Es irrebatible esa afirmación que tilda a la escritura como método de exorcismo de uno mismo, como vía de escape a miedos, dudas y traumas vitales. Incluso Hemingway, viéndolo desde esa misma perspectiva, confesó aquello famoso de: «mi psicoanalista es mi máquina de escribir». Es por todo ello que siempre se ha visto a Hemingway dentro de sus escritos. Esos ambientes trágicos con personajes rotos, esa soledad que emanan sus relatos es lo que se puede disfrutar – aunque parezca extraño – en ‘El viejo del puente’. Y es que en este relato, Hemingway nos lleva a plena Guerra Civil y nos sitúa junto a un anciano que lo ha tenido que dejar todo por la llegada del frente, significando ese todo sus animales. No vemos al viejo pero lo sentimos, aunque gracias a Pere Ginard y al juego que hace de fotografía en este libro sí que conseguimos verlo. Hemingway nos sacude con unas palabras que a él le ayudan a seguir viviendo. Los libros viven cuando son abiertos y Pere Ginard ha conseguido con sus ilustraciones dar vida eterna a este.
Acabando con un epílogo de Ian Gibson que nos acerca un poco más a la solitaria figura de Hemingway, ‘El viejo del puente’ es toda una delicia para la vista, tanto por el contenido de sus palabras como de sus dibujos. Es una demostración clara y contundente de la afirmación que hizo el escritor americano y que podemos leer en la solapa de este libro: «la prosa es arquitectura y no decoración».
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