Esa libertad individual fomentada a lo largo de toda una vida, es el único arma en verdad eficiente que nos queda contra el poder establecido que, por mucho que nos pese, ya ha dejado de ser un poder que defiende las libertades y los valores esenciales de convivencia entre las personas, para convertirse en una mera transacción de impuestos cada vez peor gestionados. En este acoso con derribo al que nuestros políticos someten al sistema llamado democracia, muy de vez en cuando, emerge una figura que, por sí sola, nos devuelve algo de esperanza. Esto representa, en sí mismo, Sully; un Sully que, bajo la batuta inteligente de Clint Eastwood nos devuelve una parte de su mejor cine y una de las mejores actuaciones de Tom Hanks, pues con su dirección y su interpretación, nos devuelven a ese edén con el que ya habíamos perdido todo el contacto, y que en sí mismo, representa el regreso a la esperanza de un héroe por accidente. Ese abnegado e incomprendido sesgo de docentes, padres, hermanos mayores y guardianes de la buena voluntad del mundo, pueden estar satisfechos, pues según parece, todavía hay personas que son capaces de dar la vida por el prójimo y, de paso, alzarse como paradigmas de aquellos valores que nos son tan meticulosamente inculcados desde pequeños, pero que después, también al parecer se nos olvidan demasiado pronto. Sin embargo, el valor de Sully no está en ese matiz ni en su triunfo sobre un rácano sistema sustentado en los valores mercantiles y monetarios. El verdadero valor de Sully está en su humildad, en su integridad, en esa innata búsqueda de la verdad que en su interior se transforma en pesadillas que no le dejan dormir ni descansar, porque: «¿y si después de salvar a todos los 155 pasajeros y tripulantes no actué bien?», se pregunta nuestro héroe. Esa duda sincera es la que por sí sola todavía es capaz de conmover a las personas de buen corazón, pero ésta, es una voluntad que por sí sola no derrumba las barreras de las compañías aéreas que, esta vez, el destino ha querido que fuesen derrotas por sus propias armas y artimañas.
Sully es un relato del que ya conocemos su final, pero eso es lo que menos importa, pues la estructura y el lenguaje fílmico dispuesto por Clint Eastwood nos hace disfrutar de esa múltiple capacidad tan necesaria en el cine, y que está compuesta por: el asombro, el estupor y la intriga. Esta es una historia con final feliz, pero nunca se nos debería olvidar que, a la victoria final, le preceden otras mucho más amargas. Uno de los grandes aciertos de Eatswood al montar esta película es la de dotarla de un magnífico juego de flashbacks que nos permiten conocer tanto los datos biográficos familiares como aéreos de su protagonista, pues con ello, nos sumerge en esa otra dimensión mucho más amplia del perfil personal de un aviador —con cuarenta y dos años de experiencia— que no sabe sin en el fondo ha actuado de un modo correcto, por mucho que todo haya salido bien. Pero también, otra de las grandes decisiones del director, en esta ocasión, ha sido la de contar con Tom Hanks como protagonista, convirtiéndole, si no lo era ya, en el héroe americano del ciudadano corriente norteamericano en el mundo del celuloide. Su mirada, su obsesión, su templanza (magnífica la secuencia en la que comprueba que no queda nadie en el avión antes de que salga él del aparato), por no hablar de ese ridículo bigote canoso, hacen de Hanks el arquetipo imprescindible o el molde perfecto para ponerle cuerpo y alma a una historia que rebusca en las entrañas del ser humano, ésas que nada ni nadie debería cambiarnos a lo largo de nuestras vidas. Sea como fuere, aún nos quedan destellos luminosos que muy de vez en cuando nos envían señales en el oscuro universo en el que nos desenvolvemos. Destellos que nos hacen regresar a la tierna esperanza, aunque sea a través de un héroe por accidente.