El año pasado, en la cuarta edición del Coruña Mayúscula, Pedro Ramos, director de este festival literario, se sacó de la manga a todo un John Banville que, percebes aparte, otorgó a la ciudad de una relevancia y un eco internacional de paisaje de novela negra, al que las tardes de lluvia invernal e incesante de por aquí tanto se prestan, igual que la imagen de un bebedor solitario en un bar oscuro o el sonido intimista del saxo de John Coltrane. Después de conseguir traer a Banville a esta pequeña península del noroeste, no me parecía tan disparatado intentarlo con el mismísimo Ford. Mi tímida naturaleza me impidió, por supuesto, si quiera sugerírselo al bueno de Ramos. Y no tuvo demasiada importancia porque, incomprensiblemente, el festival ha desaparecido de la programación cultural de la ciudad. Es lo que tiene la cultura, lo difícil que es construirla (de no haber intereses urbanísticos o inmobiliarios de por medio. Sí, me estoy refiriendo a la insoportable levedad de la Cidade da Cultura) y lo sencillo que es borrarla de un simple plumazo presupuestario. Nadie va a protestar demasiado, pocas voces clamarán siquiera en el desierto, salvo la de algún trasnochado columnista. La cultura es esa cosa tan frágil y necesaria… En palabras del mismísimo García Lorca: “Yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales, que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano, porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social".
Mi enhorabuena y mi gratitud a Richard Ford y a Oviedo y al jurado del Princesa de Asturias por este premio que, según el propio Ford, es para nosotros, sus lectores.
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