La estética, enderezada a mejorar la percepción, mejora el juicio. Alguien juicioso, es decir, que sabe distinguir lo bueno y lo malo, lo que conviene y lo inconveniente, lo bello y lo feo, es capaz de hacer conceptos usando el método inductivo, que es el científico. Inducir, o usar la lógica para conceptuar la realidad verificada, además de pintarnos el mundo tal cual es, por ser siempre visión parcial nos obliga a imaginar cómo debería ser. Moral, verdad y belleza son los peores enemigos del charlatán.
El mundo moderno está poblado de charlatanes, de personas amigas de proferir, para ocultar ignorancias, mentiras e intenciones de sofista, palabras como "innovación", "creatividad", "espontaneidad" o "libertad", símbolos de la laxitud mental y de la haraganería espiritual.
Donde las mercancías se vuelven símbolos merced a las magias parlanchinas de los propagandistas, por ejemplo, el dinero se gasta en quimeras. Vivir para "perseguir sombras" y para "abrazar engaños", como dice un poema de Francisco de Quevedo, es vivir para el arrepentimiento. ¿Qué es arrepentirse? Es recordar y sintetizar ciertas condiciones vitales que por ser ignoradas nos desviaron de nuestros deseos.
Un deseo, a decir de los filósofos, es una proposición sin objeto o una proposición que merece, según nuestro juicio, un objeto. Tal objeto debe construirse con nuestras manos, que acatan las instrucciones del pensamiento abstracto. El pensamiento abstracto, que puede ser imitativo, es decir, reproductivo, o engendrador de novedades, productivo, necesita de los tesoros del arte para no anquilosarse.
Costumbres, hábitos y esperanzas fijas crean esquemas intelectuales. Esquemas, esto es, modos constantes de hilvanar lo percibido, lo sentido y lo pensado. El arte, que registrando objetos los aísla y rompe esquemas, nos permite captar peculiaridades mundanas (o "existenciarias", que diría Heidegger). Tales peculiaridades, para conservarse, deben ser articuladas con un lenguaje preciso, lógico, no poético.
La lengua poética, por ser ilógica, multiplica las posibles inferencias del raciocinio. La lengua en sobremanera lógica, en cambio, las destruye. La moral, sépase, es gran barrera para las desaforadas carreras de la ilógica poética y de la lógica científica, formalismos infinitos, pero también es gran acuciadora de ellas.
La educación estética, fundamentada en el arte, mezclada con la educación lógica, fundamentada en el rigor científico, causal, acostumbra a la comprobación empírica y lingüística de lo que aseveramos. Dos maneras, decían los miembros del Círculo de Viena, hay para comprobar una tesis, a saber: la experimental y la tautológica.
Si decimos que las flores son rojas, por ejemplo, será menester verificar que esa forma con substancia a la que llamamos "flor" ostenta un color. Si lo ostenta tendremos que esgrimir palabras para describirlo. Tal descripción, si es verídica, podrá formularse variadamente. Lo contrario delataría que no hemos hecho una descripción lógica sustentada en lo sensorial, sino un poema sin rima, sin metro y con cariz de concepto.
Poemas y conceptos meramente estéticos son multiplicaciones de las imágenes, no explicaciones de ellas. Los poemas, a diferencia de los conceptos de la ciencia, siempre son sintéticos. Los conceptos científicos son analíticos porque contienen lo que las cosas son. Los poemas, en parangón, son sintéticos porque quien los urde los alimenta de semejanzas entre las cosas.
La moral, vigilante de los quehaceres lógicos y poéticos, científicos y artísticos, impide la arbitrariedad de las metáforas y de las analogías, de las creaciones ontológicas y gramaticales. Es arbitrario, aunque bello, transformar los ojos de alguien en campos de serenidad, pero más paralizar con conceptos los procesos del ver.
No se olvide que la misión de la ciencia es el predecir, que la de la estética es mostrarnos ideales y que la de la ética es reconvenir a la imaginación para que no engendre monstruos para la soldadesca fascista o utopista.
La imaginación, esa "loca de la casa" que más anda por los campos de la estética que de la moral y de la lógica, teje palabrería filosófica inútil. De ella, por ejemplo, siempre recibimos apologías de palabras como "sistema", "sentido", "orden", "fin", "teleología", que son ideales. Éstos son útiles cuando presentan perfecciones próximas, imitables, pero son funestos cuando por ser lejanos causan ira, odio y frustración.
Los ideales, siendo imágenes, ejemplos, son tiránicos. Los ideales, siendo lógicos, hablantes, son incomprensibles. Los ideales, siendo morales, ni tiranizan ni amenguan la vida.
Cabe decir que la bondad nos mueve a lo bello y a lo verdadero, pero no lo contrario. Sirvan las meditaciones dispensadas para que los educadores dejen de formar pensadores sin sentimientos, irracionales, y escultores de lejanías o espejismos deformadores de lo humano.–
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