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Las 24 horas de México en taxi, por primera vez editadas en España

"Ojerosa y pintada" de Agustín Yáñez

domingo 06 de noviembre de 2016, 14:46h
Ojerosa y pintada
Ojerosa y pintada

"Ojerosa y pintada" de Agustín Yáñez pertenece al tríptico de novelas que plasmaron el descubrimiento de México como una inmensa metrópoli. Y como sus otras dos hermanas de hallazgo, La región más transparente, de Carlos Fuentes, y Palinuro de México, de Fernando del Paso, no pudo ser concebida sino como un relato polifónico. Es más, es la más coral de las tres, dado que su trama es la jornada completa de un taxi y su chofer, quienes ni muestran su identidad para que sea la propia urbe —a través de los incontables pasajeros con sus afanes— quién se constituya en protagonista y, a la vez, en relato y retrato de sí misma.

Por esa circunstancia también podríamos adscribir a Ojerosa y pintada a lo que se llamó «novela testimonial» e incluso «neorrealista» y cuyo singular exponente, en España, sería El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio. Pero Ojerosa y pintada cuenta, además, con el don de la circularidad, como si las veinticuatro horas en que transcurre no fueran más que uno de los giros del incesante y abigarrado bucle que es la vida en el Distrito Federal.

Agustín Yáñez nació en Guadalajara, Jalisco, el 4 de mayo de 1904, y murió en la Ciudad de México, el 17 de enero de 1980. Licenciado en Derecho por la Escuela de Jurisprudencia de Guadalajara y maestro por la UNAM, comenzó su vida profesional enseñando lengua y literatura en las escuelas de Nayarit, para proseguir con una larga carrera en la administración pública. Así, alcanzó el cargo de Jefe del Departamento de Bibliotecas y Archivos Económicos de la Secretaría de Hacienda, en 1943, y diez años después, el de Gobernador del Estado de Jalisco, donde se empleó con tesón en la expansión de la educación pública. Esta pródiga tarea le valió que fuera nombrado consejero de la Presidencia y, más tarde, Jefe de la delegación ante la XI Asamblea General de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura y, finalmente, Secretario de Educación Pública. También fue miembro de la Academia Mexicana y su director desde 1973 —año en el que recibió el Premio Nacional de Letras— hasta su muerte.

Su obra literaria comprende ensayo y narrativa. En este último terreno sobresalen sus novelas, que comenzó a publicar en 1943, con Pasión y convalecencia, aunque será su segunda novela, Al filo del agua (1945), la que lo consagró como un narrador imprescindible, hecho que acreditaron sus siguientes grandes relatos: La creación (1959), La tierra pródiga (1960), Ojerosa y pintada (1960), Las tierras flacas (1963), Perseverancia final (1967), Las vueltas del tiempo (1973), La ladera dorada (1978) y la biografía novelada Santa Anna: espectro de una sociedad (1981), publicada póstumamente.

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