A veces pareciera como si la literatura rebasase su función; o bien fuese, de alguna manera, noticia de sí misma. Algo que suele proceder de una circunstancia extraordinaria, como pudiera serlo la ‘versatilidad’ de un genio quien, tomando como representación su obra y la de los demás, aplica una lógica contundente en sus juicios, utiliza un lenguaje directo, heterodoxo en las formas contra lo que pudiera ser el canon establecido de las buenas maneras como ortodoxia diplomática, o, sencillamente, defendiendo posiciones y teorías que resultan, en algún modo sorprendentes, por no decir escandalosas.
Para ello ha de darse una premisa esencial: que quien adopta tal postura de protagonismo tenga la condición de genio o le haya sido reconocida por una u otra razón. Y éste es el caso de Nabokov, cuya obra continúa vigente, en calidad literaria y en innovación expresiva, después del fallecimiento de su autor. Él mismo, tal vez, había de ser el primero en reconocer su condición de ‘extraordinario’, lo cual le llevó a declarar, en una de las sustanciosas entrevistas recogidas en este sorprendente y recomendable libro: “El escritor creador debe estudiar cuidadosamente las obras de sus rivales, incluido el Todopoderoso”, donde la condición de todopoderoso no parece considerarla como ajena en cuanto a valoración.
De lo mucho (y es mucho) que se pueda desgranar como aprendizaje literario de estas páginas, una de las lúcidas curiosidades sería cuando, en ocasiones, se está tentado (sonrisa mediante) en considerar si la ‘ofensa’ recibida por parte de un escritor de tan preclara inteligencia, se recibe el golpe no ya de lo duro de su discurso sino de la meridiana transparencia con la que se expresa (y en ello expone a su enemigo). Leamos: “No diré gran cosa del párrafo que el señor Wilson dedica a mis notas sobre prosodia. Simplemente no vale la pena. Le ha echado un vistazo a mi ‘tedioso e interminable Apéndice’ y no ha comprendido las cuatro cosas que ha conseguido espigar” Se ha dicho siempre que un buen enemigo honra, de algún modo, a quien le tiene como tal, salvo, habría que decir, que la calidad sea tal que le obligue a un largo ocultamiento dada la rotundidad del ataque recibido; mejor no asomar por si le vuelven a zurrar. Con fundamento, con argumentación.
El caso es que este libro, sería injusto no señalarlo, rezuma amor por la literatura, juicios inteligentes y oportunos sobre su naturaleza intrínseca (poesía, ritmo, el valor de las palabras), todo lo que, al fin, sirve para resaltar una vez más aquello en lo que Nabokov ha insistido tanto a lo largo de su carrera de escritor: la importancia del detalle. Y detalle, puestos a considerar armoniosamente el texto, lo es todo.
No sería difícil, no, estimar el marchamo de autodefinición que el propio escritor ha acuñado para sí: “Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido y hablo como un niño” Leer para creer.
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