El cómo no tiene mucho misterio: hablamos mucho más de lo que escribimos. No nos ponemos a teclear hasta que no tenemos un mapa detallado de todo el relato, y nos comprometemos a seguirlo. Durante la escritura, por supuesto, aparecen nuevas sendas o atajos pero, por muy tentadores que parezcan, los exploramos con desconfianza antes de decidir incorporarlos o abandonarlos. Todo tiene que estar al servicio de la narración: nos gustan los hallazgos, claro, pero una buena historia bien contada nos gusta aún más. Por eso cuando empezamos a escribir avanzamos conjuntamente; trabajamos sobre no más de diez páginas que nos vamos pasando de ordenador a ordenador; nos editamos la una a la otra sin piedad pero con cariño, para que la voz y el estilo sean los de Margarita y no los de cada una.
Respecto al por qué, la respuesta rápida es que escribir a cuatro manos es más fácil. Todo el mundo sabe que para empezar a escribir basta con ponerse. Pero terminar requiere de muchas más cosas: perseverancia, disciplina, más moral que el Alcoyano. El viaje hacia una novela está plagado de obstáculos, y hemos descubierto que entre dos es más fácil superarlos.
Cuando no hay un plazo de entrega a una editorial ansiosa por publicarte, el deseo de escribir se ve eclipsado por la necesidad acuciante de emparejar calcetines o ponerte al día en facebook de lo que tus compañeros de promoción han hecho en las últimas décadas. Ahí es cuando entra tu co-escritora preguntando si ya tienes listo tu trocito, y por vergüenza torera vas y lo escribes.
Cuando relees lo escrito, habitualmente o lo amas o lo odias. En el primer caso te da pereza pulir, en el segundo solo quieres borrar y empezar de nuevo. Hace falta un segundo par de ojos para que no te vengas demasiado arriba ni te vengas abajo, y seguir adelante.
Cuando te bloqueas en un punto complicado de la historia, y empiezas a ir adelante y atrás a trompicones, como con un espacio de aparcamiento más justo de lo que parecía, poder ceder el volante en vez de rendirte y buscar otro hueco es otra gran ventaja.
Sí, la verdad es que escribir a cuatro manos lo hace mucho más fácil.
Y también lo hace mucho más divertido. Hemos pasado muy buenos ratos juntas redactando las esquelas de “El verano de nunca acabar” – los títulos nobiliarios de la del ABC, los versos de Miguel Hernández de la de El País- o en tormenta de ideas para dar con el nombre de nuestro Villar del Río particular (Meneos de Muñón solo quedó finalista pero ¿y lo que nos reímos?). Parejas, amigos o parientes te aguantarán un ratito umbraliano de hablar de tu libro, pero con tu co-escritora puedes hablar de vuestro libro hasta cansarte. Y eso viene muy bien para celebrar las buenas noticias o para preguntarte, dos meses después de la publicación, cómo es que aún no te han dado el Premio Nobel.
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