“La monja bastarda” es una novela de aventuras que atrapa al lector desde la primera página y le sumerge con rigor en el desconocido mundo monacal español del siglo XVII. Esta novela es una de las dos propuestas con la que la editorial Arzalia Ediciones comienza su singladura por el proceloso mundo de la edición de libros sobre historia, tanto de ficción como de no ficción. En la entrevista, la autora nos desvela algunos secretos de su novela.
“La monja bastarda” trata de Ana de Austria, pero normalmente no se conoce más Ana de Austria que la que se casó con Luis XII y fue reina de Francia.
Si, esta es la Ana de Austria más conocida, gracias a Dumas y sus “Tres Mosqueteros”, pero hay varias más. La nobleza de la época era bastante reiterativa con los nombres y los Austria no fueron una excepción. Aparte de la Ana de Austria, reina de Francia y la Ana de Austria de la que yo trato en mi novela, hubo varias Anas de Austria más, como la cuarta esposa de Felipe II, o María Ana de Austria, hermana de la de Francia, que casó con el emperador del Sacro Imperio y algunas más.
¿Y cómo dio con ese personaje?
Estaba escribiendo un relato, que nunca terminé, en el que una autora escribe una novela ambientada en un convento y necesita un modelo para el personaje de una supuesta abadesa. Lo encuentra en la madame de un burdel. A partir de ahí el relato ya no tiene nada más que ver con conventos, ni monjas, pero el caso es que para darle verosimilitud me puse a buscar nombres de abadesas de hace siglos y donde resultaba más fácil encontrarlas, era en la lista de abadesas de las Huelgas. Me puse a leer las biografías de algunas de ellas hasta que di con Doña Ana de Austria y a partir de aquí ya me olvidé del relato y de cualquier otra historia. Era un personaje que estaba pidiendo a gritos una novela.
¿Y qué tenía de especial?
Cuando a los seis años ingresó en el Convento no era más que Ana de Jesús, una huérfana sin apellido conocido, aunque eso sí, a través de Magdalena de Ulloa, con dinero suficiente para pagarle la dote en un convento de categoría. A los catorce años se entera de quien es su padre y pasa a recibir una pensión del rey y a tener su pequeña corte dentro del convento, con damas de honor, pajes, sirvientes…
¿Una corte en un convento?
Fue una de las cosas que me pareció fascinante cuando me documentaba para el libro. Descubrir que poco se parecían los conventos de la época a la idea que nosotros tenemos de un convento. Ya no estaban en la Edad Media con sus rigores y las monjas vivían con comodidad. Casi con excesiva comodidad. Una celda era lo que hoy llamaríamos un pequeño apartamento con sala de estar, dormitorio, capilla y cocina. Como monjas, cada una de ellas tenía una asignación económica y derecho a retirar cada día de las cocinas una serie de alimentos que cocinaban o se hacían cocinar por sus criadas en la celda. Porque las que tenían dinero suficiente para ello, tenían su propio servicio, pajes y cocinera incluidos. Además en el locutorio tenían lugar conversaciones atrevidas y hasta juegos y festejos, estando, eso sí, las monjas separadas de las visitas del exterior, especialmente de los hombres, por una doble reja. Según Santa Teresa, algunas monjas, ella incluida, llegaban a tener “pretendientes”, fuera lo que fuera, lo que tales “pretendientes” pretendían, que eso no lo especifica nadie. No es de extrañar que la propia Santa Teresa y algunas otras sintieran la necesidad de reformar esos conventos.
¿Y que pasó después con Doña Ana?
Muchas cosas y todas dignas de ser explicadas. Supo poco de después y con mucho más sigilo, que por parte de madre pertenecía a la poderosa familia de los Mendoza e intentó con todas sus fuerzas no tener que llegar a profesar puesto que su vocación por el claustro era nula. Pero nadie le hizo casom salvo un nuevo capellán que llegó al convento procedente de Portugal, donde había sido confesor del rey Don Sebastián. Este le aconsejó aceptar la profesión y escribir una carta al Papa explicando que lo hacía forzada, carta que harían llegar a su destino cuando el momento les fuera favorable para conseguir la dispensa de los votos.
¿Y lo consiguió?
No, que va, siguió siendo monja toda la vida pero Don Miguel el confesor la involucró en el caso de Gabriel Espinosa, Pastelero de Madrigal, del que se dijo que era el rey de Portugal que habría sobrevivido a la batalla de Alcazarquivir. Total que Ana participó en una conjura que acabó como el rosario de la aurora, con Gabriel y Don Miguel ajusticiados y ella recluida como prisionera y penitente en un convento de Ávila por expresa orden de su tío Felipe II.
¡No está mal para una monja!
Tres años después y con Felipe II muerto, logró salir de la prisión y volver a Madrigal, donde descubrió que podía contar con la familia materna para prosperar y después de diez años de intrigas y cabildeos, esta vez bien llevados, consigue ser abadesa vitalicia de Las Huelgas. No puede haber sido fácil, porque las Huelgas eran del Cister y ella era monja en las agustinas y además las abadesas de las Huelgas eran trienales y ella lo fue vitalicia.
Lo que podían las influencias. ¿No?
Todo, lo podían. Influencias, nepotismo, clientelismo y corrupción estaban a la orden del día, tanto o más que hoy en día. Por desgracia hay pocas cosas nuevas en el mundo de la política española.
¿Fue una buena abadesa?
Excelente, todos dentro y fuera de Las Huelgas, cantan sus alabanzas. Las abadesas de Las Huelgas eran auténticas señoras feudales, cuando feudalismo casi no quedaba. Eran señoras de horca y cuchillo tenían jurisdicción sobre filiales, villas, molinos, pontazgos, portazgos y una larguísimo etc. No debían obediencia más que al rey y al papa. No a ningún obispo o al general del Císter. Era el modelo que intentó, con bastante éxito, calcar José Maria Escribá en la fundación del Opus Dei.
¿Y a partir de aquí llevó una vida más tranquila?
Si, durante diecisiete años. Oficialmente consta que murió en el Monasterio en 1629, pero algunas investigaciones prueban que, meses antes de morir, desapareció del Monasterio y encontró la muerte en Sevilla a donde no se sabe qué había ido a hacer.
Pues sí que resulta novelesca la hija de Don Juan.
Si, ¿No?. Y eso que no hemos entrado en detalles. No es para sorprenderse que en cuanto empecé a investigar un poco sobre ella y su época, me fuera imposible no hacerla protagonista de una novela.
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