Más cercano aún en el tiempo, la etapa de los dos gobiernos tripartitos (2003-2010) anticipó síntomas del escenario vivido con inmediata posterioridad. En efecto, durante los gobiernos de Maragall (2003-2006) y Montilla (2006-2010), ambos socialistas, se prohibieron las corridas de toros en Cataluña, con argumentos ciertamente irrisorios y de dudosa credibilidad. A partir de 2010, han sido recurrentes los menosprecios a los reyes de España o las pitadas al himno nacional, amparándose los liberticidas en un peculiar ejercicio de la libertad de expresión.
Con todo ello, estamos ante una recopilación bien ordenada de artículos aparecidos en prensa (La Razón) que nos describen cómo el nacionalismo catalán ha permeado en todas las instituciones (por ejemplo, el Fútbol Club Barcelona), difundiendo un mensaje victimista y mesiánico, cuyas muestras resultan casi incontables. A modo de ejemplo de esta afirmación, Artur Mas se definió, sin rubor alguno, como “el servidor de una causa histórica” (p.126) o defendió la “plenitud nacional” (de Cataluña), en una burda manipulación del lenguaje. En efecto, con tan ambigua y pedante expresión, simplemente hacía apología de la ruptura y de la escisión (y, en consecuencia, también de la división), al mismo tiempo que calificaba a España de “construcción artificial”.
Asimismo, Ussía no se centra sólo en Cataluña y en el nacionalismo catalán de manera aislada, sino que lo integra dentro de un cuadro más amplio, en el cual disfruta de espacio propio la España gobernada por el PP. Al respecto, el autor critica las políticas desarrolladas por Rajoy, en cuya estrategia gubernamental echa en falta una adecuada comunicación y reprocha su excesivo énfasis en la economía, renunciando a presentar batalla en el terreno de las ideas al soberanismo (catalán).
Esta conclusión la comparten amplios sectores, que aún perteneciendo a diferentes adhesiones ideológicas, coinciden en que se ha producido una dejación por parte de todos los gobiernos de España, los cuales han renunciado, voluntaria o involuntariamente, a que el Estado tenga mayor presencia institucional en Cataluña. Este vacío lo ha aprovechado el nacionalismo catalán que, mediante una labor gradual, ha logrado que su proyecto político (y los mantras asociados al mismo) calen en la sociedad.
Al respecto, han sido las instituciones de la UE quienes mayores y más contundentes apercibimientos han lanzado a Artur Mas u Oriol Junqueras, con un mensaje nítido: “en la Unión Europea no caben aventuras soberanistas”, sentenció Durao Barroso (p. 99). A pesar de este revés, los sucesivos gobiernos catalanes no han dudado en realizar giras internacionales para promover la ensoñación separatista y buscar apoyos para su cruzada. Ussía, a través de la ironía, describe el nulo resultado de esa “política exterior de la Generalidad”. Los viajes a Francia o Rusia del Presidente Mas así lo certifica. No obstante, el “oficialismo” extrajo lecciones antagónicas a lo que realmente había sucedido.
Con todo ello, el nacionalismo catalán (mutado descaradamente en independentismo) ha emprendido un viaje al cual, merced a un importante dispendio de fondos públicos (por ejemplo, mediante la financiación de entidades como Nous catalans), se han sumado numerosos pasajeros, fomentando la división y la polarización social. Este fenómeno se observa en el terreno de la cultura: “el nacionalismo catalán, como el vasco, ha discriminado a sus gentes de acuerdo a sus posiciones ideológicas y su identificación con el soberanismo, y el resultado de ello es particularmente humillante para quienes no han sabido administrar las que fueron las más ricas, prósperas y desarrolladas provincias de España” (p.89).
En definitiva, una obra escrita desde el amor a España y a Cataluña. El autor no concibe que la primera pueda existir sin la segunda. Sus reproches van dirigidos hacia los separatistas, cuyo comportamiento ha alterado negativamente la convivencia y ha introducido incertidumbre en el futuro de una Comunidad Autónoma, históricamente moderna y vanguardista, pero que de un tiempo a esta parte, se ha decantado por el localismo sectario como forma de manifestarse.
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