Un sol cegador entra a raudales cuando la esclava y curandera Josefina descorre con energía los cortinones. Fuera, en ese luminoso abril de 1655, la ciudad colonial de Santo Domingo rebosa un bullicio y una alegría que no se respiran en la habitación en penumbra donde se refugia Catalina de Montemayor y Oquendo.
Pero ¿qué sabrá la criada de esta joven que vive en silencio, sumida en sus recuerdos, desde que llegó a la isla de La Española? ¿Qué historia guarda para sí?
Una historia que arrancó en Sevilla, en 1638, cuando Catalina, entonces una niña, y su madre Isabel de Oquendo se embarcaron en un galeón para reunirse en el Nuevo Mundo con un padre y un esposo al que no veían desde hacía años. Por un golpe del destino terminaron en Londres, retenidas a la fuerza. Una historia que prosiguió en Oak Park, la Casa del Roble, propiedad de los Leigh, donde Catalina fue acogida como una más y encontró al mejor compañero de juegos posible: Piers, el hijo menor de la familia.
Juntos habían buscado a los fantasmas que, se decía, recorrían la mansión las noches de luna llena. Juntos se habían escapado a la cercana ensenada, desde la que se divisaba una mar abierta, indomable, por la que soñaban navegar algún día. Y juntos habían crecido, hasta que una guerra fratricida los separó.
María Gudín (Oviedo, 1962) se dio a conocer a los lectores españoles gracias a su primera novela, La reina sin nombre (Ediciones B, 2006), ambientada en la España goda del siglo VI, a la que siguieron Hijos de un rey godo (2009) y El astro nocturno (2011). Desde entonces, ha estado inmersa en la escritura de esta nueva obra.
Es médico especialista en neurología y, desde 1992, reside en Ciudad Real, donde trabaja en el Hospital General.
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