Resulta obligado reconocer que, en origen, la space opera nace como un producto de consumo masivo y escasa calidad objetiva. De hecho el término space opera fue acuñado con intenciones claramente peyorativas en 1941 por el escritor Wilson Tucker, significativamente, sobre el patrón del término soap opera que se aplicaba a las telenovelas folletinescas e interminables.
En definitiva, el autor no derrocha esfuerzos ni exige tampoco sacrificio alguno al lector, que no se ve obligado a afrontar recursos literarios complejos, y cuya sed de tramas sencillas y lineares se sacia con personajes estereotipados que se alinean en dos bloques claramente diferenciados según se adhieran al eje del mal o del bien. Detalles todos ellos que, en realidad, justifican que la space opera a menudo haya sido subestimada.
Paradójicamente, la decadencia que habría cabido augurar a la space opera a medida que, a partir de los sesenta, la ciencia ficción abandonara el interés por la aventura y la fría tecnología para interrogarse sobre el porvenir de las sociedades futuras, facilitó, poco a poco, una progresiva evolución del subgénero, que abandona su antigua superficialidad y se vuelve más maduro y quizá más elitistas, más exigente con un público que se reduce pero al tiempo también se refina. La nueva space opera se muestra sin duda más compleja que antaño, no le asusta afrontar argumentos trascendentes relacionados con la naturaleza humana o el futuro de la especie. No se presenta ya como un género necesariamente complaciente con el lector, pues a la luz de la actuación humana se ha vuelto necesariamente cínico, desencantado respecto a nuestro incierto futuro e incluso sombrío. Lo que, por otro lado, facilita que algunos de sus exponentes cultiven también el terror y se adentren en la dark space opera. Un magnífico ejemplo de gran éxito en el ámbito cinematográfico lo ofrece Alien, dirigida por Ridley Scott, y sus secuelas, así como su reciente precuela Prometheus. La saga surgida alrededor de Alien combina el terror, las peculiaridades que definen a la space opera al uso y la reflexión existencial propuesta a menudo en clave simbólica —pensemos en las interpretaciones posibles para el monstruo que sale del interior del ser humano, desgarrándolo—.
De obligada referencia al tratar la dark space opera me parece también Horizonte final, dirigida por Paul W. S. Anderson, que cuenta con un guión particularmente original en el que a los ingrediente anteriores se añade una reflexión escatológica, y donde las inquietudes espirituales encuentran respuesta en un imprevisto viaje al mismísimo infierno. Horizonte final recupera, además, el tópico literario del científico loco, que tanta inspiración ha ofrecido al terror empezando por el clásico Frankenstein.
Actualmente muchos escritores de ciencia ficción son al tiempo matemáticos o físicos, y sus obras se benefician de sus conocimientos científicos. No pocos muestran un marcado interés o incluso una sólida formación en el campo de las ciencias humanas, con las que también enriquecen el género. Así, hoy en día podemos hablar de un resurgimiento del space opera en clave bastante diversa a la de sus orígenes, y en la que florecen obras como las recogidas en la antología que nos ocupa.
El género, a menudo denostado, recupera una dignidad previamente negada de la mano de autores que tejen con destreza originales historias tras las que no pocas veces se esconden contundentes reivindicaciones.
Algunos de los relatos presentes en la antología que ahora propone Saco de Huesos nos demuestran que los arriesgados viajes por el proceloso espacio desconocido mucho tienen en común con el viaje interior a nuestro propio cerebro, en el que resulta fácil perderse, y que uno de los principales motores que nos concede el valor necesario para emprenderlo es el amor.
Esas criaturas insidiosas que se rebelan contra el ansia colonizadora del presuntuoso ser humano a menudo también se parecen demasiado a nuestros propios y terrestres demonios. Demonios que en algún relato nada tienen de alegórico, sino que se demuestran amenazas atávicas poderosamente vivas aun en los siglos dominados por la razón y la tecnología, poniendo de manifiesto nuestra profunda crisis espiritual y nuestra impotencia para combatir el mal con mayúsculas.
Entre estas páginas encontraremos planetas plagados de temibles predadores que en ocasiones desenmascaran la falta de escrúpulos del hombre, hipócrita y capaz de sacrificar a los de su misma especie en su beneficio, con tal de asegurarse la propia supervivencia o simplemente movido por innoble codicia. Porque estos relatos abren la puerta a futuros distópicos en los que la humanidad, por lo general inadaptada, ya no parece tener cabida.
Además el lector amante de la metaficción descubrirá también algún homenaje a los grandes maestros del terror clásico rico en referencias intertextuales, inspiradas esencialmente en el infausto viaje de Drácula a bordo de la nave Deméter que inaugura la oscura colonización vampírica de la Inglaterra victoriana. Demostrando, una vez más, que toda frontera puede ser traspasada.
La antología Dark Space Opera recoge trece sugerentes relatos de diversos autores y cuenta además con una introducción de Erica Gómez Gris y portada obra de María Delgado Prieto.
Índice:
Amanecer galáctico (Víctor Villanueva Garrido)
La ofrenda (José Luis Alonso)
La octava pasajera (Salomé Guadalupe Ingelmo)
Zona de silencio (Ramón Antonio Suárez Moreno)
Alcatraz 2057 (Miguel Chamizo)
Un siglo de polvo (Ana Nieto Morillo)
Letal dinámica del comportamiento (Javier Fernández Bilbao)
Legado (Juan Miguel Gutiérrez de la Solana Sánchez)
El último vuelo de Ícaro (Juan Ángel Laguna Edroso)
El trabajo de Elsa Ward (Jesús Ayuso)
Nunca regresaré a Tebas (María Tordera)
Planeta arquetipo (Pablo Loperena)
Una idea ridícula (José Manuel Fernández Aguilera)