Al tiempo que se narra la lentitud con que transcurre el verano en “Casa Luna”, Marcos Fortuño va contando, sin compasión alguna por sí mismo, cómo fueron sus primeros pasos en la literatura hasta alcanzar fama, cómo fue elegido por la editorial Ibérica como autor-marca sin apenas merecerlo, cómo su obra fue promocionada, cómo fue utilizado en una operación política/intelectual/mediática de superación del “felipismo”por la nueva derecha de los años 90, y también cómo la literatura misma se aleja de sus antiguas formas de creación, a causa de determinadas prácticas editoriales y de un ambicioso proyecto de software para la composición literaria, así como de un material acumulado por una trama ilícita de sustracción y compilación de conversaciones telefónicas e intimidades cruzadas en las redes sociales).
Pero lo que comienza siendo una denuncia sobre la corrupción del mercado editorial, sobre las conexiones entre la política, los negocios y los grupos editoriales, sobre la opinión como producto comercial, y sobre la despersonalización de la literatura, acaba siendo la revelación del secreto mejor guardado en la historia de la literatura.
En efecto, poco antes de la muerte de Carlota Omedes (su editora, una mujer que acompañó al autor a lo largo de toda su trayectoria), Marcos Fortuño tiene por fin acceso a una sorprendente y luminosa revelación que concienzudamente fue ocultada, incluso a él mismo, durante muchos años. Si hasta entonces había vivido atormentado en una inconfesable mentira, ahora ya sabe que no es más que el protagonista de una invención ajena, cuyo desenlace le corresponde decidirlo a él.
Tan inesperado y, al mismo tiempo, tan lógico es lo que Marcos Fortuño da a conocer, que sólo en forma de novela puede entenderse. Cada lector tiene derecho a descubrirlo del modo en que el autor ha decidido contarlo. Por eso nadie debería desvelar el secreto al hablar de ella: de lo contrario, este libro no sería una novela, sino una noticia.
Amalia, la joven doctoranda alojada también en “Casa Luna”, que algunas noches baja a bañarse desnuda en la alberca de la casa, se va convirtiendo poco a poco, inexplicablemente, quizás sin ni siquiera saberlo, en la musa que le permite al escritor avanzar hacia el final de su narración, acompasada a los íntimos acontecimientos de ese prodigioso verano de olivos, grillos y lunares en la mano.
Miguel Pasquau Liaño (Úbeda, 1959) es jurista de oficio, escritor por afición, y padre de tres hijos por vocación.
Es hijo de Juan Pasquau Guerrero, uno de los mejores articulistas de los años 50, 60 y 70, y asiduo colaborador de los diarios ABC, Ideal de Granada y “Jaén”, entre otros.
Es licenciado en Derecho por la Universidad de Granada (1981) y doctor por la misma Universidad (1986).
Es profesor de Derecho Civil en la Universidad de Granada desde 1982. En 1988 obtuvo plaza de Profesor Titular, y en 2014 ha obtenido la acreditación como Catedrático. Durante diez cursos académicos ha sido Profesor Invitado de la Universidad Paris II, donde ha impartido cursos de postgrado. En el ámbito científico tiene numerosas contribuciones en forma de monografías y artículos de revista en materias de su especialidad, particularmente Derecho de los contratos y responsabilidad civil por daño.
En 2001 fue designado magistrado de la Sala Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía por el Consejo General del Poder Judicial, de entre una terna presentada por el Parlamento de Andalucía por el turno de juristas de prestigio. En la actualidad, sigue ocupando dicho cargo.
Es fundador y director del Foro de Análisis de Jurisprudencia de los órganos judiciales de Granada.
En lo literario, volcó durante mucho tiempo su afición por escribir en narraciones breves (algunas de ellas recopiladas en el libro Relatos de la mente, Editorial Cultura Ubetense 1985), en más de un centenar de artículos publicados en prensa (la gran mayoría en Ideal de Granada, y en el diario digital CTXT – Contexto y acción), y, a partir de 2011, en un blog personal (Es peligroso asomarse, www.miguelpasquau.es).
Se estrenó como novelista con Recuerda que yo no existo (Almuzara, 2014), un thriller moral en el que dejó marcados los trazos de su estilo literario: su capacidad para construir personajes y para describir las emociones y los estados del alma. Con Cuando siempre era verano, finalista de la XXII edición del Premio Jaén de novela, ahonda en uno de los sentimientos más universales: el reconocimiento de todo lo que uno ha recibido de su estirpe, de la que sólo es su último eslabón, y la importancia del patrimonio afectivo acumulado en el pasado. Casa Luna es su tercera novela.
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