¿Para qué vive la psicología si no puede aclarar oscuridades mentales? ¿Para qué vive la antropología si no puede definir al hombre y señalarle rumbos? En el periódico El País un artículo nos dice que los jóvenes no leen mucho en libros, pero sí en tabletas y teléfonos. También nos dice que los géneros preferidos del día son la "ficción contemporánea" y la novela "romántico-erótica". Nótese que ambos géneros abordan la parte menos controlada del entendimiento, la imaginación, y la parte más animal de lo humano, los instintos.
También se afirma que la lectura ya no es tenida por actividad solitaria, sino presta a la socialización. Leer, si juntamos todo lo dicho, ya no es descifrar, sino intuir. Y quien escribe no para la inteligencia, sino para la intuición, transforma las palabras, que son significados, en cualidades. Se gastronomiza la literatura, y además se reduce para que pueda ser leía en una pequeña pantalla telefónica.
Recordemos algunos cuestionamientos hechos por Umberto Eco, al que he leído últimamente: ¿puede gozarse una pintura de Rafael en un póster o una pieza musical de Beethoven mediante las bocinas de nuestro Fiat?
¿Por qué leemos? Porque creemos que somos capaces, si hacemos esfuerzos de intelección, de aprehender verdades, conocimientos duraderos, universales, abstractos. ¿Por qué nos place la ciencia ficción? Porque permite jugar con las ciencias, con la lógica. La lógica es en la ciencia ficción un objeto paradojal que no asegura que lleguemos a certezas. ¿Por qué aplaudimos tanto al amor? Porque vemos en él una señal de nuestro destino. Destino, aquí, es idea religiosa y pagana al mismo tiempo. ¿Por qué socializamos? Para comprobar que no estamos locos, que lo que pensamos no es fruto sólo de nuestras figuraciones, sino parte del mundo.
Pero los jóvenes ya no desean leer, ni verdades, sino intuiciones, esto es, momentos gozosos. Tampoco desean jugar con la lógica, sino ver la realidad hecha ficción, o que la materia, digamos, se ajuste a sus caprichos. De aquí el gusto por los videojuegos y por las redes sociales, donde con botones se muda lo que se ve.
No desean las nuevas generaciones amores, sino combatir odios. Nacieron entre guerras lejanas que parecen cercanas gracias a los medios de comunicación. El objetivo, para ellos, no es tanto amar, sino soslayar iras. El copioso tiempo invertido en protestas y el poco invertido en relaciones amatorias refuerza lo afirmado.
La soledad, para los mozos, no es morada, refugio, sino vacío. Socializar, en cambio, es encontrar un hogar, perderse. Aislarse en un mundo tan imbricado es casi un delito para ellos. Desdeñar a las masas les parece grosería brutal. La intuición, que antes era sólo una fuente de datos, ahora es ventana única para salir del cuerpo. La ciencia ficción, a su vez, representa la idea de lo posible, es hontanar de informaciones que no llevan a la catarsis, sino a la prótasis, por decirlo de teatral manera. En las ficciones ya no se hallan ideales, utopías, sino premisas para existir.
Las gentes recién llegadas a la vida no aman para enarbolar una romántica historia, sino para creer que tienen un lugar en el mundo. No socializan para enriquecer sus perspectivas, sino para tenerse por conocedores de todo lo humano. En el habla popular juvenil abundan las expresiones deterministas, las creencias en fuerzas metafísicas, las expectativas de agnición y jactancias modernistas.
Ya no se busca producir ciencias, sino hallar las convenientes y conformarse con ellas. Ya no se busca ejercitar el juicio, habilidad útil para saber dónde aplicar nuestros conceptos, sino acatar ciegamente cifras y gráficas. No se distingue lo puro, racional, conceptual, de lo empírico. Lo empírico, por ser digital para ellos, parece racional, puro, de fácil manipulación.
Los libros, como dice Eco en una de sus obras, para venderse deben ser hechos con textos frívolos, descriptores de bagatelas, y con tramas que van del orden al desorden y de lo habitual al prodigio. La novela sosegada y salpicada de aventuras es descalificada. El caos salpicado de breves lapos de calma es aplaudido.
El capitalismo, con su vorágine, con su lanzar constantemente al río de la nada a la gente, ha hecho que la literatura ya no sea subversiva, como diría Nussbaum, o revolucionaria, sino "aparato ideológico de estado", a decir Althusser. El ocio, que era fundamento de la civilización, del arte, hoy se confunde con el trabajo profesional. Los jóvenes se divierten trabajando, armando, y creen que al divertirse están profesando el arte.
Los problemas sociales y profesionales, afirma el economista Galbraith, ya no se resuelven, se traspasan. El vendedor que no puede usar una página de internet para ofertar algo culpa al programador, y éste al vendedor de software, y éste al fabricante de circuitos, y éste al creador de metales, etc. En suma, las nuevas generaciones, que no saben cómo batallar con las generaciones pasadas, jactándose de sabias por tener en las manos el trabajo de siglos se limitan a la contradicción, a decir "alto" cuando oyen "bajo", "bueno" cuando "malo", vicio que no causará progreso alguno, sino mera destrucción de valores.–
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