Dicho esto, esta gavilla de recuerdos añade un sustancioso contenido para el lector tanto unamuniano como no: la exposición, a veces minuciosa, del fermento intelectual del nacionalismo vasco, con su carga de novelescas figuraciones, tan netamente románticas como poco científicas. Lo que no es de poco interés para el lector español actual.
Miguel de Unamuno nació en Bilbao, el 29 de septiembre de 1864, y muerto el 31 diciembre de 1936, en Salamanca, donde era rector de la universidad desde 1901. En cuanto a sus ideas, fueron siempre evolucionando desde la contradicción y entre paradojas. Así, partiendo de unos orígenes vasquistas, evolucionó hacia un cierto socialismo e incluso fue diputado en la II Segunda República, aunque de manera independiente. Sin embargo, apoyó la sublevación de 1936, pero enseguida se desdijo y murió lamentándose de ese incauto apoyo.
Su escritura tampoco es ajena al vaivén y a la tensión; al punto que para resolver las contradicciones de la existencia entre el yo y Dios, y el yo y el nosotros, recurrió a la literatura abandonando cualquier sistematización analítica. De modo que sus pensamientos y meditaciones se encuentran dispersos pero vigorosos en su obra ensayística, como en En torno al casticismo (1902) o en Vida de don Quijote y Sancho (1905), o en su extensa obra dramática o en sus poemas, sin olvidar su sagaces novelas, donde escarba no sólo las aflicciones morales y la asfixia de los prejuicios, caso de La tía Tula (1921) o de San Manuel Bueno, mártir (1931), e incluso en el derecho a la independencia de su autor del personaje novelesco, como en Niebla (1914).
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