Don Juan de Austria nos aparece siempre envuelto por la leyenda: su resonante triunfo en Lepanto, su repentina muerte en plena juventud, su protagonismo en la conjura de Antonio Pérez, las vidriosas relaciones con su hermanastro Felipe II, el peso imborrable de su bastardía… Sin embargo, todos estos elementos no traban sino un drama que nos relata sutilmente Úslar Pietri en La visita en el tiempo, hasta trazarnos un personaje, como dice el profesor Joseph Pérez en el prólogo, quebrado por la busca de su propia identidad.
Pues si La visita en el tiempo puede leerse como una biografía novelada de don Juan de Austria, el lector no podrá escapar, línea tras línea, a la angustia en que se debate el personaje y que no es sino la misma materia que convierte todavía a su figura en tan enigmática como sugestiva para los historiadores.
Al punto que La visita en el tiempo es una de las mejores y más perspicaces «novelas históricas» de la literatura hispánica; tanto que fue galardonada con el prestigioso premio Rómulo Gallegos, en 1991.
Arturo Úslar Pietri nació en Caracas, en 1906, donde morirá en 2001. Como descendiente de un edecán de Simón Bolívar y de dos presidentes de Venezuela —baste añadir que su abuelo materno, el general Juan Pietri, fue presidente del consejo de Gobierno— se crio en un ambiente de honda impronta política, que se verá plasmada en la multitud de cargos que ocupó: tres veces ministro —de Educación, de Hacienda y de Interior—, secretario de la Presidencia de la República, diputado y senador, y hasta candidato a la Presidencia de la República, en 1963.
Sin embargo, no es menor su importancia literaria, su otra vocación que se remonta a 1928, cuando en enero apareció el único número de la revista Válvula, donde publicó el editorial «Somos» y el artículo «Forma y Vanguardia», considerados como las directrices del movimiento vanguardista venezolano. Esta vocación se verá fortalecida al año siguiente con su marcha a París, para ocupar el puesto de agregado civil en la Embajada. Durante su lustro parisino (1929-1934) no solo trabará su duradera amistad con Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier, sino que frecuentará a Paul Valéry, a Robert Desnos, a André Breton, a Ramón Gómez de la Serna… Lo que determinará su creación literaria y la convertirá en una de las más relevantes del continente americano. Cabe solo añadir que fue el formulador del término «realismo mágico», en su ensayo Letras y hombres en Venezuela (1948).
Su obra literaria aborda todos los géneros, en especial el ensayo periodístico, donde es copiosa, pero a la que hay que adjuntar siete novelas; la primera y más conocida es Las lanzas coloradas (1931), pero no conviene olvidar las siguientes: El camino de el Dorado (1947), Un retrato en la geografía (1962), Estación de máscaras (1964), Oficio de difuntos (1976), La isla de Róbinson (1981) o La visita en el tiempo (1990), más sus nueve recopilaciones de cuentos. Entre los múltiples reconocimientos que recibió, destaca el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, que se le concedió en 1990.
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