No se nos debería olvidar que, un mundo sin emociones, es un mundo sin espacio para esa luz que sólo nos pueden proporcionar hechos tan inútiles como la persecución de esa línea del horizonte que nunca llegamos a alcanzar, o el placer de escribir o un leer un poema por el simple placer de crearlo o leerlo. Por ejemplo, ¿qué sería de nosotros si nos fuera sustraída la lectura de ese libro que, en sí mismo, es capaz de cambiarnos la vida o nuestra visión del mundo en el que vivimos; o si nos sustrajeran la intensa emoción que nos proporciona la contemplación de cualquier obra de arte que, por sí sola, logra que lleguemos a ese lugar que no tiene nombre y que nadie más que nosotros sabe que existe? Si somos de esas personas que perciben el arte en general como búsqueda, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que no hay nada más inútil que un mundo en el que el arte no exista y no sea un espacio para la reflexión y la contemplación., la contemplación de la belleza, sea ésta lo que sea. En este sentido, podemos seguir afirmando que, tanto la curiosidad como la duda que son intrínsecas al creador, son los motores que no se ven, pero que sí son esenciales a la hora de mover el mundo, pues generan las sinergias que cada uno de nosotros desarrollamos con nuestros sentidos y sentimientos. Un mundo sin la capacidad de la emoción es un mundo oscuro y sin luz, por muy iluminado que esté con múltiples artilugios lumínicos de diversa naturaleza. Y es quizá, por ese afán desmedido por el beneficio y la posesión, por lo que en este tiempo -más que nunca-, se nos olvida con gran facilidad que la esencia del hombre es la misma a lo largo de los siglos, pues nos seguimos emocionando por las mismas cosas. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que, igual que nadie es capaz de escapar al miedo a la muerte, tampoco le resulta posible escabullirse del amor cuando ese sentimiento llega a su corazón. Esa capacidad natural que el ser humano tiene de emocionarse, es la que en la actualidad vamos perdiendo en pos de otro tipo de emociones mucho más programadas y que cada vez menos tienen que ver con la esencia del ser humano, pues a medida que avanzamos en una sociedad más tecnificada, nos alejamos de lo verdaderamente importante, pues si no existieran todas estas posibilidades de la emoción como formas de expresión -como por ejemplo, el de la inutilidad de la búsqueda de la belleza-, no existiría un hombre y una sociedad tal y como hoy la conocemos. Esa utilidad de lo inútil, que de una forma tan brillante reclama Nuccio Ordine en su ensayo que lleva el mismo título, es lo que aún nos mantiene vivos, pues no todo es el resultado final en el que el éxito siempre tiene un matiz de beneficio. El crear por el simple hecho de crear y el placer de la contemplación, también son, en sí mismos, valores inherentes al ser humano. La utopía en la que, cada día más, se está convirtiendo la cultura y todas las ramas de la misma, nos está llevando a un desconocimiento cada vez más amplio de lo que somos, dejándonos huérfanos de una parte esencial que también nos pertenece: la de la propia identidad.
Esta podría ser sólo una de las múltiples interpretaciones de este ensayo titulado como, La utilidad de lo inútil, en el que Nuccio Ordine, mediante la técnica de la comparación, nos somete a un pormenorizado análisis de la importancia que las enseñanzas clásicas, tan en desuso y descrédito en la actualidad, han tenido y tienen, en nuestras vidas y en la concepción global de nuestro mundo. Y lo hace dividiendo su estudio en tres partes: La útil inutilidad de la literatura, La universidad-empresa y los estudiantes-clientes y Poseer mata: «dignitas hominis», amor, verdad, para a partir de ahí, mostrarnos el estado de la cuestión mediante un laborioso estudio de múltiples textos de, por ejemplo: Kant, Ovidio, Platón, Montaigne, Ionesco, Calvino, Tocqueville, Locke, Gramsi, etc. Textos que ha ido recopilando a lo largo de veinte años, y que se corresponden con las lecturas que fue abordando en ese tiempo. Magna y ambiciosa labor, que nos proporciona un mapa muy aproximado de la utilidad de lo inútil, pues no en vano, no se nos debería de olvidar que, la importancia de la búsqueda de la belleza frente a las leyes del mercado y el beneficio, son la única salida para evitar un mundo sin emociones, o como nos dice Ordine a través de las palabras de Tocqueville: «En una sociedad utilitarista, los hombres acaban amando las "bellezas fáciles" que no requieren esfuerzo ni excesivas pérdidas de tiempo. "Les gustan los libros que se consiguen con facilidad, que se leen deprisa, que no exigen un detenido estudio para ser comprendidos"».
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