Iván Repila ha conseguido que sus novelas se hayan traducido a diferentes idiomas de tres continentes. Si tuviésemos que destacar la cualidad fundamental de su literatura señalaríamos que con su prosa consigue unas imágenes muy sencillas y simbólicas para componer un idioma universal. En la entrevista, nos desvela algunos de los secretos de su obra y nos aporta una visión, llena de emoción, de un mundo cambiante que sigue manteniendo la universalidad.
¿Qué se siente al ver publicada, con honores casi de estreno, su novela “El niño que robó el caballo de Atila”?
Alegría por verlo de nuevo en las librerías y en un sello tan fuerte como Seix Barral, que le dará una visibilidad que en su día no tuvo. Y satisfacción, también, al comprobar que, más de cuatro años después de su primera vida, todavía sigue interesando y cautivando a los lectores.
La novela comenzó con mal pie por el cierre de su antiguo editorial. ¿Pensó en algún momento que la novela podría tener algún maleficio?
Claro que no. El cierre de Libros del Silencio sobrevino por una cuestión trágica, y el recorrido que tuvo la novela fue difícil, ciertamente. Su publicación, en mi caso particular, estuvo marcada por la tristeza.
Sin embargo, en poco tiempo fue traducida a varios idiomas. ¿Qué se siente cuando se tiene más éxito en el extranjero que en su propia casa?
Fue una cuestión de suerte desigual. Dado que en España no había editor, el libro no tenía detrás a nadie que trabajase en su promoción, y la atención que recibió fue sorprendente, casi accidental, por el boca-oreja. Desconozco cómo funcionó la distribución. En el extranjero fue distinto: mis editores tenían equipos de prensa y el libro pudo llegar mucho más lejos.
De los países en los que se ha publicado, ¿dónde ha tenido la mejor aceptación?
Diría que en Francia, por el número de reseñas y entrevistas. Algunas de las lecturas más emocionantes que se han hecho del texto vienen de allí.
En su novela no llegamos a saber el nombre de los dos protagonistas a los que llama el Grande y el Pequeño, ¿por qué ha optado por estas denominaciones en lugar de unos nombres?
Para reforzar el contenido simbólico de la obra y el carácter arquetípico de los protagonistas. Un nombre implica que alguien lo ha puesto, y por lo tanto implica unos padres, una familia, una tradición… No me interesaba ese camino.
¿Qué tiene de fábula su novela?
Como mínimo, el dibujo: unos niños, un bosque, los miedos y peligros que evoca la noche… Si profundizamos en el discurso del texto, creo que también tiene elementos simbólicos propios de la fábula, como la ambigüedad en el tratamiento del espacio y el tiempo.
La lucha por la supervivencia tiene un papel muy importante en su novela. ¿Es el motor de las personas esa lucha?
Las personas luchamos por muchas cosas distintas, cada día, en todas partes del mundo. No siento que yo luche por la supervivencia de una forma directa, pero es obvio que mi caso sería diferente si hubiera nacido en Siria, por poner un ejemplo que todo el mundo podrá entender. Nuestro contexto forma parte de quiénes somos y de lo que hacemos.
Los hermanos demuestran tener una gran solidaridad. ¿Falta en este mundo solidaridad, ahora que estamos sufriendo demasiadas catástrofes y atentados con muchas víctimas?
Más que solidaridad, diría que falta una cultura democrática del respeto, de la tolerancia y de la convivencia.
Para muchas personas, los pozos tienen un halo de misterio y enigma. ¿Por eso ha escogido un pozo para desarrollar la trama de su novela?
Me pareció que era una buena metáfora para representar, entre otras cosas, la desigualdad y la falta de recursos.
¿Es difícil urdir una novela cuando se desenvuelve en un espacio tan confinado?
Es difícil mantener el interés del lector. Hay que ser consciente de la propuesta y no querer extenderse innecesariamente; combinar las escenas, los capítulos, de manera que la lectura invite a continuar y no gire sobre sí misma; y dosificar la información de una forma coherente.
¿Su novela es un canto a la esperanza?
Es más bien una llamada a ser protagonistas del mundo que nos rodea, y no solo espectadores cínicos.
¿Por qué ha utilizado un narrador en tercera persona?
Porque me permitía una distancia adecuada con los personajes.
La novela corta es un género difícil y arriesgado. ¿Le gusta correr ese riesgo de escribir una historia tan concisa?
Mis libros son bastante diferentes entre sí, y creo que en todos los casos he arriesgado, o al menos he hecho una apuesta personal tanto en el fondo como en la forma. En el caso de la novela corta, reconozco que es un formato que me interesa particularmente, porque tiende a ser leída de principio a fin, sin interrupciones, y eso permite intensificar las sensaciones y las emociones del lector.
Creo que, al menos, dos de sus novelas van a ser adaptadas al cine. ¿Cree que su literatura es visual y fácil de adecuar al cine?
Bueno, eso habría que matizarlo. Tanto El niño que robó el caballo de Atila como mi primera novela, Una comedia canalla, han interesado a determinadas productoras, que han querido reservarse una opción de explotación, pero el salto a un compromiso definitivo es terriblemente complicado, debido a las necesidades económicas que implica una adaptación a la gran pantalla. Respondiendo a tu pregunta: es un misterio. Creo que son lenguajes distintos y que todo proceso de reescritura supone un trabajo extraordinario, y que el resultado final, casi siempre, es una obra distinta. A mí, que he trabajado en el ámbito del teatro, me parece un ejercicio fascinante, por la diversidad de miradas sobre un mismo texto que pueden llegar a proponerse.
Para terminar, ¿está satisfecho de haber fichado por la editorial Seix Barral?
Mi experiencia editorial es breve, pero si tuviera que definir la experiencia de trabajar con Elena Ramírez y su equipo no usaría la palabra «satisfecho», que se me queda muy corta. Cuando algún día fantaseé con la idea de publicar en un sello importante no sabía de lo que estaba hablando. La implicación, la confianza y la complicidad que Seix Barral ha puesto sobre la mesa es un sueño cumplido, aunque suene cursi decirlo.
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