Días atrás busqué entre mis archivos el texto que Garzón me enseñó de Tosca. Se llamaba “Mi reino por una pregunta”. Le había hablado a Claudia Villamayor de ese texto y me sugirió que sería bueno utilizarlo en una sesión del seminario “La comunicación como campo” que íbamos a impartir a dos voces y cuatro manos en la maestría de Uniminuto. Coincidimos en que podría ser interesante abordarlo para reforzar una de las propuestas de Martín Barbero sobre el lugar desde el que nos hacemos las preguntas.
En la búsqueda me topé con mi ignorancia. Resulta que Rodríguez Tosca vivía en Bogotá hasta que el año pasado le trasladaron de nuevo a La Habana para intentar hacerle un trasplante de hígado que le salvara la vida. No fue posible. Falleció en el hospital Hermanos Amejeiras el 16 de septiembre de 2015.
Habíamos vivido más de tres años en la misma ciudad y me había perdido sus lecturas. Por eso creo que no puedo perder, ahora que andará del cielo al averno buscando palabras y prestando las suyas para construir otras patrias literarias, la oportunidad de recordarle.
En aquel taller que hice a principio de los 90 del siglo pasado, Céspedes, del que espero que siga en el barrio madrileño de Malasaña con sus enseñanzas para “aprender a contar”, me enseñó muchas historias entre las que se encontraba aquel “Mi reino por una pregunta”. Desde un principio me gustó, porque a uno le enseñan a buscar respuestas, pero no nos educan para hacernos preguntas. El protagonista de la historia de Tosca quería preguntas porque, decía, respuesta había ya muchas. Qué importante es preguntarse. Interrogarse por uno mismo, por la realidad y la vida que vivimos. Si no hubiera sido por las personas que buscan preguntas, el ser humano seguiría buscándose sin encontrarse. Que, dicho sea de paso, tampoco es que lo que hasta ahora ha hallado le haya sido humanamente tan provechoso. Pero eso sería otra historia.
Tosca nació en Artemisa, La Habana, Cuba, en 1962. Se graduó en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana y había llevado un programa radial sobre poesía y poetas en Radio Ciudad Habana. Fue reconocido en su tierra y obtuvo diversos premios. En 1994 decidió trasladarse a Colombia en donde, entre otras labores, dirigía un taller de escritura en la Casa de Poesía Silva.
Fundó, en 2002 junto a Mariela Agudelo y Juan Manuel Roca, el periódico “La Sangrada Escritura”. Fue autor de textos como Todas las jaurías del rey, premio David de Poesía en 1987; Otros poemas, premio de la Crítica en 1992;El viaje en 2003, o Las derrotas en 2006.
Aquí comienza la enumeración de mis derrotas. Las que me propiné me propinaron.
(…)
Este lunes, mis derrotas y yo nos pusimos de acuerdo para mirarnos a los ojos. Ya nos estamos viendo, rozando con los dedos, casi amándonos a la sombra indiferente de un cielo en llamas
(…)
Ya fueron despedidas todas las plañideras. No habrá lamentos pero habrá un gemido. Un solitario gemido de papel a la luz de dos lunas. La mía y la vieja luna del mundo sobre cuyas laderas se acuestan con la muerte todos los derrotados. Buenos días, siglo. Por fin nos encontramos. Ojalá no hayamos llegado tarde a la cita.
Roca dice de él que
“Se sentía bien en la amistad, porque esta no levanta aduanas ni traza exigencias al forastero. En la poesía, porque no reclama una condición nacional ni de repulsa al extranjero. Y en la noche porque es un ámbito que ama el desdibujo y desvanece los contornos para integrarse en un todo.”
En Colombia, sus amigos, poetas, pintores, periodistas y demás, le concedieron la “nacionalidad forzada”, algo que le negaba la oficialidad, afirmando en el documento de motivación de la misma que “Tal vez por la irreparable nostalgia cubana y quién sabe por qué leyes migratorias, el poeta aún no es, oficialmente, colombiano. Pero como la poesía es una patria común y los poetas no creemos en aduanas, pasaportes ni visas (somos visántropos), un grupo de sus amigos padecientes y felices de conocerlo y de reconocer lo mucho que ha hecho por la poesía colombiana en la prensa, en los talleres y, por supuesto desde su magnífica poesía, hemos decidido unánimemente declararlo ciudadano colombiano a traición, sin su consentimiento ni el de las altas esferas oficiales.”
Rodríguez Tosca hizo una reseña del libro Colombia en la poesía colombiana (1589-2010). El texto es una narración de la historia del país contada, cronológicamente, a partir de sus poetas. Es El contar de los cantares, de la que afirma que “Por ellos (los y las poetas), más que por los historiadores de turno y/u ocasión, desandamos los tortuosos caminos y recovecos de un país experto en maravillas y atrocidades, en belleza y monstruosidad. El relato racional y casi siempre subjetivo e interesado de los historiadores, contrasta aquí con los efluvios verbales y espontáneos de los poetas. (…) Sabremos más de la historia de Colombia a través de este libro que por las exégesis del pasado de sus historiadores y la especulación del presente de sus periodistas. Colombia, siempre a medio camino entre lo apolíneo y lo dionisiaco, ahora se mira en un espejo: se deja contar y cantar a través de sus poetas y poemas como una muchacha vieja que a la vez que se mira se niega a reconocerse en ese azogue de aguas malditas que reproduce a pie juntillas las fichas de un rompecabezas aún por recomponer.”
Él se definía como cubano y colombiano de tiempo completo. Asegurando, y suscribiendo lo planteado por Aristófanes, que “Donde se está bien, allí es la patria”, negando la definición de que la patria es el lugar en el que se ha nacido y al que se pertenece por distintos vínculos. En este mundo de migraciones múltiples y complejas, comparto la propuesta de Tosca para sentir esa patria que yo no siento. Donde estén mi compañera, mi gata y mi sombrero estará siempre mi hogar. Un lar en el que al abrir la puerta encuentre fuera el aire que respirar y la ilusión para seguir.
¿En dónde está el secreto de esta lucha estéril
que nos agota y lleva mansamente a la tumba?
Álvaro Mutis
“Éramos habitantes de una tierra
donde en guaduas y palmas se hacen verdes los vientos.”
Luis Vidales
“¿Y el sol?
El sol, un viejo dogo que ha lamido esas heridas.
Porque sabe usted, dulce señora,
Es este país una confusión de calles y de heridas.”
Juan Manuel Roca
Constatada mi ignorancia, me quedo con su pregunta. Esa que sirva al mayor número de respuestas posibles.