El escritor, cualquier escritor, considero que haría buena de algún modo la oportuna frase de Magris: se es de un paisaje. Por alguna razón, por la razón íntima que fuere (en ocasiones no fácil de explicar) el caso es que el paisaje, natural y humano, que compone el marco donde el escritor vive y piensa, ha de considerarse en puridad como un referente inexcusable de su obra. Incluso podría decirse: aunque el paisaje aludido resulte real o imaginario. Hay pruebas suficientes a lo largo de la historia de la literatura (Faulkner, Musil, Cunqueiro, Pessoa). Así cuando el autor que nos ocupa, el prolífico Peter Handke en unas breves líneas había justificado de una manera teórica la razón del viaje en sí: “Entonces yo me permití un sueño que tenía desde hacía mucho tiempo, el de estar yendo de un sitio para otro durante unos años” Y, a continuación, responde a su entrevistador de una manera muy curiosa a propósito de una estancia larga en Linares: “En los dos años y medio del viaje, en realidad, no conocí a nadie, no hice amistades ni nada por el estilo” He aquí, tal vez, implícito, el argumento esencial formulado por el gran viajero Fermor en su día: “Solvitur ambulando”, esto es, la solución (la respuesta) está en el movimiento, en el viaje. Como planteamiento estético, vital, nos habla en un momento dado de su relación con el viaje: “viajes y tranquilidad pueden ser perfectamente compatibles. Desde luego, para mí, lo son. Sin hacer de ello una ideología” Y, preguntado (en una larga charla tan sustanciosa como amena que el autor sostiene con la coordinadora del libro acerca de su libro Ayer, de camino) sobre su lucha con la soledad responde, siempre refiriendo su actitud al escribir, que para él es vivir: “Bueno, tal vez surge cierta melodía del lenguaje, una musicalidad que nace de cierta tristeza y añoranza”. Por fin, respecto del posible aprendizaje que pueda derivarse del viaje, del camino en sentido ontológico, nos dice: “Sí, y también aprendo para olvidar”. El lector, al cerrar el libro, creo que ha recibido una enseñanza estética no tanto de España –país, sin duda que conoce y, a su manera, le interesa y ama- sino del viaje como actitud, como identidad, como camino nunca concluso… Una filosofía donde lo nuevo y uno mismo se complementan: “Al igual que mis otros paisajes del mundo, para mí, escucha bien, también la sierra de Gredos, de vez en cuando, cada vez que he estado aquí, a pesar de la historia y del tiempo de ahora, me ha parecido un ejemplo de una vida terrenal que es indevastable y que, si tal vez no una eternidad entera, sí promete media eternidad”. El eterno viaje hacia uno mismo, lector. https://ricardomartinez-conde.esPuedes comprar el libro en:
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