que lo visitemos miraremos los cuadros con otros ojos, los ojos que nos ha abierto Javier Sierra con El maestro del Prado. Y la visita no estará completa si la siguiente excursión no la hacemos a El Escorial. Esas dos joyas nos estarán esperando para que las podamos entender un poco mejor.
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