En un château de la Bretaña Javier Barruete, un decidido financiero español, con un pasado muy vivido, y Sylvia Syms una misteriosa joven inglesa, coinciden por azar durante breves momentos.
A partir de ahí, él intentará volver a verla en los universos donde con discreción ella se mueve; reductos exclusivos de Londres, Hong Kong y Nueva York, así como de algunas grandes fincas de caza españolas pero, sobre todo, en los espacios inaccesibles de la Familia Real Británica, Balmoral, o Ascot, telones de fondo de esta fascinante historia en la que unos pocos dictan los descartes y fijan la evolución de los otros. Un mundo al que no es fácil adaptarse, lleno de reglas no escritas que solo los que están dentro juzgan, accesible de llegar pero imposible de franquear.
Una historia en la que, de manera inesperada, el MI6 británico se inmiscuye en la vida de Javier, haciéndole por primera vez titubear sobre cómo ha de conducir su existencia. Una historia de amor, humor y profunda reflexión, acerca de la dudosa conveniencia de forzar imposibles y de cómo estos reaccionan.
¿De dónde nació The Lady?
Siempre tuve mucho respeto a escribir una novela. Me preocupaba más el conseguir un buen argumento que la propia narrativa. Por eso me dije que debía empezar por aquello que fuera sencillo. Hará cosa de 3 ó 4 años se produjeron una serie de casualidades, que me permitieron conocer a personajes de la aristocracia inglesa, y el argumento de fondo prácticamente me vino dado, porque la historia personal de aquellas mujeres de la aristocracia tenían en común haber vivido la osadía de determinados señores ajenos a su casta social de atreverse a abordarlas y más aún a conquistarlas. En el fondo, esta novela es la historia de una gran ambición (no codicia). En ella el protagonista dedica a la decisión de embarcarse en esta aventura 58 segundos, sin ser consciente de lo difícil que le resultará llevarla a cabo por los problemas de todo tipo que se va a encontrar, y de cómo para conseguirlo tendrá que forzar las cosas lo que nos llevará a plantearnos al final si merece la pena o no aspirar a determinadas cosas.
The Lady se adentra en el hermético mundo de la aristocracia británica, ¿cómo fue su trabajo de investigación para acceder a una información tan celosamente guardada?
A las que pude, las observé de cerca y en un caso a una de ellas la invité con su marido a pasar unos días en España, lo que me permitió acceso a cosas que desconocía e incluso a una jerga de idioma inglés que no había oído nunca.
Aprovechando viajes profesionales, lo más fácil para mí era luego situar a los protagonistas en Nueva York (donde he vivido seis años), en Londres (donde he estado cerca de 50 veces) o en Hong Kong (donde vivía mi hija con su marido y mis nietos).
¿Cómo ha hecho la aristocracia inglesa para después de tantos siglos seguir encerrados entre ese hálito de misterio?
El inglés es reservado por naturaleza. En la novela se dice algo bien conocido. Resulta prácticamente imposible saber en una casa quiénes son sus inquilinos, algo normal en España o incluso en EE.UU. El halo de misterio para mí es un halo de reserva, de no llamar demasiado la atención y en las altas clases sociales, imagino que por seguridad, cuidan mucho más esto.
Por cierto, ¿es igual hablar de clase alta que de clase aristocrática en términos de acceso al poder? En esta novela conviven ambos orígenes.
En España tenemos tres clases sociales, como en la inmensa mayoría de los países: la clase alta, la clase media y la clase baja. En el Reino Unido, además, existe una clase aristocrática con la que nosotros no contamos, y que es difícil definir en términos de porcentaje. Así, hablar como habla la reina (hablar plummy) o con una ciruela en la boca, habla solo un 3% de las personas y ello es consecuencia de un tipo de educación. Todos recordamos la maravillosa historia de My Fair Lady. La aristocrática es más impermeable que la clase alta y a veces en la novela se ponen ejemplos claros. El más significativo es el protagonista, que perteneciendo a la clase alta económica española, pretende introducirse en ese mundo sin cortarse un pelo y sufriendo luego, por muy lanzado que sea, las consecuencias.
No, creo que no. La doble moral es una opinión que no puedo demostrar, imagino que se produce a todos los niveles. Los personajes ingleses de la novela, son más normales de lo que queremos creer, más de carne y hueso, y lo que cambia son las circunstancias sobre todo cuando se reúnen. El inglés es tremendamente gregario y la clase aristocrática inglesa es una prueba límite de ello. Cuando unos tienen que acreditar delante de los otros que siguen perteneciendo a esa casta, es cuando artificialmente exageran un comportamiento y es cuando el que viene de fuera puede sentir un mayor rechazo. No obstante, cuando las relaciones son de tú a tú, las cosas se normalizan; con las diferencia, claro, que puede haber entre personas de países distintos.
Esta es su primera novela, pero no su primer libro, cuéntenos cómo ha sido la experiencia de escribir ficción.
La experiencia de escribir ficción, para mí ha sido parecida a la de contar cosas divertidas. Necesitas un hecho real que sea gracioso de por sí y luego lo engalanas. Aquí a mí me ha ocurrido lo mismo. Hay una base real, como son los lugares, las costumbres, etc., que predisponen de tal manera a los protagonistas inventados, que termina imponiéndose y haciéndoles hablar. Sin que tenga ninguna experiencia sobre el particular, escribir ficción sin un soporte de realidad, no solo debe ser muy difícil sino también muy peligroso, porque se puede disparatar.
La historia de este libro, The Lady, siendo ficción, podría haber sido absolutamente real. No hay nada en ella que esté exagerado, que podamos decir que resulte increíble porque todo tiene un porcentaje mínimo de realidad. Esto es esencial para mí cuando leo una novela: si lo que lo que relata es inverosímil, me anima a dejar el libro. Por cierto, en el caso de The Lady, el humor, y la novela tiene mucho, se corresponde con cosas ocurridas, muchas que he podido presenciar o que alguien de propia mano me ha contado. El humor para ser bueno tiene que ser natural, verídico; un humor impostado o demasiado elaborado frena la gracia.
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