Confiesa estar contento y sorprendido por ver tantos años de trabajo convertidos en un libro entregado a los lectores, y no saber ya dónde acaba él y donde empiezan sus personajes, «tantas vueltas he dado que ahora creo que todos ellos, en conjunto, son la parte más verdadera de mí mismo».
Reivindica el poder de la novela como instrumento para conocer mejor la Historia, contando y narrando (como hacía su abuelo con él) las pequeñas y ricas historias que esconden los grandes acontecimientos, «pero creas almas con su bien y con su mal, creas sentimientos, y los personajes acaban tomando tanta vida propia que son ellos los que te dicen a ti como deben actuar en cada situación que te inventas».
En este caso han sido el soldado y poeta Jorge Manrique, y la reina Isabel de Castilla quienes han servido de excusa a Rafael Álvarez Avello para crear y tejer un relato en el que un periodo concreto de la historia de España (el que va desde el final del reinado de Juan II, la dinastía de Enrique IV el Impotente y la llegada al trono de Isabel la Católica) sirve de paisaje para hablar de lo que las Coplas de Jorge Manrique encierran: mensajes muy poderosos sobre el paso del tiempo, la vida que no deja de moverse, la futilidad del placer, el recuerdo o la igualdad de los hombres ante la muerte. Confiesa que, sabida su mala memoria, le extrañaba poder recordar las Coplas sin esfuerzo «y no era debido a la perfección de sus rimas o de su métrica, a su ritmo marcado o a su pie quebrado; no podía olvidarlas, simplemente, porque me conmovían».
Así que quiso contar el porqué de esa conmoción, y la encontró tras esos dos nombres tan archiconocidos como son Jorge Manrique e Isabel la Católica. El primero: un guerrero que no quería serlo, un buen hijo sometido a un padre ambicioso y dominante que marcó su vida, un hombre sensible y un genio incomprendido. La segunda: una reina que no tenía nada a su favor para reinar pero que logró cambiar la historia universal. Álvarez Avello se esfuerza por desmitificarla y lo logra, humanizándola por medio de un arma que Isabel, como mujer, usó: la feminidad. «Para mí, la feminidad es la fuerza más creadora. Son las mujeres, desde su feminidad y desde su desbordante capacidad de amar, las que mueven el mundo. La guerra, tan masculina y absurda, no soluciona nada. Por eso las mujeres son tan importantes en mis libros».
Tanto, que incluso la propia Castilla se convierte en otro personaje, y por supuesto es mujer.
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