He de reconocer que, desde que era un crio, he sentido una atracción especial por los libros como este, a medio camino entra la biografía y la literatura de viajes. Hay algo fascinante en sumergirse en los recuerdos del escritor, sobre todo si nos transportan a lugares distantes y exóticos, en un tiempo que no tuvimos la suerte de vivir. Es como esa punzada de nostalgia que sentimos al ojear fotos antiguas de otras personas. Una nostalgia extraña, ajena, porque añoramos algo que nunca hemos vivido. Como surfista, emprender este viaje atrás en el tiempo de la mano de Finnegan resulta una experiencia maravillosa.
Pero AÑOS SALVAJES no es una biografía convencional. Finnegan selecciona los hechos que quiere compartir con el lector, poniendo el foco sobre aquellos que, de una manera o de otra, tienen que ver con su relación con el surf; pasando de puntillas por otros aspectos muy importantes de su vida, como sus relaciones familiares o su trabajo como reportero.
Más allá de etiquetas, AÑOS SALVAJES es un canto de amor al surf. Sí, el libro también del amor de pareja, de la amistad, de la familia y de todos esos sentimientos comunes a todos los seres humanos; pero todos estos temas giran como satélites en torno a la pasión del autor por coger la siguiente ola. Creo que Finnegan ha intentado rendir homenaje a un amor que lo ha acompañado la mayor parte de su vida. Desde que, siendo un niño, cogió su primera ola en la California de los años 60, hasta el presente, que a sus 64 años sigue surfeando siempre que puede.
Este amor puede sentirse en la forma en que está escrito el libro. La prosa de Finnegan, sencilla y directa cuando escribe sobre su vida fuera del mar, se transforma en cuanto agarra una tabla y entra en el mar para coger algunas olas. Es entonces cuando Finnegan despliega todo su talento como escritor, describiendo cada ola, cada baño, cada pico, con una precisión que ralla la obsesión. El color, la forma, la luz, las sensaciones, cada pequeño detalle es capturado, logrando que esos momentos se queden grabados en tu mente. En un mundo dominado por la imagen, en el que hemos visto miles de videos y fotos de prácticamente todas las olas del mundo, resulta una experiencia desintoxicante acercarnos a ellas solo a través de las palabras. Porque, por mucho que una imagen valga más que mil palabras, hay sentimientos que una foto nunca podrá transmitir.
Hay en el libro una metáfora, no sé si buscada o casual, sobre el amor y la forma en que vivimos este sentimiento en las diferentes etapas de nuestra vida.
Todo empieza con la emoción infantil del primer amor. Sus primeros escarceos siendo niño en California y, ya de adolescente, durante su primera estancia en Hawái. Este capítulo, el primero del libro, ha sido uno de los que más me han gustado. En él, Finnegan combina con maestría las dos caras de su vida en las islas: la dura adaptación a un entorno lleno de tensiones raciales, con sus momentos de evasión cuando está surfeando.
Después nos inflama la pasión desenfrenada de la juventud. Finnegan renuncia a una vida acomodada en los Estados Unidos para emprender un viaje de varios años por medio mundo en busca de olas. La odisea de Finnegan, su “invierno interminable”, como el mismo lo define, tiene lugar en una época en que el mundo aún quedaba lugar para lo desconocido. Unos años maravillosos en que el surf aún era algo minoritario y marginal, y muchas de las olas más famosas de hoy en día no habían sido descubiertas o eran consideradas como una leyenda.
Con los años, la rutina y la apatía, esos enemigos invisibles de todo lo bello, apagan lentamente el fuego de nuestra juventud. El surf se transforma en algo secundario para Finnegan, apartado a un lado por el interés por su profesión como periodista o sus compromisos familiares.
Hasta que un día, ya en plena madurez, intentamos recuperar algo del fuego que nos consumía de jóvenes. Es el paso del tiempo, el miedo a la vejez, lo que nos lleva a esta vuelta a los orígenes, en un vano intento de eludir lo inevitable. En el caso de Finnegan, este renacer de su pasión por el surf está marcado por sus viajes a la isla de Madeira. Allí, de un modo más sosegado y maduro, vuelve a sentir la llamada de las olas con toda su fuerza.
Sí, AÑOS SALVAJES es todo lo que se ha dicho sobre él y mucho más. Un libro de viajes y aventuras, un canto de amor a la libertad y al surf. También hay en él algo de nostalgia por el recuerdo de una época en que el surf era algo más puro, menos contaminado por el marketing de lo que es hoy en día.
Para cuando te acercas al final del libro te gustaría que no se acabara tan pronto. Poder invitar a Finnegan a un par de cervezas como a un viejo colega, para que siga contándote más historias de esos AÑOS SALVAJES.
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